lunes, 30 de marzo de 2009
CONFLICTO INTERMINABLE
Segunda opinión - 30-Mar-09 - Editorial http://hectorblastrillo.blogspot.com/ CAMPO: UN CONFLICTO INTERMINABLE por Héctor Blas Trillo En la última semana, en medio del paro agropecuario y los cortes de rutas, arreciaron los discursos cargados de agresión y descalificación, en una escalada absurda que muestra que el conflicto se ha tornado interminable ante una realidad económica cada día más comprometida. Cuando en marzo de 2008 el entonces ministro de economía Lousteau puso en el tapete la famosísima resolución 125 con las llamadas retenciones móviles, es muy probable que la cúpula del gobierno kirchnerista no imaginara las terribles consecuencias que esa decisión tendría. El conflicto con el sector agropecuario no comenzó, claramente, con esa malhadada resolución ministerial. Comenzó mucho antes, en tiempos de Lavagna, cuando poco a poco todos fuimos comprendiendo que las llamadas retenciones a las exportaciones habían llegado, como todos los impuestos, para quedarse definitivamente. Poco a poco las retenciones fueron utilizadas por los gobernantes, con el ministro Lavagna a la cabeza en ese entonces, para forzar precios locales a la medida de la intencionalidad política. Dejaron de ser un recurso económico válido en la emergencia para pasar a ser un garrote a utilizar contra los díscolos, entendiendo por tales a todos aquellos que intentaran modificar un precio sin el visto bueno del poder Y al decir esto de manera tan genérica no estamos equivocándonos. Acá no solamente resultaba punible el llamado campo por no entender lo políticamente correcto a juicio del matrimonio Kirchner. También lo era el sector petrolero. El envío de la fuerza de choque de un piquetero oficial contra las estaciones de servicio Shell, o la prohibición de comercializar en aquellos tiempos un gasoil de calidad superior dictada con efecto retroactivo, muestran claramente la realidad. De manera tal que el conocido discurso anti soja, por ejemplo, resultó ser una novedad para nada novedosa. Hoy mismo ha pasado de moda, inclusive. Ya no importa la llamada sojización ahora importa más la distribución del producido, o la venta del acumulado en silos manga. El objetivo de las retenciones era y es el afán recaudatorio y la discrecionalidad en el manejo de los fondos, al tiempo que un látigo para castigar con todo rigor a los rebeldes. Entre muchas otras curiosidades, esta gente cree (Lavagna, los Kirchner, Lousteau), que los precios no son la consecuencia de múltiples intereses dispersos en un mercado donde millones de actores deciden adquirir o no un producto según sus necesidades y recursos. No. Esta gente cree que los precios son la decisión de un grupo de conniventes angurrientos y perversos que se juntan a conspirar contra el buen funcionamiento de la economía argentina y contra la gente más pobre. Y pese a que el mundo, la vida, la historia y la realidad, muestran a las claras que los precios no dependen en absoluto de obscenas voluntades conspirativas, insisten en su apotegma, atacando entonces las consecuencias de sus actos mediante controles, castigos, prohibiciones y trabas de todo tipo, que a lo único que conducen es a un empobrecimiento general sin resolver ni por asomo el problema inflacionario que ellos mismos han generado con la emisión espuria de billetes. La resolución 125 fue mal concebida en un todo. La eliminación del mercado de futuros y la fijación de un tope al precio local mediante las retenciones móviles constituyeron obstáculos insalvables para el sector, y ya nada pudo ser igual. Los incrementos en los porcentajes de retención parecían, hasta marzo de 2008, tener una vinculación directa con los precios internacionales. Eso pasaba con algunos cereales y con la soja. Pero también pasaba con el petróleo y sus derivados. Y con los lácteos. Y con la carne. La idea fuerza del modelo pergeñado por el Dr. Lavagna consistía en desacoplar los precios locales de los internacionales para poder mantener un tipo de cambio alto. Este era el fondo de la cuestión. Este y la necesidad de mantener un superávit primario en torno de los 3 puntos del P. B. l. pese al pavoroso incremento del gasto público. Claro que toda falacia económica tiene un límite. Los artilugios monetarios no duran para siempre. Y la inflación provocada por la emisión de moneda para mantener un tipo de cambio artificial, terminó barriendo con la base ideológica del modelo. El superávit nunca fue, fundamentalmente, otra cosa que una ficción producto del tipo de cambio alto, y no una realidad producto de la eficiencia. Así lo hemos señalado hasta el cansancio, y así ha venido resultando en la realidad. El gobierno terminó en su momento con las estadísticas confiables del INDEC para iniciar una escalada de engaños y torpezas de una gravedad increíble. A la falacia de un superávit monetario surgido de un recurso inflacionario que intentaba disimularse, le siguió entonces la mentira de los índices, y a ella la mentira de los datos de todo tipo resultantes de la necesidad de exhibir una gestión que no mostrara fallas. Y a eso se agregó, finalmente (o no) la búsqueda de culpables. Los factores exógenos. La culpabilidad de los otros. Una actitud de lamentable irresponsabilidad que no es nueva en la Argentina, por lo demás. Y menos en la política argentina. La realidad ha pasado por encima de todo. Mientras los precios internacionales de las commodities fueron elevadísimos el gobierno y sus ministros de economía pudieron mantener la ilusión de que todo se debía al modelo económico elegido. Pero poco a poco la tasa inflacionaria fue mostrando que detrás del andamiaje, algo no funcionaba del modo correcto. Nunca fue aceptada esta verdad de a puño. Siempre se intentó decir que el problema era producido por la inescrupulosidad y la angurria de empresarios avarientos y desalmados. Por grandes grupos económicos que usufructuaban para sí las oportunidades que el sistema ofrecía. La política se da de bruces con la economía, porque la falsedad no perdura en el tiempo. Y quienes acusan a empresarios, a empresas, a grupos económicos y a cuanto fantasma ande suelto, terminan siendo responsables por su inacción. Esto también lo repetimos infinidad de veces. Dicen los entendidos que en materia económica es posible hacer de todo, menos evitar las consecuencias. Y tales consecuencias están a la vista. La inflación que intentó contenerse con burdos controles de precios, mentiras y actitudes prepotentes y mandamasistas de funcionarios de segundo y tercer orden puestos en funciones para dar la cara, terminaron cuasi destruyendo la producción primaria. El deterioro es evidente y no hace falta abundar en la situación de la ganadería, la lechería o la agricultura. Cuando el excepcional mercado internacional cayó como lo hizo en la segunda mitad de 2008, el juego terminó abruptamente. Los ministros de economía se sucedieron y se sucederán, como en otras épocas. O tendrán un perfil tan bajo que ni se notará su existencia, como pasa actualmente. Pero nada resolverá los urgentes problemas de falta de fondos suficientes para afrontar las obligaciones, o para lograr salir del pozo en el que nos ha metido la esquizofrenia reinante. La resolución 125 fue un espejismo. Los argumentos vertidos en su favor fueron modificados por el mismo gobierno a poco más de tres meses de su sanción, cuando se intentó paliar sus efectos sobre pequeños y medianos productores mediante sistemas de devolución que jamás fueron llevados a la práctica. La dialéctica de que si se hubiera sancionado tal resolución hoy el campo estaría mejor se choca con la propia marcha atrás parcial del mismo gobierno. Pero no es todo. Si hoy por hoy la situación sería mejor para el sector agropecuario con la vigencia de tal resolución, como ha venido sosteniéndolo una y otra vez la presidenta Fernández, lo que correspondería es corregir el error en que han incurrido los dirigentes de la llamada mesa de enlace. Porque esta actitud de sostener algo así como un ahora embrómense más bien parece un acto de venganza infantil que la reacción de una estadista. En efecto. Si algo vemos muy modestamente como verdaderamente preocupante en todo esto, es la ridícula reacción presidencial vengativa e inoperante. La función de los dirigentes que tienen a su cargo la facultad de decidir y de imponer tributos de semejante magnitud y naturaleza es justamente la de velar por el interés general. Aún en el error, y aún en el caso de que la gente del campo no reconociere el error, lo que corresponde es arreglar el entuerto. En lugar de eso, se recurre al continuo enfrentamiento y el insulto. Al agravio que luego termina respondido en una interminable calesita de la nada. Repetir o contraatacar las palabras dichas desde el atril por el matrimonio presidencial es ocioso. Carece de utilidad. Lo cierto es que el gobierno debió recurrir al asalto de las AFJP en parte para quedarse con los fondos acumulados y en parte para contar con los recursos de los trabajadores que mensualmente iban a esos entes para paliar en parte la merma del superávit, lo cual no hizo sino ahondar la desconfianza. Durante 2008 la salida neta de capitales superó los 23.000 millones de dólares. La merma en la producción agropecuaria alcanza cifras pavorosas aún no del todo explicitadas. La incertidumbre respecto del futuro obligó a adelantar las elecciones y está claro que el adelanto generó más incertidumbre. ¿De qué sirve todo esto? El blanqueo de capitales es un intento más de arrimar fondos a las exhaustas arcas. La ya decidida intención de Néstor Kirchner de postularse como candidato a primer diputado en la provincia de Buenos Aires muestra claramente el polvo de una derrota inexcusablemente provocada por el propio clan gobernante. Pero la asunción de esa derrota no hace sino generar todavía más dudas e incertidumbre. Apostar todas las fichas a que un ex presidente gane unas elecciones de medio término como candidato a diputa de una provincia, cuando salió del gobierno con un 70% de imagen positiva no es sino el síntoma flagrante del fracaso. El decreto de necesidad y urgencia otorgando una suerte de coparticipación falsa y arbitraria sobre las retenciones a la soja no es otra cosa que más de lo mismo. Manotazos de ahogado para atraer al molino gobernante a genuflexos gobernadores e intendentes necesitados de dinero, que no hacen sino demostrar que no pueden sostenerse sin la ayuda de la caja, lo cual en definitiva genera todavía más incertidumbre. Hemos oído argumentos de algunos gobernadores acerca del federalismo que son verdaderamente trágicos. Es el caso por ejemplo de Beder Herrera, de La Rioja, quien ha sostenido públicamente que la coparticipación de las retenciones a la soja forma parte del federalismo que es indispensable. Basta con recordar que el federalismo justamente NO es coparticipar, sino que es que cada provincia viva con lo suyo para entender la gravedad y endeblez intelectual en la que se encuentra cierta dirigencia. La coparticipación ha venido a sustituir el derecho de los estados federales, es decir de las provincias, de recaudar sus impuestos. Delegar en el Estado nacional la facultad recaudatoria para ponerse de acuerdo luego en la distribución del pozo recaudado es la mejor forma de negar el federalismo y caer en el feudalismo. Las provincias no deben poner la cara a la hora de recaudar impuestos, solamente gestionar la participación en el botín y luego pagar con ese dinero los cargos públicos creados para terminar con la miseria así generada y mantener el voto cautivo. Lo hemos visto hasta el cansancio. Pero además, si coparticipar impuestos como el de la soja fuera un genuino acto federal, no se entiende por qué los gobernadores no han salido en estos años con toda la furia a pedir por ello. Por qué no lo hacen ahora mismo, dado que apenas si se ha reconocido mediante un decreto la coparticipación de UN impuesto a UN producto exportado. En fin, todo es tan surrealista que ni vale la pena insistir en esto. Tan solo referirlo porque los operadores e inversores no comen vidrio, como parece que supusieran algunos políticos en la Argentina. En el marco de semejante grado de arbitrariedad, nadie hará el esfuerzo de arriesgar su capital. Y no sólo eso, sino que por el contrario, la inversión se retraerá aún más. Dr. Héctor Blas Trillo
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