Botón de muestra
por Carlos Mira
La llegada tarde de Cristina Kirchner a la foto grupal del G-20 no es un descuido más o una nueva desprolijidad, sino un síntoma de su desprecio por las normas y los valores que otros respetan.
Parece ser que la presidente Cristina Fernández tiene una inclinación fatal por la trasgresión. Se lo criticaba a Menem por los mismos motivos cuando cualquier flanco venía bien para entrarle al riojano.
Pero los niveles alcanzados por el matrimonio presidencial han superado todo antecedente. En el inicio de su gira mundial, la presidente estuvo en Washington formando –increíblemente- parte del llamado G20.
Allí Cristina protagonizó el cuarto episodio consecutivo de llegar tarde a una foto grupal con jefes de estado y de gobierno. A esta altura, el dato no puede pasarse por alto en razón de su "poca importancia" . Se trata de una elemental muestra de respeto y educación pero, a esta altura, resulta evidente que la presidente hace esfuerzos denodados para que todo el mundo se de cuenta de que todo ello le importa un rábano.
Personajes de real peso en el mundo -y no precisamente la presidente de un país al que ella misma y su esposo condenaron a la oscuridad y la intrascendencia- estaban allí cual egresados de un colegio secundario esperando puntualmente para dejar testimonio de su presencia en una reunión que esta buscando una solución a los problemas mundiales. Pero ella estaría muy ocupada vaya saber uno en qué y con quién, de modo que todo el mundo debió ocupar sus lugares de nuevo para repetir una fotografía que la incluyera. Demasiada consideración para quien no tiene ninguna con los demás.
Pero esa conducta no constituye una desobediencia a un acto frívolo. Es la muestra de una irrespetuosidad, de un atropello y de una falta de educación con la que tiñe todo su accionar. No puede tratarse de un hecho casual o inadvertido. Se incurre en la grosería a propósito para juguetear con los valores a los que los demás respetan. Es el destrato a un símbolo: el del cumplimiento de las formas, de la convivencia y, en última instancia, de la ley.
Bastante educados han sido los demás, que no la dejaron sola mirando las estrellas mientras abandonaban el lugar como si no la hubiesen visto. Es lo que deberían haber hecho para demostrarle que el respeto solo lo merecen aquellos que lo ofrecen. La única dificultad en todo esto es que Cristina Fernández es la representació n puntual de un pueblo y, como tal, de unas costumbres y de una educación.
El concepto que el pueblo argentino recibe, extraído de las actitudes de su presidente, no es un concepto con el que personalmente me sienta cómodo. Al contrario, me causa cierta revulsión que los demás piensen que somos todos como ella. Pero lamentablemente la imagen esparcida del argentino sigue siendo la del cócoro mal educado, rico compradito venido a menos, que cree que todo el mundo debe rendirle pleitesía.
La soledad en la que el mundo ha dejado al país, reflejada en el artículo de la revista The Economist pidiendo que se reconsidere la pertenencia argentina al G20, es una respuesta adecuada y por cierto mucho mas efectiva que la caballerosidad de volver a posar para sacarse una foto que incluya a la presidente de un país indómito, merecedor de la indiferencia antes que del respeto.
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