jueves, 24 de julio de 2008

DEKLINACIÓN

Carta Semanal del 1º de abril se titulaba "El comienzo del fin del poder K". En ese momento habíamos presenciado la reacción del campo frente al abuso impositivo de la Resolución 125 y habíamos escuchado los dos primeros discursos de la Presidenta en los que desarrollaba la teoría del golpe de estado. El gobierno planteaba la cuestión como una batalla contra las fuerzas del mal, movidas por espurios intereses, reflejando la visión maniquea e ideologizada de Néstor Kirchner que afirmaba en su entorno que no cejaría hasta poner al campo de rodillas. Nuestra conclusión frente a aquella locura, y en el marco de las crecientes dificultades de gestión que reclamaban racionalidad y ortodoxia, era que el kirchnerismo no encontraría la salida y que, tarde o temprano, terminaría perdiendo el poder que ejerce autocráticamente. Hoy debemos confirmar ese curso.
El proceso gradual de traspasos de peronistas K y radicales K hacia la oposición, sea dentro del Justicialismo o fuera de él, erosiona la imagen y el dominio del matrimonio gobernante. Un mes atrás, cuando Cristina Kirchner decidió enviar la Resolución 125 para su ratificación legislativa, suponía contar con las mayorías necesarias en ambas cámaras del Congreso. En pocos días vio cómo se le escapaban apoyos en Diputados y la votación requirió emplear todas las armas para lograr una trabajosa mayoría a su favor. Varios diputados de su propio bloque votaron por la negativa y la oposición se aglutinó en contra del proyecto oficial como nadie lo hubiera imaginado. En el Senado, donde el Gobierno descontaba un triunfo, finalmente se dio un empate que el Vicepresidente volcó finalmente en contra del gobierno.
No haré un análisis político de la derrota del kirchnerismo en el parlamento. Sobre esta cuestión ha habido ríos de tinta de analistas políticos más informados y agudos que el que suscribe esta Carta Semanal. Hoy podemos confirmar la declinación del kirchnerato. Pero me interesa conectar este evidente fenómeno con las dificultades de gestión que se avecinan, que no podrán ser evitadas de ninguna manera en el corto plazo y que sólo serán superables si hubiera un cambio radical en las ideologías, actitudes, comportamientos personales y métodos de gobierno. La tesis es que el kirchnerismo, particularmente su líder y el círculo de ideólogos confusos y grupos sectarios que lo rodean, no están en capacidad ni disposición de hacer esos cambios. Prefieren denunciar complots y crear enemigos antes que reconocer y rectificar sus graves errores. Los considerandos y el texto del decreto que ordenó "limitar" la Resolución 125 son bien expresivos de esa psicología.

El modelo económico ha agotado su capacidad de generar superávit fiscal y el gobierno ha perdido totalmente su acceso a los mercados internacionales de crédito para captar o renovar deuda a tasas de interés accesibles. Esto ya lo habían advertido de alguna forma los ex ministros de economía Peirano y Lousteau antes de irse. Chávez ya no será suficiente y su crédito también se ha vuelto caro (en muchos sentidos). El aislamiento internacional ocurre no sólo por la continuación del default con los acreedores oficiales (el Club de París) y con los bonistas que no adhirieron al canje. Hay una percepción de crecientes dificultades fiscales que se contradicen con la información oficial más alegre sobre el superávit primario. El gasto está aumentando a una tasa anual del 40% mientras los ingresos lo hacen al 35% con la presión tributaria al máximo histórico. En el gasto no se computan crecientes atrasos con proveedores, contratistas y receptores de subsidios. Los ingresos del primer semestre, por su lado, han incluido fondos transferidos al Tesoro por el Banco Central por 2.400 millones de pesos en concepto de adelanto de utilidades, una suma que excede el presupuesto anual previsto para ese ítem. La verdad sobre el resultado presupuestario está mejor reflejada en la evolución de la deuda pública, que ha crecido y sigue creciendo contradiciendo la existencia del superávit financiero que viene mostrando la información oficial. Para evitar un nuevo default será imprescindible un programa serio de austeridad y de reforma del estado, que nada tiene que ver con reestatizar empresas deficitarias.

En lo inmediato se deberán acotar drásticamente los crecientes subsidios con que se compensa a empresas con precios congelados o controlados. Para ello deberá aumentar en forma racional las tarifas eléctricas, de gas, del transporte y de otros servicios; un trago realmente amargo para un kirchnerismo enfrentado a la inflación, al enfriamiento de la economía y a la declinación de su popularidad. También la indispensable recuperación de la inversión hace cada vez más inevitable normalizar las relaciones financieras con nuestros acreedores externos e internos impagos. Otro trago difícil de afrontar para quien expuso ese trámite como una entrega a los demonios. Pero si no se encara una gestión seria y ortodoxa, los ajustes vendrán solos y desordenadamente, una situación que hemos conocido y que nunca dejó incólumes a los gobernantes que no supieron evitarla. El kirchnerismo deberá dejar atrás sus vicios, sus estilos y sus equivocadas visiones e ideas, o bien dejar paso, por la estricta vía constitucional, a quienes dentro del peronismo, o de los consensos políticos y sociales que se logren, puedan llevar adelante la difícil gestión que se requiere en adelante. En caso que así fuera deseamos por el bien de los argentinos y de la historia, que no se produzca ninguna renuncia anticipada buscando una imagen de "víctima y mártir", cuando en realidad se estaría eludiendo la responsabilidad de enmendar el daño provocado.

Manuel A. Solanet

.revista Noticias (Prensa)

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