HATSHEPSUT, HEREDERA DE AMÓN
 (Por el Lic  Gustavo Adolfo Bunse)    (29/7/2008)
Si alguien supone, por  ventura, que Guillermo Moreno ha actuado alguna vez en su vida en forma autónoma, está pasando por alto alegremente 16 años de autocracia de los faraones de la mayor teogamia santacruceña.  Dinastía 18.
Resulta entonces de una infinita ingenuidad, la impugnación que hace la sociedad toda a las conductas extravagantes de Guillermo Moreno.
Todo lo que ha hecho, este sujeto, todo lo que ha dicho, sin excepción, y todo lo que hace o dice hoy mismo, es el absoluto y directo resultado de las órdenes más estrictas de Hatshepsut, la heredera de Amón.
Lo cual es equivalente, lisa y llanamente, a las órdenes del propio Amón.       
Quienes piden el relevo inmediato de este ciego y obediente Secretario de Comercio, extienden, consciente o inconscientemente, un enorme manto de absolución sobre los personajes que le han impartido las órdenes cada día, desde el alba hasta el ocaso.        Sus dioses venerados.
La iniciativa personal de Guillermo Moreno, es bastante menor que la de un robot de mediana tecnología.     
Por cuanto un robot, de vez en cuando, se puede volver loco.      Él no.
Las supuestas locuras de Moreno  (nadie más cuerdo que este hoplita), son en cambio, parte de un microchip análogamente programado en forma prolija por los faraones. 
Hatshepsut  se declaraba  primogénita de Amón,  su sustituta y  fiel delegada en la tierra, con lo que,  su figura se convertía en completamente sagrada.
Hatshepsut,  fue la primera mujer que se hizo esculpir como esfinge. 
Es necesario destacar que muy pocos faraones recurrieron a la teogamia  para validar su derecho al trono, y para que su estatus pasara a ser poco menos que el de un dios vivo.     Esta faraona no trepidó en hacerlo.
 El ardid de Hatshepsut  y el alto precio que tuvo que pagarle  a los sacerdotes por  atreverse a hacerlo,  le acarrearon un escenario muy decadente en el que además,  la historia  acabaría pasándole factura a la dinastía  por el imparable crecimiento de los sacerdotes de Amón.
Como todo monarca  que accedía al trono, Hatshepsut   tenía derecho a usar hasta cinco nombres diferentes :        El de Horus,  el de Nebty, el de Horus de Oro, y los dos principales, conocidos vulgarmente como nombre de nacimiento y nombre de coronación. 
Cristina,  es el nombre que le recomendó usar  Braga Menéndez.
Presidenta,  es el que le obsequió Amón … para ser diosa, como él.
La mayor de las faltas para los faraones era la desobediencia.     Ninguna pena era más grave  y ninguna muerte era más dolorosa  que la que fuera merecida por desobedecer.
Moreno es un mediocre,  pero no es un imbécil, aunque cueste creerlo.     
Jamás desobedecería a Amón,  o haría algo por su cuenta.
Ha copiado las órdenes y los dictámenes con puntos y comas, ha aplicado con estricta prudencia, textual y contextualmente, cada instrucción que le impartían por escrito o telefónicamente.      Una máquina de cumplir
Ni medio paso se animó a dar , adelante o atrás,  sin la bendición de la dinastía.
¿ Qué significa entonces desde el punto de vista de la psicología social, pedir la cabeza de Guillermo Moreno,  sabiendo perfectamente que  un chimpancé amaestrado en el circo es, sin dudas,  mucho más rebelde que él  ?
La explicación parece bastante sencilla :  
Una visión magnánima, infinitamente respetuosa de la investidura presidencial, que hace una hipótesis sobre la existencia normal de los fusibles en los cargos de primero o segundo nivel del ejecutivo.   La utopía de ajusticiar al soberano.
La impotencia de cargar contra lo evidente… por ser demasiado elevado.
Obsérvese la visión de los faraones sobre sus fieles servidores en el Congreso que han osado mover un milímetro la esencia del mandato de la teogamia.
Habiendo  decretado la “autonomía cero” hasta en los poderes supuestamente independientes,   ¿ qué miserable margen le quedaría  a un vulgar secretario que, además,  es parte  del mismo poder ejecutivo  ?  :   Ninguno
La  faraona  Hatshepsut  dedicó la mayor parte de su reinado a ponerle parches al reino, con el beneplácito de sus aliados los sacerdotes. 
Tenía una característica verdaderamente pintoresca  :
Confundía en modo trágico,  lo estructural con lo coyuntural.    
Una extraordinaria semejanza… con nuestro propio paisaje.
Tanto el caso de Martín Lousteau, como el de Javier De Urquiza y  hasta  el del propio Alberto Fernández  son claros prototipos de la coyuntura más súbita e inesperada que mereció recibir  la mediocridad de  esta dinastía.
Cada uno de los reemplazos de estos  “prófugos del escenario”,  no fue por cierto,  algo programado, ni razonado,  ni mucho menos  formó parte de un programa estructural de reordenamiento  o  relanzamiento del  gobierno.
Nada de eso  :                         Fue sólo un conjunto de manotazos de coyuntura, absolutamente abruptos  y  tan evidentes en su improvisación,  que muestran hoy,  además,  una gravísima orfandad de cuadros dirigentes para ocupar los cargos administrativos más esenciales.
Se presenta por ejemplo el caso de Aerolíneas Argentinas como una iniciativa de reforma central del ejecutivo  :   
 ¿ Una iniciativa  del gobierno o el estallido de la empresa que hay que salvar  ?
Otra coyuntura trágica que se nos quiere mostrar como reforma estructural.
Basta fijarse el modo en que  están funcionando los vuelos  para apreciar  lo que ha significado este  atropellado “take over”,  hecho a los tumbos,  con el financiamiento exclusivo de los impuestos que todos pagamos,  arrancados, como todos los subsidios de este bendito país,  desde el superávit fiscal que supimos conseguir.  
Y son estas… las señales que se presentan como el éxito de la gestión.
    El éxito de haber logrado que se note en forma clara que somos un país básicamente “orgulloso de nuestra miseria”.
 El orgullo de la miseria es una práctica política de nuestros faraones, cuya esencia dogmática consiste en subordinar las esperanzas a un tránsito infinito que los hace disfrutar de su mejor farsa :   la igualación hacia abajo. 
 La hipocresía en grado de “exquisitez” es un producto pocas veces visto en las conductas humanas.    La hipocresía exquisita… no se ve.
Para llegar al refinamiento hipócrita consumado, se necesita, en verdad, una  práctica permanente y un perfeccionamiento labrado en casi toda una vida de farsa.
Para ser un hipócrita, hay que ser primero un deshonesto cabal, por cuanto de tal molde surge la capacidad ingénita que permite tener la condición esencial de ser un buen artesano de la mentira, pero también es imprescindible ser un inescrupuloso, porque la honra del prójimo debe ser profanada y saqueada sin tener que atender a excepciones de ninguna clase.
Y este fue un éxito de la dinastía de Hatshepsut.
Un éxito de capacidad histriónica desplegada  para galvanizar el futuro aislado de la República, haciendo un diseño ingenioso del naufragio de cualquier reciprocidad que se quiera convocar algún día en este, nuestro país  ubérrimo y progresista, socio orgulloso de Chávez y de Fidel.
Un éxito del arte de atajar la estantería que se derrumba, presentándola como si fuera una reforma estructural o el producto de algún plan, siendo como es, la muestra más clara de la  ineptitud, de mil balandronadas ideológicas y  de la asociación vergonzante con el demérito de la virtud.
Un éxito de Amón… y ahora de su heredera Hatshepsut  al que sostienen los impuestos que todos debemos pagar, religiosamente, en la gloriosa comarca de nuestra conmovedora teogamia , orgullosa de su miseria.   
                                                Lic Gustavo Adolfo Bunse
                                                               gabunse@yahoo.com.ar
miércoles, 30 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)



















No hay comentarios:
Publicar un comentario