domingo, 20 de marzo de 2011

APENAS UN ROUND




(Por Eugenio Paillet)

(De La Nueva Provincia)


Cristina Fernández ha escuchado, en los últimos tiempos, más voces a su alrededor que le recomiendan soltarle la mano a Hugo Moyano, porque es un "piantavotos", que las que le aconsejan mantener una suerte de statu quo hasta después de las elecciones de octubre, por aquel temido y nunca del todo demostrado "poder de fuego" que atribuyen al camionero.



La presidenta cavila entre esas dos alternativas que se le proponen y se para en el medio de unos y otros. Ha llegado a decirles que a ella no la maneja ningún dirigente sindical, por más pesado que sea. "Yo no soy él", ha llegado a referir en los picos de esa discusión no resuelta, para despegarse de ciertas abdicaciones más hijas del temor que de la debilidad que solía ejercer el ex presidente frente a uno de los hombres más impopulares, pero más poderosos, de la Argentina.

Cristina decidió poner distancia entre ella y Moyano desde antes de su viudez, cuando avizoraba que el caudillo no aflojaría con la prédica para instalar (e instalarle a ella, le gustase o no) dirigentes sindicales en las listas de candidatos a legisladores en octubre. Y, en un plan de máxima que de ninguna manera ha abandonado, los dos vices en las fórmulas para gobernador bonaerense y presidente de la República, que encabezarán Daniel Scioli y ella misma, en ese orden, según todo parece estar sellado y cerrado en esa dirección.

Ya lo había cruzado en aquel acto en River del 17 de octubre, cuando le dijo en la cara que no se creyese que era el único que trabajaba en el país, que ella lo hacía desde los 18 años. Unos días después bramaría en sus aposentos, cuando conoció de primera mano la fortísima discusión que Kirchner y Moyano habían mantenido la víspera de la trágica noche del 27 de octubre, cuando el camionero lo culpó de haberle vaciado una reunión del PJ.

Y venía de una bravuconada superior, cuando, la semana última, interpretó como una pretendida demostración de fuerza el reclamo de aquellas sillas y sillones para los suyos en la marcha que la CGT organiza para el 29 de abril en la Plaza de Mayo, en la que amenazan meter medio millón de almas. "Si Moyano dice que con él no se j..., que sepa que conmigo tampoco", disparó, delante de Carlos Zanini, Héctor Icazuriaga, Juan Manuel Abal Medina y su vocero de prensa.

Frente al nuevo round de la batalla soterrada entre ambos que instaló la llegada de un cable de la justicia suiza con pedido de investigación sobre la familia Moyano, por presunto lavado de dinero, la presidenta optó, sin embargo, por quedarse en aquel limbo. No romperá ahora con Moyano por una sencilla razón: en el gobierno, y eso la incluye de modo principal, porque figura en el ADN kirchnerista, suelen primar las teorías conspirativas por sobre cualquier otro pensamiento racional o proveniente de datos de la realidad.

Resultó curioso, pero, si se mira el fondo, no lo es: aquellos mismos que ponen delante suyo encuestas que dicen que la clase media urbana a la que con tantas ansias se quiere recuperar execra a Moyano y lo rechaza en porcentajes cercanos al 90 por ciento, son los que sostienen que, si se avala ahora una embestida judicial contra el camionero, después vendrán por ella y por todo el gobierno.

No importó que Cristina haya sentido como una bofetada no ya el paro nacional dispuesto por la CGT para mañana, y levantado transitoriamente el viernes, luego de trabajosas gestiones entre los dirigentes sindicales y Julio de Vido, sino la marcha convocada frente a la Casa Rosada. "¡No hay que agarrar el manual para entenderlo; aquí no vive el fiscal suizo ni la Corte ni los dueños del multimedios o las empresas que quieren golpearnos, aquí está la presidenta; entonces, ¿contra quién es la marcha?!", vociferaban, en despachos oficiales, en aquellas horas del jueves por la noche, mientras Moyano ordenaba lanzar su nueva embestida contra el poder.

Esa sola sospecha de que el líder cegetista, tarde o temprano, irá por todo, y que si se mira del derecho y del revés el exhorto de la justicia suiza le venía como anillo al dedo para reforzar su estrategia de golpear sin que se note al gobierno, logró, por ejemplo, que Cristina debiera reflotar un vínculo que se había deteriorado casi hasta la ruptura, en las últimas semanas: el que mantenían Moyano y De Vido.

La presidenta entendió que ya llegará la hora de encargarse como corresponde de Hugo y sus laderos, y ordenó de momento una estrategia de mantenerse en sus posiciones, para no sacudir inesperadamente ahora (y, para colmo, con final incierto) el cómodo tránsito en las encuestas de imagen y sobre intención de voto que le marca la mayoría de las consultoras. Esto, dicho sea de paso, a caballo de una oposición diluida, miedosa, que no sólo no ha designado todavía sus candidatos, sino que, en algunos casos, ni siquiera sabe cómo hacerlo sin provocar un tembladeral. El kirchnerismo, encantado de la vida, y la sociedad, absorta y perpleja, camino de quedarse nomás con el malo conocido que con el bueno por conocer.

El ministro de Planificación desde hace rato que no le atiende el teléfono a Moyano. Tomó por las suyas algunas cuestiones que antes diligenciaba Kirchner y piensa exactamente lo mismo que Cristina sobre las negras intenciones de los sindicalistas, para marcarles siempre la cancha. Se cuenta, incluso, en susurros de pasillo, que hace diez días lo dejó esperando una hora, sentado a las puertas de su despacho, arguyendo problemas de agenda.

Es el mismo De Vido que, el viernes, dedicó seis horas de su jornada a convencer a Moyano, Viviani, Piumato, Plaini y Schmid (la task force del camionero) que mejor era denunciar una conjura nacional e internacional contra todos ellos juntos y echar la culpa a los periodistas y a las multinacionales, que someter a Cristina a una situación que, a esa hora, resultaba evidente y estaba en boca de analistas y funcionarios: que la movida podía tener, para esas alturas, bastante de tufillo a golpe gremial.

La prueba la había aportado la propia CGT: sin ir más lejos, Viviani dijo, al lanzar el paro de transportes, que era un mensaje "para propios y extraños", en referencia a quienes quieren "meterse" con el movimiento obrero organizado. Cristina ordenó conciliar, con su encono contra Moyano en una mano y las encuestas en la otra: lo menos que quería era un paro nacional, que, encima, podía ser interpretado como el primero de ese alcance contra su propia gestión (el anuncio de la marcha a la Plaza, y no a la embajada suiza, o a Tribunales, o frente a la redacción de "Clarín" , la atosigaba), en medio de la campaña electoral.

Nada hará cambiar el alto estado de sospecha mutua que ha quedado tras la escaramuza suiza. Moyano está convencido de que, efectivamente, el gobierno, por algún costado, estuvo detrás de la movida. Decía el viernes un pope sindical que a Cristina le hubiese bastado, de haber querido, un simple llamado a Héctor Timerman para que cajoneara el exhorto de la fiscalía de Berna, o devolverlo en silencio para reclamar mayores precisiones, lo que tranquilamente hubiese pateado el asunto varios meses hacia adelante.

Tal vez, incluso, hasta más allá de octubre. Elucubró, también, que la noticia estalló en los diarios justo un día después de que se revelaran las intenciones de Moyano de imponerle a Cristina a Héctor Recalde como candidato a vicepresidente. O del encuentro reservado que el camionero mantuvo con Daniel Scioli, a comienzos de semana, en el que también habría reafirmado que el sindicalismo aspira a ponerle el número dos en la fórmula. En un gesto parecido, pero al revés, en la Casa Rosada dicen que Moyano agarró al vuelo el exhorto para montar una operación contra el gobierno, desencajado por el rechazo a sus reclamos de cargos en todas las líneas.

El fallido paro de mañana era otro dato subido a esas interpretaciones en los laboratorios del poder, puestos a trabajar a full , por esas horas. "Es una amenaza directa, una forma de decirnos que eso es lo que pueden provocar si les soltamos la mano o no les damos los cargos que piden", despotricaban algunos.

El gobierno tiene lo suyo. El canciller Timerman cortará algunas cabezas en el nivel administrativo del Palacio San Martín. Y tal vez, de manera impensada, su propia cabeza pueda ser puesta en la mira desde la Casa Rosada o los aposentos de Olivos.

El hombre se pregunta, cargado de sospechas, por qué nadie le avisó que el exhorto de la fiscalía suiza estaba en Buenos Aires desde hace, por lo menos, diez días. Y que, peor todavía, su divulgación a través del sitio oficial de difusión de la Corte Suprema lo haya tomado con la guardia baja, como a todo el resto del gabinete. El grueso de ellos se desayunó del bombazo mediático contra Moyano, que terminó disparando todo lo que ya se sabe, por los cables de las agencias.

También el jefe de la diplomacia da por sentado que una copia de aquel documento fue filtrada antes a algunos periodistas. Cuentan que la presidenta habló de "impericia". ¿De Timerman? No se sabe. Pero sí se conoce que, con el rostro desencajado, lo primero que atinó fue a reclamar silencio de radio. Y de reactivar una vez más los contactos con la justicia federal, para saber cómo venía la mano.

En la Casa Rosada, están convencidos de que podrían cambiar todos esos tragos amargos por un nuevo descorche, si se cumple el batacazo que le auguran sus propias encuestas (que, en verdad, no comparte la mayoría de los sondeos independientes), sobre lo que pueda ocurrir hoy con la elección de gobernador en la provincia del Chubut.

"Vamos por otro Catamarca", se entusiasmaban, el viernes, los más desbocados, luego de leer una encuesta propia que pone casi a tiro de empate técnico al intendente Carlos Eliceche, el candidato que apoya la Casa Rosada, con el delfín de Mario Das Neves, el jefe comunal de Comodoro Rivadavia, Martín Buzzi. "Mario va a tener que abandonar la política", chicaneaban, en dirección a aquella promesa del gobernador saliente de volver al llano, si sufre un revés político por ahora impensado.

Por las dudas, en el gobierno nacional, se llenan de un falso pragmatismo por lo que pudiera ocurrir. "Que nadie se haga ilusiones: si ganamos, gana Cristina, pero si perdemos, pierde Eliceche", lanzan, con desparpajo. Saben que Das Neves, que se siente seguro, no dejará pasar la oportunidad. "El domingo derrotamos a Cristina", prometió el viernes, en el acto de cierre de campaña.

Para el hombre que ejerce la gobernación con elevados porcentajes de adhesión, un triunfo lo dejaría, a su criterio, como el mejor referente del Peronismo Federal y casi sin necesidad alguna de cuestionar desde ese momento su propia candidatura presidencial para 2011, por la que debería competir con Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá.

Para Cristina, ganar a Das Neves supondría tumbar de un solo golpe esa franja de sus enemigos internos. Se reafirmaría, para sus seguidores, la impresión de que ella sola alcanza y sobra para ganar elecciones, como ya han visto y hacen creer que así ha ocurrido el domingo último en Catamarca. Desatará, a la vez, un más fuerte empuje de la estrategia de la izquierda kirchnerista y de los jóvenes de La Cámpora, para desembarazarse de todo lo que no sea cristinismo puro y fanático e instalar la idea de que el camino hacia el triunfo nacional en octubre será un mero paseo. La realidad no parece augurarle esos destinos; al menos, hoy, en Chubut. Pero, en política, nunca se sabe..

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