domingo, 2 de mayo de 2010

TUPAMAROS



perfil - 02-May-10 - Columnistas

http://www.perfil.com/contenidos/2010/05/01/noticia_0024.html

Tupamaros

por Pepe Eliaschev

Son dos lógicas parecidas, pero muy diferentes. Una habla desde el sufrimiento verdadero y la paciencia transformada en sabiduría. La otra se maneja desde la falta de penuria y el ejercicio irrestricto del poder.

Los Tupamaros fueron combatientes armados levantados en armas contra gobiernos legales y legítimos. Se empezaron a pertrechar ya en 1962, cuando Uruguay era una admirable y, en muchos sentidos, somnolienta república que protegía a todos los perseguidos del hemisferio. Fueron pulverizados más de una década más tarde y sus líderes se pasaron varios lustros a la sombra, incluyendo varios años literalmente enterrados en agujeros carcelarios.

Recién una década después de la derrota tupamara, en 1985, la República Oriental recuperó las instituciones democráticas, y con ellas volvieron a la libertad los dirigentes del otrora temible Movimiento de Liberación Nacional, que antes robaban, secuestraban y mataban, propiciando que los herbívoros gobiernos de Montevideo se convirtieran en mini réplicas de los regímenes carniceros del vecindario.

Aprendieron. Entendieron. Se sumaron al parlamentario y reformista Frente Amplio, fundado en 1971 al margen de la guerrilla. Estos Tupamaros posteriores a la dictadura ya sabían que habían sido algo más que meros combatientes irregulares. Admitían, sin decirlo, que fueron terroristas y que el romántico sortilegio del Che fue sangriento, autodestructivo y siniestro.

José Mujica era de la primera línea de fuego de aquella patrulla celebrada por una clase media latinoamericana embriagada con las divertidas y creativas operaciones con que humillaba a unas todavía pueblerinas fuerzas de seguridad. Un día, los burlados pasaron a la ofensiva, asumieron el terror de Estado y en poco tiempo el MLN se transformó en una colección de muertos, encarcelados y exiliados.

Mujica y muchos de sus camaradas aprendieron de aquella tragedia. Se refundaron en 1989 como Movimiento de Participación Popular (MPP). No fue un año cualquiera: el 16 de abril, el pueblo uruguayo aprobó en referéndum la Ley de Caducidad votada del Parlamento, que renunciaba a "la pretensión punitiva del Estado" para juzgar a militares y policías que hubieran violado derechos humanos. Menos de dos semanas más tarde, el 28 de abril, moría el fundador y líder de los Tupamaros, Raúl Sendic. Semanas después, el 20 de mayo, el Frente Amplio aprobó el ingreso de los Tupamaros, solicitado por los ex guerrilleros tres años antes, en abril de 1986, cuando todavía aludían a la democracia peyorativamente, como mera "legalidad vigente".

Movimiento político de raíces populares, fogueado en años de violencia y paroxismo, pero asumido, aun en el contexto de su dogmatismo ideológico original, como fuerza que hoy asume criterios y valores democráticos, los Tupamaros tienen, además, un rasgo que cultural e ideológicamente los diferencia radicalmente del kirchnerismo.

Nadie imagina un gobierno del Frente Amplio con funcionarios de la catadura de Claudio Uberti y Ricardo Jaime. Nadie podría comparar al principismo clasista de la central obrera PIT-CNT, con el sinuoso pragmatismo de la CGT argentina y su eterna incrustación en el poder político partidario.

La contraparte argentina de Mujica y su gente exhibe ciertas similitudes, pero muy aparentes. La austeridad personal y el pasado de luchas reales de Mujica y sus compañeros se estrellan con la superficialidad seudoideológica que marca a fuego al matrimonio presidencial argentino. Pero, además, mientras el gobierno uruguayo es ejercido por una alianza de izquierda fundada hace casi 45 años, los residentes de la quinta de Olivos carecen de ese espesor ideal y esa trayectoria virtuosa. Basta preguntarse, por ejemplo, qué estaban haciendo Néstor Kirchner y José Mujica en 1982. El primero se fotografiaba en Santa Cruz con los militares en el poder. El uruguayo estaba en la cárcel.

Pero Mujica necesita al matrimonio que manda en la Argentina, o, como los ha llamado, los dueños del circo. Argentina fascina y repele a los uruguayos. La propia Lucía Topolansky, la presidenta del Senado uruguayo que vive en pareja con Mujica y tiene décadas de historial clandestino y guerrillero, ha declarado sentirse "chiquita" ante Cristina Kirchner, como si la argentina fuera Rosa Luxemburgo.

Experta en estos menesteres, la Presidenta de la Argentina parece haberle ofrecido un canje al uruguayo: faciliten que Néstor Kirchner sea elegido al frente de esa entelequia burocrática llamada Unasur, y nosotros trataremos de desactivar la locura de Gualeguaychú.

Excepcionalmente cauteloso, el gobierno uruguayo les pedirá a los Kirchner "lo que la Argentina esté en condiciones de cumplir y pueda realizar". Hasta se habría entusiasmado con la absurda hipótesis de algo parecido a una consulta popular no vinculante, similar a la ejecutada por el presidente Raúl Alfonsín en 1984 para plebiscitar el cierre del conflicto limítrofe con Chile por el Canal de Beagle.

Mujica es astuto. Tiró balas. Peleó. Fue encarcelado. Se escapó de la cárcel. Lo agarraron de nuevo. Sobrevivió. Se reinventó. No está pintado. Sabe que en la reunión de presidentes de la Unasur la semana entrante, la posición de Uruguay puede determinar el futuro del vínculo entre ambos países si su gobierno, con grandeza desproporcionada, le da a Kirchner el pasaporte que éste mendiga.

En este punto, el viejo guerrillero derrama sabiduría callejera ("los presidentes no somos Mandrake"), pero sabe que su pulseada con los Kirchner es brava.

Mientras tanto, los uruguayos ceban su mate y besuquean su bombilla. Cristina Kirchner es menos majestuosa. Al comentar que la próxima reunión con Mujica será en territorio uruguayo, aseguró que "nos vamos a reunir en (el predio oficial uruguayo de la estancia) Anchorena porque, por ahora, Olivos gana 2 a 0". Gente que quiere resultados.

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