Política Nacional / Gabriela Pousa
La herencia institucional del “estilo k”
La gestión de Néstor Kirchner al frente del Ejecutivo se caracterizó por un avasallamiento de las instituciones y la división de poderes republicanos. ¿Continuará Cristina Fernández, hasta completarlo, el destrozo institucional?
Fines de agosto de 2007: el mandato presidencial de Néstor Kirchner se supone ya acabado, no sólo por designio constitucional, sino también por las actividades que ocupan hoy al jefe de Estado. Esas tareas distan considerablemente de una gestión ejecutiva, aun cuando todo cuanto se hace esté sustentado con fondos públicos. La realidad indica que el presidente es hoy apenas un coordinador de campaña, un presentador en sociedad de la primera dama y un tesorero improvisado que abre la caja para tapar las grietas que amenazan con sesgar el voto de su candidata. Lo cierto es que la Argentina vence para Kirchner el 28 de octubre. El 29 se inaugura un nuevo club social y deportivo. Es la forma kirchnerista de concebir al país, una suerte de sede deportiva barata donde se analizan pases de jugadores, priman las barras bravas y se pasa el tiempo sin que importen las consecuencias. Un feudo donde el señor manda.
No obstante, si bien se mira, Néstor Kirchner ha tenido una virtud indiscutida: fue leal a sí mismo desde el primer día. Impuso el “estilo K” y no hubo acontecimiento –por negativo que fuera– que lo haya hecho cambiar. Arremetió contra todo aquello capaz de alterar su modo particular de ver las cosas. Impuso un proyecto hegemónico sin abandono y realizó un lavado generalizado de conciencias para “educar al soberano”, pero en sus propias creencias.
En ese trance, el argentino medio, ajeno a la política aunque dirigido –consciente o no– por ésta, aprendió que existen organismos que años atrás desconocía o de los que, al menos, no tenía noción precisa de cómo operaban ni seguía de cerca su eficiencia. Basta analizar el caso del INDEC. ¿Qué ciudadano común conocía la metodología censista o escuchaba hablar de la veracidad de los índices que de allí salían? De la noche a la mañana, el “estilo K” se ocupó de que todos fuéramos especialistas en porcentajes y en mediciones estadísticas. Supimos que algo más que el propio bolsillo medía el aumento de precios en la Argentina. El “estilo K” permitió que el INDEC se convirtiera en tema de polémica después de años Sin embargo, este “aprendizaje” no es un buen síntoma.
No es muy distinto lo acontecido con las Fuerzas Armadas. La sociedad no las había puesto en el centro de la polémica antes de que Néstor Kirchner asumiera la presidencia. Durante los sucesos de 2001, con el país al borde de la anarquía, no fueron los uniformes los que intentaron poner orden por la fuerza. Hay quienes incluso, desde afuera, cuestionan que no lo hayan hecho de esa manera. Pero en la cúpula militar y en los cuarteles, la democracia era, ya en ese entonces, un dogma y no un anatema. El “estilo K” de todos modos hizo mella. La sociedad volvió a dividirse por asuntos que ni siquiera se debatían en tertulias políticas, menos aún en cafés de sobremesas. Antes de diciembre de 2003, ¿quién discutía lo acontecido en los setenta? No se trató de hacer justicia. Se trató de manipular la historia a fin de distraer a la ciudadanía, de cercenarla, de enfrentarla a sí misma, de ganar un espacio que tácticamente no existía. Creó el “estilo K” una base más de confrontación y pelea en la Argentina “seria”.
La Justicia no escapó a los designios de la particular visión presidencial. El Consejo de la Magistratura sufrió los embates del “estilo K” hasta quedar disminuida su credibilidad, como puede observarse hoy en día. A pesar de que, en nuestro país, dicho Consejo fue incorporado como órgano permanente del Poder Judicial por la Convención Reformadora de 1994, fue durante la gestión kirchnerista que cobró notoriedad gracias a la polémica respecto a sus integrantes y la reforma que impartió el oficialismo, que redujo la cantidad de miembros de 20 a 13. Hoy, no avanzan las causas que involucran al Ejecutivo y se suman arbitrariamente muchos intentos de juicios políticos. Se cambian fiscales y jueces en los procesos jurídicos como se cambiaban las figuritas en el colegio. Tal es la parcialidad de la Justicia kirchnerista que hasta el obispo de Santa Cruz acaba de advertir que podemos caer en la justicia por mano propia.
El Poder Legislativo es otra de las víctimas del “estilo K”. El ejemplo concreto de la conversión del Congreso en un poder dependiente del Ejecutivo se plasmó en el otorgamiento de superpoderes para el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y en la reglamentación de los decretos de necesidad y urgencia (DNU). Superpoderes inexplicables cuando se crece supuestamente a un 8% anual y la crisis no es tal. A su vez, la preferencia del presidente de gobernar por decreto antes que enviar al Congreso proyectos de ley es una tendencia que fue acrecentándose desde su llegada al poder. Néstor Kirchner lleva, así, un promedio de 69 firmas de DNU por año, con el sólo fin de llevar adelante su obra de gobierno sin control parlamentario.
También en la educación ha habido injerencia decisiva del “estilo K”. Durante la gestión kirchnerista, la Universidad de Buenos Aires estuvo prácticamente paralizada y sin autoridades hasta que “a dedo” se produjo el nombramiento del actual rector. Pese a ello, no ha sido posible todavía liberar los claustros de las internas políticas que pugnan por el manejo de los fondos de la educación pública en la Argentina.
La Iglesia no quedó afuera de este deterioro institucional provocado por el “estilo K”. Sufrió el desdén y la crítica punzante. Néstor Kirchner, más anodino que ateo, quizás, situó a la institución en la vereda de enfrente y la convirtió, de ese modo, en un adversario más.
Finalmente, los partidos políticos ya cercenados antes de la asunción del presidente terminaron de sepultar sus estructuras básicas. La democracia se quedó, entonces, sin uno de sus pilares fundamentales. El voto es soberano, pero el soberano que tiene que ir a votar ya no tiene idea de qué es lo que encontrará en el cuarto oscuro: un inodoro, un crédito no reembolsable si gana la candidata oficial, una bolsa como la de Felisa Miceli o una valija sin origen ni destino. Todo puede pasar.
La pregunta que sería bueno hacerse –teniendo en cuenta que el “cambio” que representa Cristina Fernández es una continuidad del “estilo K” y ésta se alza primera en las encuestas (aunque el porcentaje se deshace como nieve en primavera)– apunta a desentrañar si acaso importa la calidad institucional o si con el aumento de las asignaciones familiares, el 12% más para los jubilados, los logros de Hugo Moyano o los cambios en la tablita de Machinea ya está, alcanza… © www.economiaparatodos.com.ar
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