Política Nacional / Gabriela Pousa
¿Quién vota al kirchnerismo?
Se acercan las elecciones de octubre y son pocos los que dudan de que Cristina Fernández de Kirchner se convertirá en sucesora de su marido. La incógnita es, en cambio, la composición de su base electoral.
Para desentrañar quiénes son los posibles electores del kirchnerismo, es necesario abordar las falsas y anacrónicas categorías que el actual gobierno se ha encargado de resucitar: izquierda, derecha y clases sociales, como si el proletariado pudiera tener acceso al poder o ser siquiera soberano en la Argentina.
Comenzando con las dos primeras categorías, puede afirmarse que no son éstas las que sumarán votos a la primera dama en octubre. El descontento con el gobierno nacional se ha ido incrementando a lo largo de los años. Tras el magro 22% de votos obtenido por la fórmula Kirchner-Scioli en 2003, la popularidad del primer mandatario logró su momento de gloria fundado más en anuncios escenográficos como la renovación de miembros de la Corte Suprema y la proclama de la “nueva política” que en una gestión concreta.
Al poco tiempo, la izquierda más “pura”, por llamarla de alguna manera y diferenciarla de aquella creada para necesidad presidencial, entendió que el Jefe de Estado había usurpado buena parte de su oratoria en pro de congraciarse con ella para armar poder político. Pero aquella proclama hacia agua al observar los hechos. Aquella izquierda dejó entonces de ser kirchnerista. La derecha, que ni sabía quizás que existía, encontró una nueva razón de ser: manifestar su desdén por el modus operandi de un Ejecutivo decidido a manipular derechos humanos, cercenar los valores institucionales y trastocar la historia nacional. Esta división ya anacrónica en el mundo todo, resucitó en la Argentina con el gobierno progresista de Néstor Kirchner. Sin embargo, éste no tiene un ápice de la izquierda vernácula ni orilla los lineamientos económicos de la que se denominara alguna vez la derecha-liberal o si se prefiere, conservadora. Kirchner no es una cosa ni la otra. Es más bien un oportunista.
Kirchner no nacionaliza. Traspasa paquetes accionarios a manos amigas. Genera crecimiento pero no desarrollo. Pregona la industrialización pero vive y se alimenta de las exportaciones y retenciones que le deja el sector agrícola. Asimismo, la industria fue el sector más perjudicado por la crisis energética que, para otros grupos sociales, como la clase media, no existió todavía. En la mentalidad argentina es necesario que se apague la luz del living o de la cocina para que se admita que el sistema energético colapsó. Peculiar forma de entender la política: “ver para creer” en algunos aspectos pero confianza ciega y entrega absoluta a una demagogia que vende espejitos de colores todos los días. ¿Cuál ha sido el sector beneficiado por el kirchnerismo? ¿Cuál es la base del electorado que tendrá Cristina? La respuesta parece ser imprecisa.
Está claro que ni derecha ni izquierda tradicional votarán su consigna. Tampoco lo hará el campo. La industria baja la cabeza, aguanta la metodología, negocia el apriete pero, ¿vota este tipo de política? La lógica hace prever una respuesta negativa. Sin embargo, y a pesar de la lógica y hasta de la corrupción que hace mella por donde se quiera, Cristina Fernández de Kirchner se erige hoy como la candidata con mayor posibilidad de acceso al sillón de Rivadavia. ¿Cuál es la causa?
A simple vista, se diría que no hay sector social beneficiado por la gestión kirchnerista, posiblemente lo halla beneficiado por negocios y quimeras. La inflación que ya gravita pese a la manipulación de las estadísticas perjudica más a las clases bajas que consumen lo mínimo indispensable. Es sabido que en esta Argentina paga más caro el gas el habitante de la villa miseria que una familia de Barrio Norte o Recoleta. Pero… el “pero” siempre está y explica de alguna manera que la candidata oficial se erija primera en las encuestas aunque hay duda si los márgenes de ventaja son los que trascienden a la opinión pública. Esta vez, el “pero” apunta, primero y principal, a la falta real de alternativa a nivel nacional capaz de lograr una propuesta atractiva para la ciudadanía. En segundo lugar, aunque el orden no modifica las cosas, la ausencia de medios de comunicación masivos al servicio de la gente más que de intereses políticos es otro factor negativo que habilita que tengamos un gobierno como el que tenemos, y sea capaz incluso de mantenerse otro período.
Asimismo, cabe resaltar que hemos vuelto a votar ideología. Posiblemente la economía haya pasado a segundo plano a la hora de emitir sufragio para un porcentaje de la ciudadanía. En ese sentido, la clase media no politizada, ajena al contenido discursivo del atril presidencial es posible que prefiera “malo conocido” a innovar. Una concepción extraña del “conservadorismo” nacional. Hay que sumar una izquierda borocotizada que encontró en la proclama de derechos humanos oficialista beneficios para mantener la escenografía, aún sabiendo que está siendo utilizada. Manipulados de privilegio, más felices en el rol de títeres que de titiriteros…
Y, por último, el arraigo al clientelismo. Puede decirse que lo sucedido en la provincia de Misiones, ha sido la excepción que confirma la regla: guste o no, la dádiva sigue cosechando electorado en la Argentina. No hay acción pedagógica que le ponga freno y permita tomar conciencia de lo que ésta acarrea. El negocio de la pobreza le faculta al Ejecutivo su continuidad en escena. No hay bolsa de dinero ni contrabando de armas ni valija llena de dólares capaces de modificar sustancialmente las cosas. El disgusto de quienes entienden que estos hechos complican al país más allá de las internas que generan en Balcarce 50 no es representativo de la sociedad en su conjunto. Hay microclimas que se retroalimentan pero no hay llegada al grueso social que está ajeno a las implicancias ideológicas de la política nacional.
Muchos votarán a Cristina. Nadie puede saber a ciencia cierta el número. Pocos votaron a Néstor Kirchner. Menos, todavía, sufragaron a favor de su antecesor en el cargo. Sin embargo, ocuparon y ocupan la presidencia. La sociedad no sólo no tiene las respuestas, sino que quizás tampoco se hace la gran pregunta: ¿hay que cambiar la política o hay que cambiar la cabeza?
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