¿Sensación o realidad?
por Vicente Massot
Seamos honestos, el kirchnerismo tiene todo el derecho del mundo de festejar, no sin efusividad, el triunfo que acaba de cosechar en Catamarca. Podrá molestar a algunos y juzgarán otros que el júbilo del oficialismo peca de exagerado, pero aun cuando fuese esto cierto nadie en su misma situación hubiese dejado pasar la oportunidad para vestirse de fiesta y celebrar, alborozadamente, una victoria que no estaba en los cálculos ni de Lucía Corpacci -la candidata del Frente para la Victoria- ni tampoco de Eduardo Brizuela del Moral, el actual gobernador.
Si se toma en consideración -y cómo no hacerlo- que treinta días atrás la lista que ganó el domingo pasado estaba casi veinte puntos abajo del Frente Cívico y Social, haber remontado esa notable desventaja supone, para sus responsables, un logro impresionante. Es verdad que desde el gobierno nacional se instrumentó un plan de ayudas y de subsidios económicos que en una provincia tan pobre y destartalada como Catamarca tiene siempre una incidencia fundamental a la hora de votar. No lo es menos que Brizuela expresó, muy suelto de cuerpo, con una soberbia intolerable, que iba "a gobernar 20 años más, les guste o no les guste (a sus opositores)". Los dos factores enumerados contaron y ayudan a explicar el 48,2 % de los sufragios obtenidos por la candidata K: la profusión de fondos enviados a instancias de la presidente -que, obviamente, deseaba ganar la primer elección del año- tanto como la estupidez de un mandatario que creyó que podía sumarle a las dos décadas en las cuales ha estado su partido al frente de la administración provincial otros tantos años más.
¿Qué fue más importante: el cansancio respecto de Brizuela o la capacidad del Frente para la Victoria para capitalizar ese hartazgo? Si se considera decisivo el primero de los factores señalados, la conclusión es que perdió Brizuela. Si, en cambio, el énfasis se pone en el segundo, la conclusión es que ganó Corpacci.
Sea lo uno o lo otro, Catamarca difícilmente resulte un parámetro serio para medir el humor electoral de los argentinos. Proyectar a nivel nacional el resultado de unos cientos de miles de votos de una provincia insignificante, con el propósito de adelantar cuanto pudiera suceder en octubre, sería poco serio. Que por razones de la campaña presidencial ya lanzada los vencedores insistan en ponderar los sufragios catamarqueños como si se hubiese votado en el Gran Buenos Aires, resulta entendible. A condición, claro, de tomarlo como lo que es: un recurso efectista que, de ordinario, utilizan quienes salen airosos a expensas de quienes salen perdidosos de la puja -en este caso, los radicales.
Lo expresado hasta aquí vale, asimismo, para Chubut donde el próximo domingo se enfrentará el candidato del gobernador saliente y aspirante a encabezar la fórmula presidencial del peronismo disidente, Mario Das Neves, y el representante de la Casa Rosada. El apoyo indisimulado de Buenos Aires a Carlos Eliceche, intendente de Puerto Madryn, es similar al que le brindaron a Lucía Corpacci y al que, en los meses venideros, conforme se vote en Salta (10 de abril), La Rioja (24 de mayo), Neuquén (12 de junio), Misiones y Tierra del Fuego (26 de junio), Santa Fe (24 de julio), Tucumán (28 de agosto) y Chaco (18 de septiembre), premiará a los elegidos del kirchnerismo.
No puede descartarse la posibilidad de que, si el Frente para la Victoria se impusiese en varios de esos distritos -como es de esperar- acto seguido se produjese una suerte de efecto cascada que terminase beneficiando a Cristina Fernández. Supongamos, sólo por un momento, que en Salta, La Rioja, Misiones y Tierra del Fuego, como así también en Tucumán y Chaco, ganase el kirchnerismo. Aún si perdiese en Chubut y Santa Fe, podría extenderse la sensación de que su éxito en la mayoría de las otras provincias estaría anunciando una victoria contundente en octubre.
Porque lo más probable es que los K se impongan en siete y pierdan dos de los comicios provinciales adelantados.
En tren de suposiciones, cabría imaginar también un escenario no tan favorable para la Casa Rosada. Por ejemplo, que en la única elección verdaderamente significativa de las arriba enumeradas -la de Santa Fe- el candidato del Frente para la Victoria saliese tercero, detrás de la alianza radical-socialista y del macrismo. Ello representaría un toque de atención serio para las aspiraciones continuistas de la presidente, por una razón elemental: cuatro distritos -Buenos Aires, Capital Federal, Córdoba y Santa Fe- concentran algo así como 65 % del padrón electoral nacional. De manera tal que, en última instancia, lo que pase en Catamarca, Chubut, Chaco, La Rioja, Santa Cruz, San Juan y las demás provincias, fuera de las cinco grandes, termina siendo intrascendente en términos de la elección presidencial. No así en cuanto hace a la conformación de las dos cámaras del Congreso Nacional.
Como se comprenderá, luego de este análisis meramente especulativo, parece conveniente no confundir los tantos: los comicios para elegir gobernadores pueden resultar, en el mejor de los casos, un indicio apenas de los resultados que más adelante cosecharán los candidatos a ocupar el sillón de Rivadavia. Pero, asimismo, pueden inducir a error si se los extrapola de manera antojadiza.
Cuando aún faltan siete meses para que se abran las urnas en todo el país con el objeto de elegir al próximo presidente, arriesgar resultados sólo tiene sentido como parte de una estrategia propagandística. Es seguro que, de ahora en adelante, y a medida que trascurran las semanas y se acerque el 23 de octubre, las encuestas estarán a la orden del día y serán materia de discusión diaria. Sobre todo si habrá tantas jornadas electorales antes de la de octubre que, seguramente, darán lugar a dos estrategias claramente diferenciadas según se trate del kirchnerismo o del arco opositor. Si, efectivamente, el Frente para la Victoria lograse salir airoso en casi todas las pruebas que deberá sortear antes del 24 de julio -cuando se vote en Santa Fe- podrá desenvolver el plan que tiene entre manos: crear la sensación de que, al ganar en cuantos comicios interviene, octubre será apenas un trámite. De su lado, radicales, peronistas disidentes, macristas y socialistas tendrán que capear el temporal con arreglo a dos asignaturas pendientes: presentar en sociedad a sus candidatos presidenciales cuanto antes y plantear una alternativa creíble a la gestión de Cristina Fernández. Por ahora las ventajas del oficialismo están a la vista.



















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