viernes, 18 de marzo de 2011

ENCUESTAS


El misterio de las encuestas
Por Rolando Hanglin

Aunque no hayamos estudiado Sociología, cualquiera de nosotros sabe que el valor de una encuesta preelectoral depende del rigor técnico con que haya sido procesada.

Por ejemplo: una encuesta realizada entre 50 habitantes de las villas miseria dará un resultado que no será válido para el conjunto de la población, y lo mismo sucede si se eligen 50 pobladores de barriadas obreras, o 50 ciudadanos de San Isidro, o 50 residentes del Barrio Golf de Río Cuarto. Para que una encuesta tenga cierta representatividad, es imprescindible que se incluya, en el universo consultado, una porción equivalente a cada sector de los que integran el electorado nacional. Digamos entonces sin mayor exactitud: un 20 por ciento de clase obrera marginal (villera), un 20 por ciento de clase obrera sindicalizada (ferroviarios, camioneros, metal-mecánicos, textiles, mercantiles), un 30 por ciento de clase media urbana (comerciantes, universitarios y empleados de Buenos Aires, Rosario, Córdoba, La Plata, Mendoza), un 15 por ciento de jubilados, un 15 por ciento de chacareros, hacendados y productores agrarios. Seguramente, estos no son los porcentajes verdaderos: la sociedad argentina evoluciona constantemente. Los sociólogos elaboran, mediante los censos y estudios sociales, un cuadro de la sociedad argentina real, sus ingresos económicos, sus lugares de residencia, sus estructuras familiares, sus niveles de estudios, sus gustos y tendencias en moda y arte, sus inclinaciones políticas. De esta forma, cuentan con un marco de referencia que les permite evaluar y -a veces- relativizar el resultado de cualquier encuesta. Y si no lo hacen, sino que se dedican sólo a especular con sus propias simpatías o arreglos políticos y/o comerciales, estamos fritos. ¡Ninguna encuesta vale!

Por lo tanto: cada vez que se nos presenta una encuesta, dicha presentación debe consignar, ante todo, cuántos ciudadanos fueron consultados: no es lo mismo 50 que mil. O cinco mil. También se nos debe decir a qué hora y dónde consignaron sus opiniones. Sus edades. Su ubicación social. La fecha de la encuesta: una cosa es hacerla después de un resonante anuncio del Gobierno (por ejemplo, la Asignacion Universal por Hijo) y otra, muy distinta, realizarla al día siguiente de la abrumadora marcha del campo, en 2009. Ya se sabe que ciertas circunstancias modifican el ánimo colectivo: sucedió con la inesperada viudez de Cristina Kirchner y también con la sentida muerte de Raúl Alfonsín. No se descarta que el reciente casamiento de Mauricio Macri con una mujer bonita y distinguida, como Juliana Awada, haya favorecido su imagen presidencial, sobre todo en los primeros días, con las innumerables fotos y videos difundidos por los medios. O sea: el "cuándo" es de una trascendencia crucial. Otro detalle importante: los candidatos deben estar proclamados, establecidos y reconocidos en la opinión pública para que la gente pueda elegir. Nadie votaría (ni siquiera en una encuesta) por alguien que "podría" ser candidato.

Todos estos detalles deben figurar en el encabezamiento de cualquier sondeo serio. Y, sin embargo, vemos que los comentaristas políticos, cualquiera sea su color, hablan más o menos así: "Una cierta encuestadora, que no está del todo asociada al Gobierno, pero tampoco está ligada a todos los sectores de la oposición, sino sólo a dos de ellos... otorga a Elisa Carrió un porcentaje de intención de voto que oscila en torno al 22-25 por ciento, y a De Narváez, en la Provincia, entre el 30 y el 35". Primero: las encuestas no fijan porcentajes "alrededor" de una cifra, sino que consignan proporciones exactas, incluso con decimales. Esto es: 19,5 o 42,4, nada de "alrededor". ¿Qué significa eso de alrededor? ¿Y cuánto tienen los otros, para que podamos valorar si lo de Carrió o Narváez es mucho o poco? ¿Qué sentido tiene consignar por separado las opiniones favorables de Alfonsín, Cobos y Sanz, cuando todos sabemos que -al final- todos los radicales votarán a uno solo de ellos tres? Así como los peronistas federales sumarán todos sus votos por Duhalde, Rodríguez Saa, Das Neves, Felipe Solá y tal vez Macri, aunque ahora figuren en columnas distintas.

Segundo: las encuestadoras no pueden estar ligadas al gobierno nacional, las administraciones provinciales o los partidos opositores. No sirve. Ya se sabe, y lo proclaman los analistas políticos, que toda encuesta beneficia siempre, con algunos puntitos de más, al que paga los gastos. Esto es corrupción pura y desvirtúa todo el sesudo trabajo efectuado. Quien más dinero tiene para financiar encuestas es el Gobierno Nacional. Por lo tanto, en principio, es posible que aparezca venciendo en todos los sondeos previos. Pero Mauricio Macri, por recursos personales y ubicación en la estructura del Estado, también se encuentra en posición de seducir a los encuestadores. Cualquier suspicaz sospechará que, precisamente por eso, está segundo en todos.

Entonces; ¿Qué seriedad tiene esto?

Dicen que, en cierta época, Eduardo Duhalde -devoto de las encuestas- mandaba a sus propios equipos de sociólogos, libreta en mano, a las grandes terminales de Constitución, Retiro y Once. Sumadas, las tres estaciones parecen una buena condensación del universo popular y las distintas clases sociales. Nos imaginamos (sin mucho rigor) una buena mezcla de operarios que van a Avellaneda con abogados que viajan a San Isidro, con empleados que van a Flores. Pero claro, la Argentina es grande: existe Santa Fe, existe Córdoba, existe Entre Ríos, existe Mendoza, existe todo el interior que vive de la vid, la soja, la carne, el trigo, la fruta, la pesca, el petróleo y por supuesto...¡El turismo!

Este tema está lleno de bemoles. Por ejemplo, si para lograr que 1000 ciudadanos respondan a la encuesta. hay que molestar a 12 o 15 mil personas, que se niegan a responder porque no tienen el menor interés en el tema, el resultado debería consignar: 90 por ciento de los opinantes rechaza al conjunto de los candidatos, un 2 por ciento aprueba a Cristina, un 1 por ciento a Macri, etc. O tal vez, declararla desierta.

Si la encuesta se realiza por teléfono, consultando a propietarios de línea domiciliaria fija, tendremos sólo el espectro de la clase media, integrada por amas de casa, médicos, jubilados de buena posición, empleados con vivienda propia, etc. Esto es sólo el 35 por ciento de la población, no marca tendencia global y excluye a millones de votantes. Si incluimos teléfonos móviles, el cuadro cambia.

Todo esto de las encuestas está lleno de trampas y misterios, que se delatan en las "misteriosas aproximaciones" a los números que realizan los "analistas". Todos los cuales -para colmo- tienen una postura política conocida.

Ellos nos aseguran que son sinceros, honestos y objetivos. ¿Por qué creerles?

Hace dos años, una destacada socióloga, encuestadora de opinión pública, a la vez una mujer atractiva, hizo sus encuestas en plena crisis del campo. En la misma tarde de los comicios de 2009, cuando faltaban horas para difundirse los cómputos reales, hizo su pronóstico: dio ganador al perdedor y perdedor al ganador. Se equivocó por 8 puntos (!) con respecto al resultado, que consagró de manera resonante al tríptico Macri-Solá-Narváez, contra Néstor Kirchner. Extraño caso de impunidad: nadie le preguntó a la bella socióloga con qué método había efectuado estos sondeos, dónde, entre cuántos ciudadanos. Nadie lo explicó, y sobre todo nadie lo constató.

Los comentaristas políticos, a quienes podemos creer o no, aseguran que algunos candidatos opositores como Duhalde y Macri están contratando encuestadores brasileños o uruguayos, porque son los únicos que no están "comprados". Macanudo. Pero los estudiosos uruguayos, brasileños, ecuatorianos o cubanos (de Miami) ¿No aplicarán el mismo sistema, adulterando ligeramente los números para conservar el conchabo con sus políticos contratantes? Ay. ¡Otra vez, los argentinos envueltos en la sospecha colectiva del soborno y la mentira! Es como si volviera a hablar don Jorge Batlle: "Son todos ladrones, del primero al último".

Poco antes de la elección interna Menem-Cafiero, los encuestadores (generalmente progres) daban ganador a Cafiero. Pero ganó Menem, que fue presidente de la Nación, durante diez años, ganando todos los comicios y generando a numerosos referentes sociales, entre ellos Scioli, Ortega y Reutemann. En vísperas de las elecciones Menem-Kirchner, mi colega Samuel Gelblung realizó por Radio 10 una encuesta telefónica, de validez discutible, técnicamente hablando, como todos sabemos, pero interesante por la espontaneidad con que participaron los oyentes. El resultado fue rotundo: Menem 100- Kirchner 5. Y bien, es cierto que Menem ganó (detalle que se suele olvidar, como casi todo) pero sólo con el 24 por ciento de los votos. Lo secundó Néstor con un 22. Con vistas a la segunda vuelta, el desconocido santacruceño, aparentemente, polarizaría a todos los que estaban cansados de Menem, por lo cual se descontaba su victoria. En una actitud inexplicable, Menem renunció a la segunda vuelta electoral: así perdió la oportunidad de ser un digno líder de la oposición, con nutridas fuerzas parlamentarias y el respaldo de alguna prensa. No lo quiso. Cambió la historia. De Menem y del país.

Una pregunta, como fondo final de este buceo a ciegas: ¿Por qué las encuestas se difunden sólo a través de medias palabras, emitidas por "enterados"? ¿Por qué son secretas? ¿Tienen dueño? ¿El dueño es siempre el que gana, en cada encuesta? ¿Por qué los entendidos prodigan frases-consigna como "Duhalde no levanta" o "Macri no tiene estructura" o "Cristina se viene cayendo, de 43 a 32 y luego 29 y"...? ¿Son datos numéricos u opiniones libres?

En el panorama preelectoral argentino, las encuestas son un elemento más de confusión. Todo parece preparado para que la gente no vote. ¿Y las internas obligatorias, simultáneas y abiertas? ¿Cuando son? ¿No deberían haberse celebrado ya? ¿En qué categoría se ubican hoy Mario Das Neves, Julio Cobos, Felipe Solá, Elisa Carrió y tantos otros? ¿Son candidatos, pre-candidatos, líderes a la expectativa, aspirantes? Faltan siete meses para las elecciones y todos los días se nos informa que "los padrones no están listos" o que "una elección interna es imposible".

Nada parece demasiado creíble. Y para colmo, este laberinto afectará el resultado de las elecciones: ya se sabe que, ante una oposición atomizada, los opositores optarán por un voto de conciencia: a Carrió, a Macri, a Solanas. Perdido por perdido, cada uno pone la boleta de su favorito. En cambio, si el cuadro de la elección viene parejo, los opositores tienden a polarizarse. Eligen el mal menor. Entre Alfonsín, Sanz, Cobos, Macri, Carrió, Solá, Solanas, Rodríguez Saa y otros, votarán por aquel que les garantice una buena elección contra Cristina.

Al mismo tiempo, los que aceptan a Cristina, si la ven ganadora, podrían optar por subrayar algunas objeciones, votando por Solanas o Carrió.

Las encuestas dibujan un mundo aparte, como el Indec, como los grandes escritores. Pero, cuando llegan los comicios, el pueblo argentino extrae un temible bisturí de entre sus ropas. Y separa cuidadosamente la sensatez del mamarracho. Elige a su gente. Busca obstinadamente el sentido común,el seny de los catalanes. A pesar de todas las confusiones, el pueblo decide sabiamente. Esto también se verá.

No hay nada que hacerle, el criollo es hábil cuando tiene el cuchillo afilado. Separa la carne del hueso, el cuero de la pezuña, la paja del trigo, y con frecuencia, en la soledad del cuarto oscuro, despelleja sin asco a los mentirosos. A algunos, porque ya los conoce, y a otros porque los adivina con sólo mirarles la cara.

Las encuestas, que digan lo que quieran. En octubre tendremos que proclamar: "Vox populi, vox dei".

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