domingo, 10 de julio de 2011

EL FRIO Y LA COLA


El frío y la cola



“La diferencia fundamental radica en que, entre los pueblos sajones, la cosa pública pertenece a todos y, entre los latinos, a nadie”

Guillermo Lousteau Heguy



Es simple, en realidad. Hay que hacerle una pregunta a todos los argentinos: ¿sabe Ud. cómo se relaciona el frío que pasa en su casa (o la paralización de su fábrica o el precio de la garrafa que debe comprar) o la cola para comprar nafta (o para comprar gasoil para su cosechadora) con la corrupción del Gobierno y los robos de los Kirchner?



Podemos establecer el origen del problema en la privatización de YPF, promovida por don Carlos Menem y habilitada por una ley del Congreso, después que don Néstor (q.e.p.d.) hiciera un fuerte lobby entre los gobernadores de las provincias petroleras a favor de la norma.



No está demás recordar que, en pago de ese esfuerzo –y, por escrito, condicionado al éxito del mismo-, Santa Cruz recibió del Gobierno central la bonita suma de quinientos millones de dólares que, en poco tiempo y por la venta de las acciones de la empresa privatizada, se transformaron en algo parecido a los mil doscientos millones de esa moneda.



Digo que no está de más, porque esos son los famosos “fondos de Santa Cruz” que, a casi veinte años vista, siguen desaparecidos, después que Kirchner se los llevara al exterior y los pusiera a su nombre personal.



Desde 2003, cuando se instauró en la Argentina este maravilloso “modelo de inclusión y distribución con matriz productiva diversificada” (rimbombante nombre para el peor saqueo sufrido por nuestro triste país), comenzó a congelar las tarifas, castigando duramente a los productores nacionales de petróleo y, sobre todo, de gas, al cual se paga US$ 2,5 por millón de unidades de calor del combustible extraído aquí, mientras se reconoce US$ 7 al que lo hace en Bolivia, por ejemplo.



Ese generalizado castigo –recuérdese la persecución a Shell en la persona de su Presidente- hizo que las compañías petroleras comenzaran a mirar con muy buenos ojos toda posibilidad de emigrar de la Argentina. En ese sentido comenzó a trabajar Repsol, víctima también del talibán don Guillermo Moreno, para entonces ya instalada como importante player de la actividad en varios países del mundo, incluyendo a Latinoamérica.



Y aquí comienza a actuar nuestra gravísima corrupción, que hoy tanto nos complica a cada uno de los argentinos.



Después de varios intentos de desprenderse de YPF, al menos parcialmente, todos frustrados por indicación de don Néstor (q.e.p.d.), éste señaló como alegres y necesarios compradores de una parte de la empresa a la familia Eskenazi, que nunca había tenido nada que ver con el petróleo.



Si no fuera dramático, resultaría hasta cómico recordar que, en el contrato por el cual Repsol vendió el 15% de YPF a esta querida familia, justificó –por escrito- la decisión, señalando que contaba con experiencia en trabajar en “¡mercados regulados!”. En lenguaje sencillo, ¡era experta en “negociar” con el poder!.



No terminó allí la curiosidad del contrato de venta. Repsol, ante la imposibilidad de los Eskenazi de conseguir el dinero necesario para la compra, simplemente se los prestó. Es decir, los compradores se hicieron de la empresa pagando con fondos de los vendedores.



Por si eso hubiera sido poco para llamar la atención, los españoles cedieron a los argentinos el manejo de toda YPF; quienes sólo habían comprado el 15% pasaron a administrar el 100%. ¡Notable generosidad!



Había llegado el momento de pensar en devolver el préstamo recibido de los muchachos de Repsol y todos, sentados en la mesa, se pusieron de acuerdo en hacerlo por la vía de una más que exagerada distribución de dividendos. Para que se entienda fácilmente, YPF dejó de invertir en exploración una gran parte de sus ganancias –como hacen todas las petroleras del mundo- para repartirlas entre sus accionistas.



Los españoles quedaron encantados con la solución propuesta. No sólo comenzaron a cobrar el préstamo otorgado a los Eskenazi –con el 15% que éstos retiraban- sino que el sistema habilitaba para que la propia Repsol se llevara el 85% de las ganancias que le pertenecían. Si recordamos el interés de la empresa mandarse a mudar de la Argentina, realmente tuvo mucho que festejar.



Pero, claro, siempre alguien debe pagar la cuenta. Y esa cuenta se tradujo en la sobreexplotación de los yacimientos conocidos, consumiendo reservas de gas y petróleo, y la práctica paralización de las tareas de exploración, indispensables para reponer esas mismas reservas. De doscientos pozos anuales para buscar, YPF pasó a perforar dos.



Baste con decir que, en el período 2002/2009, como nunca había sucedido en la historia argentina, la descapitalización nacional por la pérdida de reservas llegó a los cien mil millones de dólares; esta cifra es la que el país debería invertir para recuperarlas. Argentina dejó de ser un país autosuficiente para transformarse en un neto importador de energía, en un momento en que los precios son altísimos.



Llegamos, entonces, a la actualidad. Como, además del tema concreto de YPF, el congelamiento de las tarifas a toda la industria petrolera hizo que ésta también dejara de invertir, tanto en exploración cuanto en refinación, transporte y distribución, el Estado compensó ese déficit energético importando combustibles que, como es lógico, tienen precios internacionales; para que esa diferencia con los precios internos dibujados por don Guillermo Moreno no golpeara directamente a los consumidores, impuso los famosos subsidios. En resumen, todos pagamos, vía impuestos, el precio real, pero no nos damos cuenta. ¡Qué locura!



Pero resulta que, pese a todo, las importaciones no alcanzan para cubrir la demanda, amén del costo sideral que significan, y por eso tenemos faltantes de gas, de gasoil y de nafta. Pongo a disposición del lector que lo solicite el lapidario informe que, esta semana, produjeron los ochos secretarios de Energía anteriores, de todos los signos políticos y recomiendo, enfáticamente, la entrevista que le hizo Magdalena Ruiz Guiñazú a uno de ellos, Jorge Lapeña, y que publica Perfil de hoy.



No está demás recordar, en este momento, que los subsidios a los que hice referencia son tan disparatados que permiten que yo pague $ 40 por bimestre el gas que consumo en mi casa, mientras que mi mucama debe pagar una cifra mensual tres veces superior, ya que no tiene acceso a los gasoductos y debe comprarlo en garrafas.



Tampoco lo está mencionar que este Gobierno, que ha hecho del desendeudamiento (falso, por cierto) una de sus banderas, nos ha endeudado, a cien días de dejar el poder, en cincuenta mil millones de dólares con Qatar, un país del Golfo Pérsico, por la compra de gas licuado a veinte años vista. Y todo ello sin que se nos haya informado cuánto se ha pagado por el combustible y, por supuesto, sin licitación internacional de ningún tipo. ¿Nadie se pregunta por qué lo ha hecho?



Ese escenario no hace más que reproducir el que montó el kirchnerismo con el gasoil teóricamente importado de Venezuela, que fue de mucho peor calidad, más contaminante y más caro que el que, a la vez, Argentina exportó en el mismo período.



Estoy trabajando, como se sabe, en una campaña destinada a hacer entender a todos, especialmente a aquéllos a los cuales su diaria batalla por la supervivencia impide leer los diarios, cuánto afecta la corrupción del Gobierno su vida diaria, y cuánto ésta podría mejorar si la primera no existiese. Lamentablemente, el tema energético –uno de los más importantes- no puede ser reducido, para su explicación, a la mera contraposición de dos fotos.



Si no permitiéramos que -antes don Néstor (q.e.p.d.) y hoy doña Cristina- nos sigan robando como lo hacen, si recuperáramos la seguridad jurídica de la que nos han despojado, en relativamente poco tiempo podríamos dejar de penar por la falta de nafta para nuestros automóviles, por la falta de gasoil para nuestras cosechadoras y tractores, y por la falta de gas para nuestras casas y nuestras industrias.



De nosotros depende. Las encuestas nos dicen que, en tren de mantener el status quo, los argentinos votaremos por el oficialismo en todas partes. Es decir, que quienes voten hoy por Macri o por Estenssoro o por Giudice o por Solanas -en la Ciudad Autónoma-, el 24 por Bonfati o por Del Sel –en Santa Fe- o el 7 de agosto por De la Sota o por Juez o por Aguad –en Córdoba-, el 14 de agosto por Duhalde o por Rodríguez Saa o por Carrió –en las primarias-, votarán el 23 de octubre a doña Cristina en todo el país. Realmente, me parece una absurda hipótesis.



Creo que quienes estamos hartos de este desgobierno, tan corrupto como ningún otro en nuestra historia, propinaremos un golpe mortal al pretendido desfile triunfal del oficialismo, y que lo haremos cada vez que nos pongan una urna delante.



Es indispensable, por el futuro de la República, que eso suceda. Nadie lo ha explicado mejor que Santiago Kovadloff en su nota del 30 de junio en La Nación (http://www.lanacion.com.ar/1385523-la-constitucion-o-el-delito) Es esto lo que está en juego: nuestra supervivencia como país civilizado y democrático o nuestra franca conversión en un feudo con “socialismo del siglo XXI”, imitando a la Venezuela de Chávez. Sólo de nosotros depende.



Bs.As., 10 Jul 11


Enrique Guillermo Avogadro
Abogado

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