miércoles, 23 de marzo de 2011

ERROR O ESCARMIENTO


¿Error burocrático o propósito de escarmiento?

por Vicente Massot

Imaginemos que el Ministerio Público suizo abriese una causa en la cual fueran rozados Carlos Zanini o Julio De Vido y, acto seguido, enviase un exhorto a la Cancillería para que el juez argentino correspondiente le remitiese los antecedentes judiciales del caso investigado. Nadie podría dudar un segundo respecto de cuál sería la respuesta del Coordinador de Cooperación Internacional en materia penal del Palacio San Martín. El funcionario que en general recibe estas solicitudes, pretextando vicios o requisitos no cumplidos del pedido helvético, lo hubiese devuelto. Antes, claro, el tema lo habría tratado con su jefe natural, el ministro de Relaciones Exteriores, y las más altas autoridades del país, empezando, como no podría ser de otra manera, por la presidente. Zanini y De Vido, además, hubieran sido puestos en autos del asunto inmediatamente.

¿Porqué no se dio curso a este procedimiento al momento en que la demanda suiza aterrizó en Buenos Aires reclamando datos de la familia Moyano? Hay dos respuestas: o la cuestión se le pasó por alto a la burocracia estable de nuestra cancillería o el gobierno decidió que el exhorto saliera a la luz e hiciese su camino, sin importarle demasiado cuanto opinara el damnificado. Inclusive en la Casa Rosada y Olivos se pudo pensar en un escarmiento.

Es conveniente entender que, a diferencia de cuanto sucedía en tiempos de Néstor Kirchner, hoy el círculo más cercano a la presidente, encabezado por Carlos Zanini, desearía tener a Moyano lejos de su vista. En este orden de cosas no sería de descartar que alguien muy influyente y con el suficiente poder para hacerlo, haya dado la orden de no detener el expediente y de no avisarle nada de lo que ocurría al camionero. Si hubiese sido así, el plan era en extremo osado en razón de que están de por medio las discusiones salariales -tema de suma importancia en un contexto inflacionario- y la campaña electoral. Darle a Moyano razones para que escalase el conflicto no parece atinado. Claro que la lógica kirchnerista es difícil de descubrir. Este es un gobierno que, malgrado las conclusiones a las cuales arribaron la AFIP y el juez Aguinsky en el caso del avión norteamericano, insiste en mantener abierto el pleito con Estados Unidos. Si no hubo delito, a qué avivar el fuego de la discordia con la principal potencia del mundo, pensaría cualquier persona razonable. Sin embargo, lo contrario vale para Cristina Fernández y Héctor Timerman.

Como quiera que haya sido, la destemplada reacción de Hugo Moyano es necesario entenderla en medio de un panorama enrarecido por las sospechas del gremialista acerca de la mala fe del kirchnerismo y la convicción de que existe una conjura en su contra para meterlo preso. Con anterioridad al pedido helvético, Moyano creía que -después de Zanola, Venegas y Pedraza- tarde o temprano vendrían por él en virtud de los medicamentos adulterados o por su pasada militancia en la juventud sindical y sus vínculos con los grupos más radicalizados de la derecha peronista en la década del setenta.

El sabe mejor que nadie las distancias que hoy lo separan del cristinismo. Muerto el santacruceño, su relación con la viuda -que nunca había sido fácil- se deterioró de manera notoria. Siguieron siendo aliados pero los une no el amor sino la necesidad de cuidarse las espaldas. En el fondo casi podría decirse que se odian y se protegen al mismo tiempo. De momento, ninguno puede romper una alianza cada vez más resquebrajada por proyectos de poder tan diferentes. Pero la suya es la crónica de un rompimiento seguro. La única duda es cuándo se producirá.

Moyano, que vive obsesionado y ve fantasmas a su alrededor, creyó equivocadamente que había llegado su hora y si no redoblaba la apuesta podía terminar mal. Por eso, a tontas y a locas, lanzó la idea del paro general con movilización. Hubiera sido grave de cualquier manera. Lo fue mucho más a partir del hecho -no menor- que su norte no era el Palacio de Tribunales o la embajada de Suiza, sino la Plaza de Mayo. La sola elección del lugar tenía un destinatario clarísimo: el gobierno nacional.

Varias cosas han quedado en claro después del episodio. 1) Que nada ha terminado, pues si bien la embajada helvética en Buenos Aires aclaró que no había ninguna investigación judicial sobre Hugo Moyano y su hijo Pablo, ello no quiere decir que en el futuro no la haya. El exhorto adelanta, de parte de los suizos, sospechas mayúsculas que involucran al gremialista y a su familia. 2) Que si bien la medida de fuerza fue cancelada, a Cristina Fernández el amague del camionero la convenció definitivamente de su peligrosidad. Toleró junto a Kirchner, en el estadio de River, su altanería y se llamó a silencio ahora frente al desafío del mismo personaje que su marido encumbró hasta las nubes, pero todo parece indicar que el frágil acuerdo que los unía ha quedado dañado sin arreglo posible. Seguirán juntos aunque desconfiándose como nunca antes. 3) Que, aun cuando haya pasado desapercibido, la discrecionalidad de Moyano de convocar a un paro con movilización, tácitamente enderezado a expensas de la Casa Rosada, no tuvo el apoyo incondicional de la CGT que el gestor de la idea daba por seguro. Y 4) que la impunidad de un sector gremial -aliado al Ejecutivo- en un año electoral, no es lo mejor que puede sucederle al oficialismo. Repárese en el hecho de que el camionero -posiblemente la figura pública con peor imagen del país- días atrás había adelantado su deseo de que Héctor Recalde -su abogado de confianza- acompañase en la fórmula presidencial a Cristina Fernández en octubre. Actitudes como estas frente a un requerimiento de la justicia suiza y pedidos explícitos para colocar al sindicalismo en posiciones relevantes dentro del gobierno, erizan la piel de numerosísimos sectores independientes y de no pocos empresarios.

Las usinas gubernamentales han salido a ponerle paños fríos al tema y hasta es probable que, al menos de momento, lo logren. No obstante, la procesión va por dentro. A Moyano nadie puede convencerlo, a esta altura del partido, que existe una animosidad en su contra de los nuevos favoritos que rodean a Cristina Fernández y que reivindican una cuota de poder que no tenían cuando vivía Néstor Kirchner. A Cristina Fernández nadie podrá sacarle de la cabeza que Moyano -al cual siempre despreció- representa un riesgo para su futuro que, a la corta o a la larga, es menester eliminar.

En tanto, se votó en Chubut y, de momento, nadie puede cantar victoria. Mario Das Neves, si finalmente se confirma el triunfo de su candidato, habrá dejado jirones de su integridad política en el trance. Hace dos semanas descontaba ganar con comodidad. Este virtual empate nubla su futuro y lo deja fuera de la puja del peronismo federal. De su lado, el gobierno nacional que, al comenzar el recuento de votos, se relamía convencido de que derrotaría a Martín Buzzi, debió llamarse a silencio.

Como fue dicho la semana pasada respecto a Catamarca, de Chubut también debe resaltarse su insignificancia electoral. Suponer que los resultados conocidos se pueden extrapolar a nivel nacional es perder el tiempo.

El principal efecto que tuvo el comicio de Chubut se relaciona con el peronismo disidente, cuyo estado vegetativo es visible para cualquiera que no tenga anteojeras. Si acaso se substanciase la interna de principios de abril, sería tan desabrida e incompleta que no serviría de nada o, en el peor de los casos, desnudaría su orfandad de votos. Algo de esto deben barruntar sus principales figuras porque de lo contrario no se entendería el tendido de puentes en dirección de Mauricio Macri con el propósito de forjar una alianza de cara a octubre.

Analizada la elección desde este ángulo, el kirchnerismo -aunque no repitió la performance catamarqueña- puede, de todas maneras, celebrar dos cosas: una votación excelente y el derrape de sus primos justicialistas que no encuentran un espacio político en el cual acomodarse con alguna perspectiva de éxito.

No hay comentarios: