jueves, 24 de marzo de 2011
ARREBATO
LA POLÍTICA DEL ARREBATO
Por Justo J. Watson
Leyes de mayoría y aplauso público consagran aquí la política del arrebato. Verdadero tiro en el pie de nuestra república, compartido por casi todo el arco opositor.
A diario se inventan derechos que, al hacerse efectivos, demuelen derechos anteriores y más importantes. A diario se arman consensos sobre el negocio de la necesidad apelando al soborno más descarado, fraguando juridicidades a medida y dando andamiaje legal a un nuevo ejército invasor: el de los parásitos ladrones que avanzan colonizando la propiedad ajena.
Políticas esquizofrénicas, llevadas a cabo por delincuentes (no importa su investidura) y que impactan por efecto derrame, a todo nivel.
Vivimos inmersos en una gran inseguridad pero ¿Sabía usted que -en suba al menos desde la época del presidente Alfonsín- los suicidios superan en 20 % a las muertes por homicidio? ¿Y que casi el 70 % son de jóvenes de 15 a 24 años? Sí. Un joven se suicida cada 3 horas en Argentina.
¿Se le ocurrió a usted pensar que podría existir algún punto de conexión con el hecho de que ocupemos el puesto 62 en el ranking de resultados educativos, entre 65 países testeados?
Con impecable lógica, el funcionariado docente ignoró el reciente bicentenario de Domingo F. Sarmiento, nuestro gran educador e incorruptible partidario, por cierto, de la poderosa sociedad abierta que nos elevó al primer mundo.
¿Pensó en la durísima indignidad, el íntimo sentimiento de traición a la patria de quienes sabiendo que votar centro-izquierdas es colaborar para que nuestra bandera sea usada como trapo de piso (o algo peor) por países que nos van dejando atrás, reiteran su “voto al delincuente” empujados por el temor y la necesidad? Porque el mapa del sufragio en esta Argentina inmoral es el aberrante mapa de la necesidad.
De acuerdo a las encuestas nuestra juventud, que debería ser la fuerza impulsora de un futuro nacional brillante, cree (sabe) que no podrá mantener siquiera el mismo nivel de vida de sus padres. No se engañan porque conocen el paño desde que nacieron. Salidas laborales que se cierran como un embudo, sueldos y subsidios de miseria crónica, imposibilidad de formar una familia asegurándole un bienestar acorde a los adelantos de este siglo, miedo a la emigración, desesperanza vital, desesperación y vicios estupidizantes para olvidarla, delincuencia desinhibida (cuando ya todo da igual) o bien… la muerte como elección.
La política del arrebato fue la escalera que la mayoría de los argentinos eligió para bajar a este pozo ciego de atraso, expulsión social y muerte. Y sigue siendo el camino para profundizarlo. La pala siempre se llamó “impuestos progresivos” y el balde “reglamentaciones legales”.
Arrebatando la ganancia reinvertible y hasta el capital de producción. Como hace el tándem Kirchner-Scioli con el sector agrario, por poner un ejemplo de producción eficiente, con el nuevo Impuesto a la Herencia provincial que se superpone al Impuesto nacional a los Bienes Personales que lo reemplazaba, a su vez superpuesto al Impuesto Inmobiliario rural provincial, que ya venía superpuesto al Impuesto Vial municipal, tributando todos con altas alícuotas una y otra vez sobre el mismo bien. Después de haberle podado con “retenciones” el 35 % del precio de su principal producto, claro. Y antes de esquilarlo nuevamente con los muy pesados Impuestos al Cheque, Ingresos Brutos, Ganancias y con innumerables “permisos” y “aportes”. Además de las elevadas tasas de IVA y del Impuesto Inflacionario. Porque lo demencial es la sumatoria, potenciada por nuestro enloquecedor reglamentarismo dirigista y de intervención extorsiva intra-mercados.
Arrebato contraproducente tanto en la agropecuaria como en otras áreas vitales de la red horizontal del trabajo honesto, que sólo sirve a la satisfacción de un igualitarismo tan envidioso como estúpido, y que conduce sin escalas a esa tan conveniente pobreza que sufren los necesitados.
A pesar de todo, el escape de la trampera sigue siendo sencillo ya que el desarrollo, al igual que la pobreza, está a la breve distancia de una elección.
Para desarrollarnos, sólo deberíamos elegir a personas comprometidas con la siguiente progresión: fuerte libertad económica y laboral = ingreso masivo de capitales de inversión = fuerte creación de empleo productivo y bien pago = más dinero honesto en manos de mucha más gente. Y que después cada ex-necesitado haga con su dinero lo que quiera: que lo done a la iglesia, que ayude a su abuela, que eduque a sus hijos o que monte una fábrica de caramelos. O de acero.
Si es tan fácil ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no se lo hace con decisión en casi ninguna parte? Porque somos una sociedad esclava, que produce mayormente para sus amos del gobierno (sin contrato alguno de servicios firmado, como corresponde a todo esclavo), y que no está en posición fácil de decidir ninguna cosa importante. La pseudo democracia que nos rige regula en los hechos -con mano de hierro en guante de terciopelo- un gran campo de trabajos forzados, rodeado por torres de vigilancia.
El brillante economista e historiador norteamericano Robert Higgs nos ilustra el caso recordando que la esclavitud tradicional, que existió en todas partes durante miles de años, siempre tuvo opositores, tratados invariablemente (por la sociedad) de idealistas utópicos o subversivos peligrosos, blancos en cualquier caso de agresión violenta.
En la actualidad, la idea de que la esclavitud es una institución justificada y moralmente defendible terminó. Pero los mismos argumentos que antaño se esgrimieron en su defensa, son utilizados hoy para oponerse a la abolición de esa nueva forma de esclavizar y someter, a la que llamamos Estado o gobierno: “un complejo institucional que reposa en las mismas endebles fundamentaciones intelectuales que la vieja esclavitud”.
Se dice (falsamente) que el Estado tal como lo conocemos es algo natural, que ha existido siempre y que todas las sociedades lo tienen. Exactos argumentos que sostenían los defensores de la antigua esclavitud: “todas las sociedades tienen esclavos; es algo natural y así ha sido siempre; no podemos cambiarlo”.
También se afirma hoy que la gente es incapaz de cuidarse por sí misma, que sin gobierno las relaciones comerciales entrarían en caos y que allí donde se carece de Estado las personas se encuentran mucho peor. Los esclavistas, claro, voceaban esta misma falacia argumental palabra por palabra reemplazando “gobierno o Estado” por “esclavitud”.
Y se dice, finalmente, que sin un Estado como el actual las personas vagarían sin control, robando y matando; que abolir el gobierno central es necio, utópico e impracticable y que el mal menor es procurar que la gente esté alimentada y entretenida para quitar de sus mentes toda idea de que existe explotación impositiva y reglamentaria.
Al igual que los modernos y costosos amos, nuestros antepasados también sostenían que los esclavos liberados se dedicarían al pillaje y la violencia, que terminar con la esclavitud era una utopía peligrosa y que lo mejor era mantener a los esclavos medianamente hospedados, alimentados y vestidos, quitando de sus mentes la estúpida noción de que sus necesidades podían ser mejor solventadas en libertad.
Todo absolutamente falso, ahora y antes. Tal y como se probó una vez abolida la antigua institución de esclavitud y como se probará cuando empiecen a abolirse por partes las infames obligaciones esclavas que nos imponen estos “demócratas” parásitos para mantenernos en el subdesarrollo, en la ignorancia y al servicio de sus lujos.
Todos y cada uno de los “servicios” que nos provee el Estado pueden ser prestados por diferentes personas sin monopolios legales, a menor costo y con muchísima mayor eficiencia.
La inseguridad es innecesaria. Las graves fallas en educación y justicia son innecesarias. Las tremendas deficiencias de los sistemas de salud e infraestructura vial son innecesarias. La pobreza misma y los suicidios juveniles son innecesarios. Y el Estado-mafia tal como lo conocemos, causa directa de todo lo anterior es también, por supuesto, innecesario.
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