lunes, 3 de mayo de 2010

SER O NO SER




Por Gabriela Pousa

“To be or not to be, that’s the question.”
William Shakespeare

En menos de una semana, los principales medios de comunicación narraban crónicas similares en sus secciones destinadas a informar acerca de los acontecimientos que signan la política en el exterior. De ese modo, pudo leerse que “miles de personas se convocaron y marcharon en 70 ciudades de Estados Unidos para protestar contra la ley antiinmigrantes ilegales aprobada la semana pasada por la gobernadora de Arizona, Jan Brewer.” Bajo la consigna “Somos todos Arizona” más de 60 mil personas salieron pacíficamente a las calles de Los Ángeles, portando únicamente banderas estadounidenses.

A su vez, en Atenas, Tesalónica y otras islas de Grecia se produjeron varias marchas donde no hubo disturbios (a diferencia de las ideologizadas que tuvieran lugar el pasado 1° de Mayo). Se contabilizó a miles de griegos oponiéndose al plan económico que el gobierno dispuso para superar una aguda crisis financiera.

Mientras tanto, en España, miles de habitantes se manifestaron en 28 ciudades del país, unas en apoyo al juez Baltazar Garzón procesado por investigar crímenes del franquismo, y otras en contra del procesamiento. Si bien el epicentro estuvo en Madrid, las movilizaciones se trasladaron hacia otras capitales europeas y americanas. Ambas marchas sociales, pese a tener motivaciones antagónicas, no registraron disturbios ni agresiones.

Con anterioridad, las crónicas daban cuenta de multitudes de ciudadanos marchando por las calles de Kirguistán rechazando el alza indiscriminada de precios, y hartos de la situación de pobreza y miseria a las que son sometidos por las autoridades. Los desbandes recién llegaron cuando la dirigencia política se infiltró en sus filas.

En Italia, espontáneamente, otros miles de habitantes se concentraron para impedir que prospere la “ley mordaza” que pretende imponer Silvio Berlusconi. Si bien ha habido convocatoria de entidades periodísticas, el apoyo masivo de la ciudadanía superó toda expectativa. La marcha tuvo lugar un sábado en horario no laboral.

Más allá de acordar o no con las motivaciones que, en los mencionados escenarios, signaron las manifestaciones sociales, cabe destacar el rol activo de los pobladores. No se trata de rebeliones por utópicos ideales ni de crear climas destituyentes, o atentar contra el régimen democrático. La gente simplemente se expresó y expresa a favor de sus derechos emanados, sin metáfora, de sus respectivas Cartas Magna.

Resulta por demás interesante de rescatar que estas marchas han acontecido durante días no laborables, por lo general los fines de semana para no alterar la vida cotidiana, la rutina de quienes deben ir a trabajar y necesitan circular con libertad. Los derechos de unos terminan donde comienzan los de los demás, una simple regla que no se discute siquiera. No hay una lucha resentida de pueblo contra pueblo, ni intención de avasallar poderes inherentes al régimen de gobierno sino una búsqueda de ejercer la representación ciudadana.

En este contexto, y si aún no se ha adivinado, analicemos el por qué de estos ejemplos sueltos tomados azarosamente de los diarios. En la Argentina, el atropello es permanente, la capacidad de daño no mengua, pero no hay forma que la queja ciudadana traspase las cuatro paredes de cada casa, o vaya más allá de ese microclima donde el ciudadano suele moverse, y hacer catarsis para no enloquecerse con lo que pasa.

La conciencia de demandar a quienes se suponen deben representarnos duerme un sueño dorado, o mejor dicho está sumida en una pesadilla cuya duración debiera preocuparnos. Suele escucharse argumentos a favor del hombre común y corriente que no está en mi ánimo contradecir pero que es oportuno citar para observar hasta qué punto hay, quizás, un inconsciente lavarse de manos, al mejor estilo Poncio Pilato.

“Los ciudadanos se expresan en las urnas”, aducen quienes sólo ven culpas en la clase dirigente. No cabe duda que es esa la metodología intrínseca de la democracia, pero entre votación y votación hay veces que corre demasiada agua bajo el puente, y circunstancias que llaman a advertir a los representantes que se alejan sustancialmente de aquello para lo cual se los ha votado.

Un ejemplo cualquiera: cuando la ley de medios se sancionó con una velocidad extrema en un Congreso afable al Ejecutivo Nacional, y se publicó con premura inaudita en el boletín oficial, la indignación de un sector social -que leyó entre líneas amenazas encubiertas a la libertad de expresión-, apenas si se hizo sentir en una convocatoria de no más de 200 ó 300 personas. Todo pasó sin pena ni gloria.

Algo similar pasó cuando el gobierno se apropió de los fondos de las AFJP que pertenecían a la gente por libre decisión.

En las movilizaciones extranjeras mencionadas en los primeros párrafos no hubo escenarios montados ni se hizo alusión a oradores mediáticos, tampoco se priorizó si acaso hubo figuras con intereses partidarios tratando de sacar provecho o rédito de un acontecimiento capaz de indignar y afectar la libertad del pueblo.

Aquello que se hizo escuchar fue la desaprobación general a un determinado hecho que cercena la dignidad de los sujetos. Lejos estuvieron las pancartas, y más lejos todavía los grupos cuyo origen son tan espurios que nadie sabe a ciencia cierta, de donde emanan y quién o quienes los sostienen para que se muevan impunemente.

En la mayoría de las marchas foráneas se observan caras descubiertas, orgullo de pertenencia, y claridad en la noción de ser parte de lo que pasa. Conciencia de que la mera queja de sobremesa no sirve para nada. En síntesis, y sin eufemismo que valga, prima el SER, y no meramente el ESTAR ocupando algunos metros cuadrados en una determinada geografía por elección, o por casualidad, lo mismo da.

Si acaso el gobierno sigue jugando a desarmar un Poder Legislativo, si el Poder Judicial está cercado por la extorsión y el temor, si se permiten juicios populares con absoluta impunidad, y sin siquiera autoridad moral; y encima se los ampara bajo el pretexto de defender la libertad, es porque los argentinos decidimos ser espectadores pasivos y no ciudadanos con deberes y derechos precisos.

La parsimonia con la cual aceptamos ser rebaño, nos hace pasar de largo situaciones que pueden derivar en amenazas, implícitas o no, a esta malherida democracia.

La comodidad de quedarse en casa y únicamente hacerse presente cuando hay un festival gratuito de música o bandas, que entretenga sin compromiso y no involucre en lo más mínimo, nos lleva por propia elección – concientes o no - a soportar aquello que en voz baja calificamos paradójicamente como insoportable y atroz.

Posiblemente no sea tanto el malestar, si a pesar de tener como ejemplo a un sinfín de extranjeros que no están dispuestos a que se avasallen sus derechos, seguimos desdeñando el ser para priorizar el estar. Estar como zombies ocupando un lugar en un país sumido en la nostalgia de aquella época en que fuera defendido a capa y espada, por dignidad y amor a la Patria.

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