domingo, 27 de marzo de 2011
LA GRAN MOYANO
Por JUAN SALINAS BOHIL
La Argentina predecible sigue igual, muy igual. Si no es más conservadora es porque le falta tiempo. Se habla de un nuevo muerto en el fútbol, aunque en el campo de juego de ese deporte lo más que se es alguna que otra patada dada por briosos corceles; se festeja un nuevo aniversario del golpe militar del 24 de marzo de 1976 con un nuevo feriado largo que muestra las cortas ganas de trabajar en que la dirigencia sumerge a la sociedad; poseedor de un imán especial, el juez Oyarbide atrae todas las bolillas de los sorteos, y como si fuese el único juez del país, la diosa Fortuna le entrega los juicios más rimbombantes; en Chubut, las elecciones internas del peronismo se dirimen en una nueva externa; los políticos siguen con sus continuos cambios de bando enfrentando a quienes en el pasado han sido sus socios; los delincuentes siguen asesinando personas; y un Hugo Moyano recargado amenaza con un paro nacional que posteriormente "levanta" sin considerar que, como las renuncias, esas medidas de fuerza son -deberían ser- indeclinables.
El líder de la Confederación General del Trabajo, furioso por su presunta vinculación en un exhorto judicial de la justicia suiza que investiga el lavado de dinero, amenazó con la realización de un paro general por considerar que era objeto de una campaña difamatoria motorizada por "Clarín". De inmediato, todo el aparato comunicacional del Gobierno salió a defenderlo, extraña situación debido a que ese sector está dominado por la izquierda que, como se sabe, viene enfrentándose desde hace décadas a los peces gordos de la CGT.
Si bien la sobreactuación no es exclusivamente patrimonio de los actores locales, fue innecesaria la presentación de semejante camión con acoplado de testosterona radial y televisiva que ya es harto conocida debido a los continuos bloqueos de plantas industriales, depósito de mercaderías y plantas editoras de diarios que lleva a cabo la familia Moyano. Hubiese bastado, si es que no tiene nada que ocultar, con manifestar que sus cuentas personales, las de su sindicato y las pertenecientes a sus segundas y terceras líneas de confianza, se encuentran a disposición de la justicia nacional e internacional.
Pero antes de la convocatoria al paro general, Hugo Moyano ya venía con su Scania Vabis a mil, el tacómetro descompuesto y las gomas sin dibujos, porque unos días antes había exigido en forma contundente, "Los trabajadores sindicalistas queremos llegar al poder", refiriéndose a la antigua división nunca consumada en el peronismo de dividir las nominaciones a cargos electivos en partes iguales entre las ramas masculina, femenina y gremial. Y antes de antes y por el mismo precio, el diputado cegetista Héctor Recalde, había remarcado el deseo gremial de "participación en las ganancias de las empresas" del que habla el artículo 14 bis de la Constitución, añadido después del derrocamiento de Perón en 1957 por los constituyentes de la Unión Cívica Radical y el socialismo que parece que ahora no tienen nada que decir. Mientras, el mismo párrafo habla del "con control (obrero) de la producción y colaboración en la dirección (de las empresas)". Claro que por esa época aún no se tenía conocimiento pleno del fracaso de los soviets en el control de las empresas de la antigua URSS. ¿Sumergidos en la década del 70? Se superan. Están en el 50.
Los argentinos se han acostumbrado a toda clase de bravuconadas en el que el sindicalismo tiene tomada la delantera desde hace décadas, agravado en estos últimos ocho años por la complacencia kirchnerista del laissez faire ante lo paros sindicales que afectan los servicios públicos. Las muertes y asesinatos de varios gremialistas en los últimos años indican que existen hechos que no se encuentran del todo claro en sus actividades que son, a la luz pública de gremialistas encarcelados, millonarias operaciones menos claras aún.
Hugo Moyano ha dicho querer el poder. Concientemente o no, se ha expresado mal. El sindicalismo hace 60 años que tiene el poder y como consecuencia de ello se ha anquilosado, arrastrando en su dolencia a todos los sectores productivos del país. Lo que debió decir es que quieren el gobierno, la figuración, la foto, el glamour, los Armani, porque se han cansado de usar camperas de cuero. La "participación en las ganancias" que pide el gremialista sería aceptable si del mismo modo tuvieran "participación en las pérdidas": en las de Aerolíneas, ferrocarriles, subterráneos, hospitales, escuelas, y, por supuesto, en las del teatro Colón. Lo mejor y revolucionario sería que sin demora se hagan cargo de la administración y "control de la producción" de todos los servicios públicos. De ese modo, llegarían al verdadero gobierno porque el poder, como se ha dicho, ya lo ejercen.
Si los gremialistas piden que se cumplan las leyes, deberían exigirlo hacia todas, las nacionales e internacionales. Deberían dejar de apoyar a un partido político en especial porque les está prohibido; deberían estar en condiciones de competir con otras centrales obreras aunque visto y considerando lo sucedido en las elecciones de autoridades de la CTA, el remedio no alcanzaría a curar la enfermedad; deberían permitir la representación de las minorías en sus sindicatos; deberían encargarse de cobrar ellos mismos las cuotas sindicales y no usar a los empleadores como agentes de retención; deberían, eso sí, oponerse frontalmente al saqueo que hacen todos los gobiernos de los aportes jubilatorios de los trabajadores en actividad; en síntesis, deberían, con la ayuda de la justicia hasta ahora ausente, democratizarse un poco y disentir un poco con los dueños de las grandes empresas para no moverse siempre en detrimento de los pequeños y medianos empresarios que son mayoría. Moyano no es la patria como afirma el obsecuente que firma el cartel. La patria somos todos. Es de todos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario