(Por el Lic. Gustavo Adolfo Bunse). (25/3/2008)
En la Argentina existen y han existido gran cantidad de estúpidos e idiotas en todos los escenarios imaginables y aún en áreas de decisión que afectan muy sensiblemente la vida nacional.
Creo seriamente que, si en este país, todos los imbéciles levantaran vuelo al mismo tiempo… taparían la luz del sol.
Hemos tenido ejemplos muy concretos en la primera magistratura y probablemente ya no quede demasiada gente en la Argentina que no sepa bien quienes han tenido (y tienen) aquellas características, aunque, cuando los votaron, no se habían dado cuenta de ese terrible defecto.
El estúpido, muchas veces pasa por loco, o acaso por genio (como el caso de la película “Desde el Jardín”, donde el señor Gardiner - un tarado mental - se convierte en el factótum de las decisiones del Presidente de los Estados Unidos).
Pero existen facetas de la personalidad de un idiota que hacen que buena parte de sus acciones, (más conocidas como idioteces o imbecilidades) se conviertan en actos de verdadera malicia y crueldad.
Suele entonces, la maldad, ser hija putativa de la estupidez.
El gobierno que tenemos ahora, podría ser un ejemplo patético aunque muchos piensen que sería magnánimo librarlo de su etilogía de maldad esencial y cambiársela por un factor originante : la simple imbecilidad.
Y tal vez ese sea uno de los más temibles subproductos de impacto en las naciones sometidas al capricho de un imbécil a quien se le asigna, por error, la categoría de “duro”, “confrontativo”, “ideólogo”, “empecinado”, “loco” y otras tantas adjetivaciones que lo único que hacen es esconder su verdadera esencia : la de un simple imbécil.
Al ser la maldad un clásico producto de la imbecilidad, entonces, para combatir la primera no sólo hay que poner manos a la obra con urgencia sino que también hay que prestar atención a la segunda que la nutre y que como se ve, casi siempre la ocasiona.
Por lo general, vemos que se trata de imbecilidades de grueso calibre.
Gente muy capaz e inteligente, se ve entonces conminada a discutirlas, rebatirlas e intentar anularlas, y por lo tanto a escuchar lemas infames, discursos ramplones, razonamientos que no merecen tal nombre, arengas rudimentarias y afirmaciones totalmente piradas.
El terrorismo es otro clásico ejemplo de maldad provocada por idiotas además de los jefes de Estado.
Kant ya advirtió contra esto:
“Nunca discutas con un idiota.
La gente podría no notar la diferencia”.
Sin embargo a veces es casi inevitable desoír ese consejo, por ejemplo cuando los grandes imbéciles… lo están matando a uno.
A menudo se descubre que la cosa es incomprensible, y no desde luego por la complejidad de los motivos, sino por el contrario, por su extremada elementalidad, por la brutal superficialidad, por la indefectible exageración de la medida asesina.
Lo cierto es que, en esos casos, además de protegerse, de luchar, de llorar a los muertos y de vivir en permanente estado de zozobra, no queda otra solución que prestar oídos a los asesinos, a esos que explican y argumentan mil cosas, si es que esas palabras no son demasiado nobles para lo que suele darse.
Y puede uno verse así, muy enredado… con inmensas necedades.
Cualquiera que sepa algo del régimen nazi habrá comprobado que detrás de él no había una sola idea interesante ni original, ni compleja, ni siquiera digamos inteligente.
Basta ver una vez más “El triunfo de la voluntad”, el grandilocuente documental de Leni Riefenstahl sobre las concentraciones hitleristas de Nüremberg en 1934, para verificar allí que las masas se enfervorizaban ante discursos que eran completamente vacuos, utópicos y rupestres.
Durante cuarenta años se oyeron las mil cretinadas franquistas hasta la náusea, todas de un nivel intelectual ínfimo.
Léanse los “profundos” pensamientos que llevaron a Milosevic y a Karadzic a sus criminales limpiezas étnicas. (Uno era psicoanalista y el otro poeta) pero su terrible indigencia intelectual fue más bien digna de verdaderos analfabetos.
Ahora aparecen en nuestro horizonte unos terroristas nuevos, y algunos graban vídeos antes de hacer alguna masacre y luego suicidarse o inmolarse.
La traducción parcial de su mensaje in articulo mortis nos sume también en el inabarcable mundo de las sandeces.
No es fácil saber si resulta posible no interesarse por quienes nos matan. Pero algo ganaríamos si lo lográramos, una vez que fuesen oídas sus estúpidas, rancias y tediosas causas.
El pellejo lo podríamos perder igualmente, pero al menos, y mientras llegase o no el día final, no se nos contaminaría el cerebro con sus descomunales idioteces.
Con el gobierno que dirige hoy nuestros destinos, pasa exactamente lo mismo: No cuesta mucho advertir, bajo sus capas negras de déspotas, de totalitarios y demagogos , la verdadera esencia de imbecilidad que tienen dentro, como yacimiento inmanente de su falsa retórica y como sostén endeble de su prédica ordinaria y de burdel.
No nos cuesta casi nada tener gran indignación ante semejantes infamias perpetradas a los ponchazos con esa imagen de directora de escuela y con su admonición burlona para niños ingenuos. En suma, con su hipocresía salida de “El Tartufo”, la mejor novela de Moliêre.
No parecen quedar dudas. Estos gobernantes… no son perversos.
Son algo mucho peor, porque un perverso suele tener siempre cierta inteligencia, cierta habilidad para el vicio, e incluso, en lo suyo… hasta cierto talento macabro, es decir… tiene más de un dedo de frente.
El tufo y la aceitosa sangre de la imbecilidad están en la Casa Rosada… y derraman suavemente por las escalinatas…
… Para todos los que quieran abrevar… de allí.
Lic Gustavo Adolfo Bunse
gabunse@yahoo.com.ar
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