viernes, 4 de marzo de 2011

ETERNO DISCURSO


EL ETERNO DISCURSO DE LA ETERNA CRISTINA

Por el Dr. Jorge R. Enríquez

La presidente de la Nación inauguró el 129º período de sesiones ordinarias del Congreso Nacional y pronunció el habitual mensaje que debe dar cuenta del estado general del país y referirse a las grandes políticas que el Poder Ejecutivo considera necesario llevar adelante

Fue el último discurso de estas características de su mandato. Como ocurrió en las ocasiones anteriores, la señora de Kirchner insistió en improvisar, al margen del cotejo de algunas cifras que llevó escritas, lo que nuevamente le imprimió a su mensaje fue un sello de desorden y de coloquialismo que no parecen propios de una circunstancia solemne como de la que se trataba.

Ya en años anteriores, desde esta misma columna, nos hemos detenido sobre este aspecto que puede ser percibido como menor, pero que no lo es porque revela la consideración que un presidente tiene respecto del Congreso y, en general, de los ciudadanos.

Por lo demás, otra vez la primera mandataria consumió su tiempo en una constante autoreferencialidad, trazando un "relato" que se origina el 25 de mayo de 2003, fecha en la que asumió Néstor Kirchner. Todos los datos y números de la economía con los que abrumó a su resignado auditorio abarcaron ese período, que según ella fue el mejor en los 200 años de la historia argentina, lo que indica que, si algún problema tiene, no es la falta de autoestima.

Es innecesario acotar que esos números, en la medida en que puedan ser creídos, obedecen a una situación internacional extraordinaria y no a ninguna virtud de un supuesto "modelo" al que siempre se apela pero nunca se define, porque en años anteriores se asentaba en un alto tipo de cambio y hoy se funda en un dólar bajo, similar al de los años finales de la convertibilidad.

No hubo propuestas claras hacia delante; sólo títulos. Falta una mirada estratégica, un proyecto convocante. El ya fatigado y fatigante discurso de autocomplacencia está largamente agotado.

Su perorata estuvo signada por una orfandad de referencias e iniciativas respecto de los grandes temas que afligen a nuestra sociedad;

De la seguridad, sólo slogans más bien vacuos, que sirven tanto para un barrido como para un fregado. Ni una mención de medidas concretas.

Menos aún sobre política exterior, campo en el que semana a semana batimos récords de infantilismo y torpeza, respecto de la que sólo aludió a una resistencia a imposiciones imaginarias.

No mencionó una sola vez la palabra inflación, como si el silencio sobre esa cuestión sirviera como conjuro para evitarla; tampoco sobre la falta de inversiones genuinas.

De desarrollo económico, nada. El metafísico "modelo" se encargará.

Narcotráfico y transparencia fueron otros temas que brillaron por su ausencia, como si fueron a ajenos a nuestra triste realidad.

En fin, podría decirse que fue una pieza oratoria decepcionante, pero eso sería falso, porque pocos podrían haberse ilusionado con algo mejor.
“CRISTINA ETERNA”

Aunque en su discurso ante el Congreso Cristina Kirchner lo negó, inclusive poniendo en duda si se presentará como candidata este año, la idea de modificar la Constitución para permitir la reelección indefinida no fue un invento periodístico, sino que surgió de los círculos más cercanos al poder.

Esa versión cobró cuerpo cuando nada menos que la diputada Diana Conti, una de las principales espadas parlamentarias del kirchnerismo, declaró que la idea circulaba dentro de algunos sectores oficialistas, y que ella y otros deseaban una "Cristina eterna".

¿Fue un lapsus de la legisladora, una manifestación espontánea no demasiado pensada o un globo de ensayo del kirchnerismo?

Parece más bien lo último. Diana Conti no es una dirigente cualquiera. Goza de la confianza de la presidenta y es muy improbable que se lance a formular declaraciones de esa envergadura sin tener el aval de la Casa Rosada. Como Alberto Kohan respecto de Menem, Conti representa el papel de esos halcones que dicen lo que sus jefes creen inconveniente expresar en público.

¿Cuál sería el propósito en este caso, siendo que es prácticamente imposible una reforma constitucional que no cuente con el consenso de las principales fuerzas opositoras, ya que la Constitución exige como primer paso para su reforma que esta sea habilitada por los dos tercios de cada Cámara del Congreso?

Es razonable pensar esto: que al hablar de una supuesta reforma con vistas a las elecciones de 2015, se da por sentado que las de 2011 ya las ganó Cristina Kirchner. El oficialismo está intentando por todos los medios instalar esa percepción, con encuestas sospechosas y otras acciones. Es una forma de disciplinar a intendentes y gobernadores, que si creen que el actual gobierno seguirá en el poder se cuidarán de tomar actitudes independientes, en especial con vistas a las elecciones próximas.

Que esa facilitad para ganar las elecciones no es tal lo demuestra por sí sola la estrategia de las colectoras, que sólo se explica como un recurso desesperado para allegarle más votos a la presidenta aún en desmedro de los "barones" del conurbano y del propio Daniel Scioli, que -si se presenta a la reelección- tendrá dificultades por la candidatura de Martín Sabatella, que le restará algún caudal de sufragios.

Pero lo más triste es que se insista en ese personalismo excesivo, en ese caudillismo anacrónico que tantos males le ha causado a América Latina, entre otras vías, por la de la reelección indefinida.

Los argentinos no necesitamos una Cristina eterna; necesitamos una democracia republicana eterna, basada en las leyes y no en las personas, que nunca son imprescindibles y, por el contrario, se tornan un obstáculo para el progreso cuando se terminan creyendo que lo son.

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