jueves, 27 de marzo de 2008

POR SER " VIVOS"

CÓMO NOS VA POR SER "VIVOS"

Por Alberto Asseff



Aunque lo disimulemos, todos alardeamos de nuestra "viveza". Algunos, hoscamente. Con chabacanería. Otros, más recatadamente. Con embozo. Empero, campea esa condición de que somos gente "viva". Ingeniosa, pero no tanto para innovar, solucionar, progresar, sino para transgredir, sacar ventaja, saltear reglas. Para acomodarse, trepando. Para sortear los pasos del mérito y de la carrera. Para ganar abruptamente, aun dejando a la vera del camino algunas cabezas y muchas sanas esperanzas de los congéneres.



Lo comprobamos en todos lados. Sea en la actividad laboral, sea en la calle, sea en un espectáculo, sea manipulando el Indec. Todavía no hemos sido capaces de instaurar la carrera administrativa en serio en la Administración pública. En los 2000 municipios se entra por influencia, amiguismo o liso y llano acomodo. Prácticamente lo mismo acaece en las 24 jurisdicciones federales y en el mismísimo Estado nacional. Ciertamente, casi por milagro, disponemos de jefes de departamento y sus equivalentes que saben de los arcanos burocráticos y tienen acreditado avezamiento. Pero la regla es que la mano amiga o influyente franquea el pórtico del Estado.



El primer resultado es que la Administración es espantosamente pesada, ineficiente, nada servicial, muy distraída, irritantemente burocrática, mediocre, carente de iniciativa. Es, en síntesis, un sitio para vegetar con paga asegurada. Es la consecuencia de la "viveza" del acomodo como sistema.



Análogamente, a pesar de los formales esfuerzos de los Consejos de la Magistratura, está plagado de jueces que arribaron por la mano mágica del amigo y no por el concurso de sapiencia y por el curriculum. El efecto es la Justicia que poseemos, con sus pasmosas morosidades y con su denunciada falta de vendas para fallar sin parcialidad y con absoluta ética.



Hemos judicializado la calle como herramienta para obtener nuestros reclamos. El piquete es el nuevo juez sin nombramiento. Somos tan "vivos" que no permitimos que los otros vivan y trabajen en paz.



Somos tan "vivos" que tenemos más médicos por habitantes que Suecia. Hay veinte por cuadra en el Barrio Norte porteño, pero ni uno en 100 km a la redonda en El Impenetrable o en la Puna.



Padecemos de la cultura de la ilegalidad. Violar leyes es hasta un deporte aburrido a esta altura. La derivación devastadora es que nos saqueamos con total impunidad. La Justicia está abarrotada de procesos penales por hechos menores, pero los asuntos elefantescos gambetean la punición con habilidad mágica. O se llenan de fojas hasta alcanzar la meta de la prescripción -es decir el cese de la pretensión punitiva del Estado- o nunca llegan al expediente, diluyéndose por el arte del poder que todo lo logra.



El ser quebrantadores de la ley nos inhabilita para conformar una convivencia elemental. Si dejamos todo librado al mercado es un viva la Pepa. Si intentamos regular las cosas, también. Otro resultado de nuestra viveza.



Como somos "vivos" hemos traducido a letra muerta el mandato federal de nuestra Constitución. Hoy nuestro unitarismo real transforma a Rivadavia en un adalid del federalismo. Esa viveza obtiene el milagro de que se le saque a las provincias miles de millones de pesos y después se las "ayude" con anuncios desde el atril del Salón Blanco.



Si partimos de nuestros ámbitos urbanos para gozar del oxígeno, del paisaje y de la novedad, compartiéndolo con la familia, corremos el riesgo cada vez más atormentante de que devenga en una tragedia. No sabemos si el vehículo que va a nuestro lado está técnicamente apto, ignoramos si el chofer del ómnibus o del camión se dio una festichola de alcohol y carne o si ha dormido lo suficiente. Como somos "vivos" todo esto es una lotería, no un orden establecido.



Como somos "vivos" precisamente estamos embarullados en el desorden. No vaya a ser que se nos enrostre fascismo por aludir al orden. Los "vivos" prosperan en el berenjenal y en el barro, no en las reglas. Zonzos son los suecos o los suizos que tediosamente viven con arreglo a las normas. Nosotros somos "vivos". Por eso no hay paseo público ni patrimonio común que soporte a nosotros, los "vivos". Las langostas en banda tienen más respeto que una recua de "vivos" con botella y pizza en mano. Y algún aerosol para dejar la marca del paso por el espacio público. La posteridad deberá saber de nuestra "viva" presencia.



Nuestra "viveza" nos ha conducido a reabrir el pasado en vez de dejar que entierre a sus muertos. Estos "vivos" del Sur estamos envueltos y revueltos por infaustos hechos de hace 35 años. Mientras, el futuro está ahí, incierto, sin labradores que lo vayan construyendo.



Recreamos, seguramente por ser tan "vivos", los debates arcaicos de índole ideológica, esos que hasta Mongolia sepultó. De ahí el frenesí con el que nos aferramos a las antinomias. Hasta el punto de hacer de un chacarero un oligarca.



Somos tan "avivados" que reprendemos verbalmente y castigamos al bolsillo de los creadores de riqueza y a los emprendedores en lugar de ponerles sólo el coto del bien general, pero siempre en el marco de estímulos. Así, los "vivos" hace tiempo que repartimos pobreza.



En algún momento esta cultura de la "viveza" promovió un proceso aciago de deseducación. El que era el país más señorial del hemisferio sur por su educación se ha venido tribalizando. Lo que eran ciudadanos se van asemejando a turbas. Duele porque son nuestros hermanos argentinos.



La política está saturada de "vivos". Lo mismo los sindicatos, el comercio, el deporte profesional. Todo. Así nos va. El amor a una camiseta puede amparar las negociaciones más espurias. La deslealtad comercial puede ser moneda corriente. La política y los sindicatos fuentes inagotables de riqueza sin la santidad del trabajo digno y lícito. Así, en lugar de servidores públicos, nos laceran codiciosos sin límites, dedicados a poner parches a los problemas colectivos y bienes en sus arcas personales.



Como somos "vivos" no se nos ocurre planificar, con cierto sacrificio, algunas estrategias de mediano plazo, tales como un plan demográfico para evitar la desequilibrante concentración de la población en algunas áreas o, más ambicioso en sus miras, un verdadero programa de desarrollo integral. Los "vivos" sobreviven en el día a día. Es de "zonzos" pensar en el futuro. Que los que sobrevengan se las arreglen como puedan. Para eso está nuestro legado de "viveza", transmitido de generación en generación.



El colofón es muy simple y conlleva un clamor: para poder vivir como colectivo nacional es hora de apearse definitivamente de ser "vivos". La esperanza esta en los millones de argentinos que viven sin ser "vivos". Por ahora, los protagonistas casi monopólicos son los otros, los "vivos".



Los resultados de la "viveza" son demoledores. Es tiempo de experimentar el modo antitético, es decir vivir en la ley, el trabajo, el esfuerzo, el mérito y los valores. Nos va a ir muchísimo mejor.

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