Vivir el miedo
Vivir al día, solo comprando comida y con temor a que no alcance para mañana.
Ver que los amigos de la Argentina son Chávez y Fidel que gobiernan países donde la exclusión es tan endémica como aquí y donde la esperanza está ausente porque desprecian a Dios.
Por Juan Carlos Sánchez
Vivir el miedo. Sentirse desprotegido, no saber qué pasará mañana, cuánto costarán los zapallitos o si habrá gasoil o si se podrá variar la dieta de los niños con algo de leche o queso.
Vivir el miedo a mate cocido y tortas asadas.
Incoherentemente, salir a la calle y ver la propaganda electoral de los que quieren adueñarse del miedo para gobernar. Millones de pesos pegados en las paredes o colgando de los semáforos. Prender el televisor para verlos de nuevo, felices o preocupados, siempre indiferentes, siempre producidos y exitosos, siempre prometiendo, siempre culpando a otro de todo, insensibles e inocentes, trabajando para la elección porque de ganar se salvan y de perder, algo arreglarán para esperar tranquilos la próxima elección. Son los profesionales de la supervivencia a costa de otros, de nosotros.
Vivir el miedo mientras la verdura desaparece de la mesa familiar a la vez que el ministro de algo aduce que el INDEC no miente y que los argentinos cada vez consumimos más y mejor.
Vivir el miedo mientras desde el afiche, cada vez más joven y radiante, La Heredera nos anuncia que el cambio recién empieza. Si recién empieza, ¿cuándo termina, por favor? ¿Cuándo termina? Es posible que terminen antes con nosotros.
Vivir el miedo al salir a la calle y encontrar niñas y niños de trece o catorce años que se prostituyen por monedas. Antes algunas lo hacían para conseguir el dinero para el boliche del fin de semana, ahora para comer con y su familia. Mientras y desde sus despachos calefaccionados o refrigerados según la estación, los líderes de la comunidad que viven del presupuesto al que aportamos todos o de lo que compramos aunque sea poco, discuten ante los micrófonos cualquier pavada que a muy pocos importan.
Vivir el miedo al encerrarse en las casas ya no solamente de noche sino a toda hora y enrejar ventanas y vidrieras, porque el delincuente tiene privilegios de los que el ciudadano no goza en nombre de los derechos humanos y porque la necesidad tiene cara de hereje y cuando hay hambre, cualquiera puede tentarse y dejar de ser honrado.
Vivir el miedo de que a esa hija que criamos con amor intentando inculcarle principios, la alienten al sexo temprano para estar a tono con la posmodernidad y luego a abortar porque un niño no nacido es una cosa molesta. Vivir el miedo a llegar a viejos y terminar abandonados, cobrando una jubilación miserable, sin remedios suficientes o archivados en un depósito llamado geriátrico porque la familia ha perdido la magia, se la robaron quitándole los valores, el protagonismo y el asadito o las pastas con estofado del Domingo.
Vivir el miedo de caer enfermos, de lo que enseñarán en la escuela sobre civismo, de la calidad de los alimentos o de la duración de la maquinita descartable de afeitar. Vivir el miedo de que se acabe la garrafa de gas en la mitad del baño y no tener cómo reponerla.
Vivir el miedo de que nos sigan mintiendo que todo va bien, que estamos creciendo, que como nunca la Argentina respeta a todos sin exclusión, que vivimos en el país de los derechos humanos por excelencia. Vivir el miedo de que la visita y la amistad con pequeños dictadorzuelos latinoamericanos alejen las inversiones genuinas de empresarios de países en serio. Vivir el miedo de encontrarnos de seguir el cambio que recién empieza en las mismas condiciones en que viven esos miserables pueblos. Vivir el miedo al ver la foto de la pareja presidencial en Olivos con el hedonista Hugo Chávez, el auto condecorado modélico, que impetra para su país un socialismo que ya murió en el mundo y en el que nadie cree.
Vivir el miedo de que, como cantaba Atahualpa, las penas siempre sean nuestras y las vaquitas, ajenas. Vivir el miedo de cansarse algún día y repudiar esta farsa de democracia que sirve a los privilegiados y salir a la calle a hacer justicia por mano propia desatando una nueva masacre entre hermanos.
Termino, tengo miedo hasta de escribir, no soy libre, me domina el miedo y me acobardan los poderosos que pueden quitarme lo poco que me queda. Quisiera que me quiten la rabia, el desaliento, el escepticismo, el dolor de ver a mi Argentina postrada. Lástima, podríamos ser felices. Termino con un concepto del Padre Ricardo Mazza dicho en alguna homilía no hace mucho tiempo: “Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto...” citando a la hermana de Lázaro a quien Jesús resucitó luego.
Señor, ven a mi Patria, no escuches a los que te desprecian y quieren ahuyentarte. Quédate entre nosotros para que no sigan muriendo mis hermanos.
Somos muchos más los que te buscamos cada día, los que confiamos en Ti. Quédate entre nosotros, Señor, y que haya paz, justicia, pan y trabajo y para que el amor reine.
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