martes, 12 de julio de 2011

ESCENARIO Y PLATEA


El escenario y la platea

Por Ricardo Lafferriere

Quienes hayan seguido durante la tarde y noche del domingo la marcha del escrutinio en la Capital Federal y paralelamente la evolución de los discursos de encuestadores y candidatos, no pudieron menos que notar la modificación de los argumentos a medida que las cuentas avanzaban y se hacía necesario articular “los dichos con los hechos”.

De las encuestadoras se ha hablado demasiado. Con alguna honrosa excepción, fue un común denominador ver a sus voceros modificar los números previos para acercarse lo más posible al verdadero número final, que todos conocían desde varios días antes, pero que debían no sólo ocultar sino pronosticar falsamente para responder las conveniencias de sus clientes.

En cuanto a los discursos de las fuerzas en competencia se destacaba –salvo también la excepción del PRO- el esfuerzo para forzar los argumentos a fin de encuadrar la realidad en la respectiva visión ideológica, conducta más propia de las cosmogonías de mediados del siglo XX que de la dinámica realidad del siglo XXI.

Unos y otros mostraron el gigantesco hiato entre los ciudadanos que conforman la platea, y el escenario en el que se mueven los protagonistas de la escena.

El público vive, disfruta, sufre, reclama, sueña y aspira vivir en paz y armonía, con protagonistas que lo dejen tranquilo y, si fuera posible, que hagan algo para hacer su vida más vivible, más confortable, más segura.

Los protagonistas de la escena, mayoritariamente, consideran al público como un objeto de manipulación, movido mecánicamente por preconceptos ideologizados, y a los que es necesario hablarles de cualquier cosa menos de lo que ellos, efectivamente, esperan. La campaña había sido ya una muestra.

El “macrismo” y el “antimacrismo” fueron los principales argumentos, sin profundizar el diálogo –incluso la discusión leal- sobre lo hecho y lo que falta en temas centrales para la vida porteña. “Hicimos la policía metropolitana”, decía uno. “Está bien la metropolitana, pero no la de Macri”, respondía otro. “Hicimos las bicisendas”, insistía el primero. “Las bicisendas están bien, pero no las de Macri”, volvía a responder el otro. “El Metrobus es una iniciativa innovadora y revolucionaria”, proponía uno. “El metrobús está bien, pero no el de Macri”.

Tan sólo la inauguración de la canalización del Arroyo Maldonado fue una bocanada de aire fresco, ante la iniciativa del gobierno porteño de invitar a su inauguración a los ex Jefes de Gobierno, en una demostración de civlización política que, por un instante, nos hizo sentirnos uruguayos…

Estas frases no son ejemplos al azar. Fueron extraídas de declaraciones reales, levantadas por los medios de prensa, por los principales candidatos durante el proceso electoral.

Ese contradictorio rudimentario reemplazó a la reflexión madura sobre las obras públicas estratégicas necesarias de proyección transtemporal, al contenido de la orientación de la currícula educativa ante el formidable cambio global, a la adecuada respuesta del sistema de salud a la compleja realidad capitalina, que debe financiar con recursos propios una demanda que no proviene sólo de compatriotas de todo el país sino también de los países limítrofes, a los que hay que atender.

Tampoco hubo referencia a los complicados mecanismos de coordinación del transporte en la región metropolitana, el chantaje permanente de los concesionarios de la recolección de residuos, o la creciente desarticulación de la educación pública al disolverse los mecanismos de ordenamiento y convivencia tradicionales, sin reemplazo a la vista, dentro de la Escuela y en la relación docentes-alumnos.

Esos temas son los que interesan al público. El escenario, por el contrario, sólo se movió por cálculos y más cálculos. Qué le conviene a la reelección de Cristina. Quién puede capitalizar los votos opositores. Qué sector del oficialismo queda mejor posicionado en el ordenamiento del poder. Cómo capitalizar una u otra obra pública, a quién “pegar” con un escándalo, y cómo insultar o desacreditar con más habilidad…

Es ya un lugar común hablar del desinterés de los ciudadanos sobre la política. El inefable Jefe de Gabinete de Ministros acaba de realizar una de sus definiciones de antología, al imputar a los porteños desinterés por su ciudad, repitiendo su descalificación sobre el gobierno que eligen.

Este funcionario, olvidando su responsabilidad por el asentamiento en el país de los carteles de la droga cuya consecuencia ha sido el exponencial crecimiento de la inseguridad cotidiana, debe haberse enterado que en el mismo día de las elecciones, una prestigiosa y respetada familia porteña debió sufrir el asesinato de su hijo por tener la hidalga actitud de defender a una amiga, en un comportamiento caballeresco que seguramente sería inentendible para su grotesca identidad de matón de barra brava.

No podía atender el tema. Estaba demasiado ocupado en los problemas trascendentes del escenario, tratando que el pronunciamiento electoral porteño no quede pegado a su Jefa política.

Sigan así. Y así les seguirá yendo. Disfrutando las mieles del poder, sin asumir ninguna de sus cargas y compromisos. Creyendo que el Estado es una organización útil para hacer negocios y esconder responsabilidades, en lugar de un mecanismo al servicio de los ciudadanos, de las personas, para hacer mejor su vida y solucionar problemas generales.

Y el escenario seguirá así cada vez más distante de la platea.

La democracia vive si los ciudadanos encuentran canales de expresión que amplifiquen sus voces y miradas, las estudien y articulen sus soluciones con vocación de unidad.

Si quienes deben hacerlo no lo hacen, abonan el terreno para eclosiones que después no deben sorprender.

Como en el 2008. El triunfo de Macri y del PRO no tiene bases ideológicas, sino metodológicas. Simplemente, expresaron mejor que nadie la ansiosa necesidad de los ciudadanos de una convivencia cordializada, dialoguista, abierta, descontracturada, tolerante.

Y esa es una muy buena noticia para la salud de la democracia argentina.

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