domingo, 23 de noviembre de 2008

TUTANKAMÓN

Cuando murió, Tutankamón era un pibe de 18 años, morochazo, rapado y de labios gruesos. Hasta hace poco se creía que perdió la vida a manos de despreciables conspiradores que atacaron el palacio con furia y su cabeza, con palos. Pero los últimos estudios científicos se inclinan a suponer que habría muerto como un verdadero gil
Por Edi Zunino

NuevoEncuentro 23/11/08


Cuando murió, Tutankamón era un pibe de 18 años, morochazo, rapado y de labios gruesos. Hasta hace poco se creía que perdió la vida a manos de despreciables conspiradores que atacaron el palacio con furia y su cabeza, con palos. Pero los últimos estudios científicos se inclinan a suponer que habría muerto como un verdadero gil: dicen que se cayó de un carro mientras corría una carrera (al parecer, ya existían las picadas 1.354 años antes de Cristo) y que, ya en el suelo, otro carro le pasó por encima fracturándole tres costillas, una pierna y el balero. Lo que no había hace 3.362 años eran antibióticos, así que, además de tonto, debe haber sido dolorosísimo su final. El chico había heredado el poder de su hermano y éste del suegro de ambos, Akenatón, quien no tenía hijos varones y, según las costumbres de la época, había entregado a sus hijas de muy niñas: Tutankamón fue coronado a los 8 años de edad. Cualquiera puede imaginar el infantilismo de su gestión y cuánto lo habrán manipulado los sacerdotes y generales a quienes devolvió el predicamento perdido durante el mandato de Akenatón. Hasta la muerte de éste, Tutankamón (“la viva imagen de Amón”, el dios que más chapa tenía entre esos influyentes religiosos) se había llamado Tutankatón (“la viva imagen de Atón”, equivalente egipcio del Zeus griego, adorado hasta ese momento casi como única divinidad). Sólo en esto último podríamos comparar a Tutankamón con Kirchner, que fue la viva imagen patagónica del menemismo hasta 1995 y hoy adora al Estado.

Más allá de estas arbitrarias comparaciones, Cristina y Florencia Kirchner quedaron fascinadas ante el sarcófago y los mascarones de oro del faraón en su reciente visita al Museo de El Cairo. La Presidenta quiere que esa muestra se exhiba acá, iniciativa cultural que no costará dos pesos pero igual valdría la pena, siempre y cuando Aníbal Fernández disponga las medidas de seguridad imprescindibles para mantener el único récord de Tutankamón: sus tesoros fueron los únicos de su clase que pasaron siglos invictos de asaltos y saqueos.

Digámoslo: el viaje de Cristina al norte de Africa estuvo bien. Porque está bien que un presidente viaje y abra mercados alternativos, sobre todo cuando los mercados más grandes están hechos trizas y mientras Hugo Chávez (nuestro principal socio energético hasta ahora) enfrenta un brutal desgaste de su poderío en Venezuela y en la región. Incluso está muy bien que la haya llevado a Florencia: cualquier madre hubiera hecho lo mismo y con fines mucho más educativos que estar todo el tiempo sacándose fotos rodeada de cervezas en el insondable aislamiento de Facebook. Claro que nadie debería pensar en serio que la salvación argentina tiene un costado africano.

Fue una gira peronista, si se quiere, donde la alianza con Tutan-K aportó apenas el dato de color. Mucho más enfáticas resultaron las visitas a Argelia y a Libia, cuyos exóticos socialismos siguen poniéndoles la piel de gallina a quienes hoy gobiernan la Argentina, militaron en la JP de los 70 y se leyeron completos los tres tomos de El Libro Verde de Muammar Kadhafi:

1) La solución del problema de la democracia: el poder del pueblo.

2) La solución del problema económico: el socialismo.

3) El fundamento social de la Tercera Teoría Universal.

En Trípoli, al lado de ese hombre de boina, lentes ahumados y chivita que controla el poder desde 1969 en nombre de su propia Tercera Posición, a Cristina se la vio embobada. Kadhafi es un pedazo de historia que de algún modo la incluye y con quien vale la pena inmortalizarse sacándose fotos dentro de una pintoresca carpa o a bordo de un carrito tipo golf, que quedaba tan grasa cuando lo montaba Menem, el descendiente de Mahoma.

Kadhafi ha designado como único sucesor al mayor de sus cinco hijos, Saïf Al Islam. Sus detractores lo acusan de haber cometido 343 asesinatos políticos, a razón de casi 9 homicidios por año de mandato. Ha estructurado un impresionante multimedios que le permite “construir el relato del socialismo”, sin fisuras y bajo un férreo control estatal, a través de la tele, las radios y los diarios. Es lo que se dice un compañero. Un ejemplo a imitar. Un líder K de máxima pureza.

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