sábado, 25 de abril de 2009

TIRANÍA




Dr. Carlos Marcelo Shäferstein,

Desde el mismo comienzo de su gestión, y con creciente intensidad, la presidencia de los Kirchner ha efectuado una distinción tajante entre quienes sufrieron los excesos de la represión contra el terrorismo en los años 70 y quienes cayeron como consecuencia de la acción subversiva.

El primer mandatario ha distinguido, estrechado vínculos y subsidiado a las diversas organizaciones no gubernamentales que reúnen a los ascendientes o descendientes de las víctimas de la represión. En cambio, respecto de los integrantes de las fuerzas que combatieron al terrorismo, exhibió una posición diametralmente opuesta: no sólo expresó juicios lapidarios que englobaron no pocas veces a todos los miembros de las Fuerzas Armadas, sino que jamás hizo pública su solidaridad hacia los deudos de las víctimas del terrorismo y hasta consideró como actos casi hostiles a las manifestaciones en las que se procuraba recordarlas y honrarlas.

Este tratamiento disímil ha sido asumido por el Poder Judicial. En sucesivos fallos, nuestro más alto tribunal ha considerado que no son prescriptibles los delitos de lesa humanidad cometidos por quienes desempeñan funciones gubernamentales, en tanto que sí prescriben los crímenes de las mismas características, cometidos por terroristas sin conexión con el Estado. Debe señalarse que ninguna de las convenciones internacionales invocadas para sustentar esta posición efectúa la distinción adoptada por nuestra jurisprudencia.

Así, mientras que en la actualidad los integrantes de las Fuerzas Armadas y de Seguridad afrontan procesos penales en los que también se han desconocido los principios constitucionales de cosa juzgada y de inmunidad a un doble juzgamiento por un mismo hecho, quienes fueron terroristas perpetradores de delitos de lesa humanidad no sólo están protegidos por esta jurisprudencia, sino que en muchos casos desempeñan funciones relevantes de gobierno.

Es peligroso utilizar esta modalidad nada republicana para convocar a personas con el velado propósito de someterlas al escarnio de pasar por una sala colmada de adversarios ideológicos, a los que poco interesa la conducta o la intervención en los hechos que se juzgan, sino tan sólo exhibirlos a la vindicta pública.

Satyagraha, para los hinduístas, es una búsqueda implacable de la verdad y la determinación de alcanzar la verdad. Esa búsqueda de la verdad no admite el ejercicio de la violencia sobre el oponente, sino que éste debe ser apartado del error con paciencia y simpatía.

Mahatma Gandhi decía que en el diccionario de un satyagrahi no existe la frase “no perdonar”.

Y eso mismo lo dijo en EEUU el nieto del Mahatma, y ello hizo que ciertos lobbys obligaran a las autoridades de la Universidad a cerrar el “Instituto de la no-violencia”, que dirigía uno de sus nietos.

Gandhi decía que el perdón es el más alto galardón de un Soldado, el más alto grado de la dignidad humana. Es difícil alcanzar tal grado de desarrollo espiritual, pero es lo menos que podemos hacer si queremos ser dignos de nuestra condición humana.

Es absolutamente inútil e inconducente vivir en un pasado necrofílico, con museos recordatorios de lo peores momentos de la humanidad

No saber perdonar trae como consecuencia que los sobrevivientes de los “perseguidos” y sus descendientes, como ocurre en Palestina, se hayan convertido en victimarios. Y pretenden impunidad basándose en ese pasado en el que sus abuelos y padres supuestamente fueron masacrados en una guerra, que, como toda guerra, fue inútil e inmoral.

Por eso, como decía Víctor Hugo “Es necesario deshonrar la guerra”.

Por ejemplo, los “sobrevivientes y sus descendientes” se han convertido en los victimarios de hoy porque no han sabido elevarse a la dignidad del perdón. Y transmiten y obligan a las comunidades judías de todo el mundo occidental a ser solidarios y cómplices de las masacres que hoy le ocasionan al pueblo palestino, que nada le hizo y que, contrariamente a los europeos, cuando familias enteras de judíos decidían huir de la Europa fratricida encontraron en Palestina y otros países del área, la acogida fraterna para reconstituir el hogar que habían perdido en sus patrias de nacimiento.

¿Qué ocurriría si los descendientes de las etnias cananeas a las que, en los relatos literarios de la Torah, Moisés, Josué y otros, siguiendo las órdenes de Yaveh, masacraron y eliminaron produciendo, quizá, los únicos genocidios de la historia humana, y que hizo que Carlos Escudé en su libro “La guerra de los dioses”, escribiera que “Yaveh es el mayor genocida de la historia humana”, ahora, esos descendientes, pretendieran vengarse y se convirtieran ellos mismos en victimarios de los seguidores de Yaveh?


¿Qué son en la Historia 2000, 70 o 35 años? … Casi lo mismo.

En nuestro planeta los seres humanos somos unos recién llegados, como escribió un sabio judío llamado Carl Sagan. Pero llevamos ya casi 200.000 años deteriorando la Tierra porque algunos pocos, los que disponen del poder del dinero, o de las armas, no saben perdonar…

Si no aprendemos a perdonar, como lo enseñara el galileo cananeo (que supo perdonar a sus victimarios), descendiente de aquellas etnias masacradas por los seguidores de Dios, la vida humana sería una orgía de asesinatos y crímenes, amparados y hasta justificados por leyes presuntamente garantistas, como ahora está sucediendo en nuestro país anómico, donde a nuestros hijos se los está «educando» para que subdesarrollen una mentalidad meramente bovina.

Seguir repitiendo las bondades de un sistema político ¿es lo mejor que hemos encontrado para gobernar las sociedad? La democracia, palabra que traemos de los griegos, fue estructurada a partir de esa elección del conjunto. La legitimidad está signada, precisamente, por esa elección. Pero la democracia no es la Panacea y es imperfecta como tantos otros sistemas de gobierno. Tal vez, el menos imperfecto de todos, pero es una realidad que merece ser perfeccionada a cada instante, sin hacer de ella una profesión de fe a ultranza. Porque no siempre “la democracia” contribuye a una mejor calidad de vida ni es un jardín de rosas. Cuando se deteriora su ejercicio aparece el despotismo autócrata.

Los griegos practicaban la mentada democracia con esclavos que no tenían voz ni voto. Es decir, la democracia de los griegos era para unos pocos, aquellos letrados que pertenecían a la clase alta. Por lo tanto, la elección se hacía entre ellos.

El bastardeo que sufre la palabra “democracia” en este país se basa más en las apariencias que en las esencias. Porque la esencia de esta Nación es constitucionalmente respetar las leyes de la República, pisoteadas por los mismos que urden un sistema de poder absoluto.

El rencor, el resentimiento, el espíritu de venganza no deben inspirar las decisiones gubernamentales. Cuando ello ocurre, se generan nuevos resentimientos que posteriormente procurarán encausarse en otras decisiones gubernamentales de signo opuesto. De la misma manera, no resulta posible tratar en forma desigual crímenes similares. Aquellos mal llamados “jóvenes idealistas” que fueron terroristas y cometieron delitos de lesa humanidad no pueden hoy instigar o fomentar, bajo un manto de impunidad y a veces desde cargos públicos, la persecución hasta el extermino de sus adversarios de antaño.

Así no se cicatrizarán las traumáticas heridas que los argentinos aún padecemos.

Se corre el grave riesgo que el régimen popular electoralista dé paso a la tercera forma de Estado, el principado o la tiranía, abuso de poder, un vicio que acontece por las mismas razones esgrimidas por los clásicos en relación a la muerte natural de todas las democracias: la degradación de la libertad en libertinaje, la República en “presidencialismo”, envileciéndose éste en arbitrario abuso de poder, y mancillando el antagonismo creativo al transformarlo en conflicto destructivo de facciones, avasallamientos, todos, de los derechos ciudadanos que matemáticamente desembocarán en anarquía y guerra civil.

En sus obras “El político” y “Las leyes”, Platón analizaba la corrupción de las formas de gobierno, y nos definía a la tiranía como el gobierno de una oligarquía baja que disfraza la verdad. De ese modo, es una deformación de la democracia en un régimen donde unos pocos dominan a la sociedad. Viven bien los cortesanos que negocian en su provecho lo que deberían administrar para el bien común, pero apenas sobreviven las multitudes. La situación se vuelve caótica en razón de que las riquezas no bastan para satisfacer a todos, y por esa razón, el caudillo popular se transforma en sátrapa autocrático.

¿Vale la pena vivir en un mundo así?

Investigador Senior – Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires

Autor: Dr. Carlos Marcelo Shäferstein

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