lunes, 21 de marzo de 2011

LOS JAPONESES


El espíritu japonés

Desde que se puso en emergencia el complejo nuclear de Fukushima, las autoridades japonesas están procurando tranquilizar a la población sin subestimar la gravedad de la crisis. Aunque su supuesta voluntad de minimizar el peligro ha motivado críticas en otras partes del mundo, no tienen más alternativa que la de apostar a que tengan éxito quienes están luchando por impedir que haya una fuga de radiación masiva. Puesto que en Tokio y sus alrededores viven casi 40 millones de personas, no pueden correr el riesgo de sembrar el pánico, pero son conscientes de que si se difunde la impresión de que los voceros oficiales están ocultando la verdad sus esfuerzos en tal sentido podrían resultar contraproducentes. Los ha ayudado mucho el estoicismo que es típico del pueblo japonés, pero así y todo no pueden sino entender que si resulta que han tenido razón los gobiernos de otros países, a juzgar por las medidas que han tomado para sacar a sus ciudadanos de las zonas que se verían afectadas en el caso de que fracasen los intentos de enfriar todos los reactores antes de que se produzca una catástrofe que, según el comisario europeo de Energía, sería "apocalíptica", tendrían que llevar a cabo una evacuación en una escala sin precedentes en el mundo desarrollado. Aunque muchos residentes de Tokio ya se han trasladado a localidades en el sur de su país, parecería que la mayoría sigue confiando en que, como insisten los funcionarios gubernamentales, sería muy poco probable que la radiación alcanzara niveles realmente peligrosos.

El que muchos extranjeros hayan salido del Japón, mientras que los japoneses mismos han permanecido donde están, es lógico; en vista de que por lo común no se sienten parte de la sociedad del país anfitrión, sería un error atribuir el éxodo que está en marcha a nada más que profundas diferencias culturales. En cambio, lo que sí ha motivado la admiración ajena ha sido la conducta de virtualmente todos ante una serie de calamidades terribles: el terremoto más violento jamás registrado en un país acostumbrado a experimentarlos, un tsunami que destruyó todo cuanto se encontró en su camino en una zona muy grande y, desde luego, un desastre nuclear que dista de haberse superado. No ha habido saqueos, los comerciantes no han aprovechado la oportunidad para aumentar el precio de bienes indispensables y todos los capaces de hacerlo han colaborado con las tareas de rescate. Huelga decir que, en otras partes del mundo en que raramente escasean pretextos para saquear y el aprovechamiento de las desgracias ajenas es habitual, la cohesión social así manifestada ha motivado una mezcla de sorpresa y envidia. En Estados Unidos, muchos están comparando la solidaridad automática de los japoneses con la actitud depredadora de demasiados norteamericanos cuando Nueva Orleans sufrió las embestidas del huracán Katrina, atribuyéndola a la diferencia entre una sociedad en que es muy fuerte el sentido de la responsabilidad personal por un lado y, por el otro, una en que abundan quienes se suponen víctimas inocentes de la falta de justicia social y por lo tanto con el derecho a desquitarse ensañándose con los demás.

También ha impresionado el coraje de los miembros, todos voluntarios, de los equipos que, a pesar de los riesgos mortales que enfrentan, están procurando refrigerar los reactores de Fukushima. Saben que con toda probabilidad morirán pronto, pero se indignaron cuando la empresa responsable quiso sacarlos indefinidamente de la central por miedo a que sufrieran dosis letales de radiactividad. Según se informa, casi todos son operarios jubilados de más de 60 años de edad que se sienten convocados para dar una lección a los jóvenes que, como en muchos otros países, son habitualmente acusados de haber abandonado los valores propios de generaciones anteriores que, en su caso, hicieron posible el resurgimiento asombroso del Japón de los escombros a los que fue reducido por la Segunda Guerra Mundial. Por desgracia, no podrá repetirse aquel "milagro". Aunque se recupere con rapidez la economía japonesa de las tres catástrofes que acaban de golpearla, ni siquiera el célebre "Yamato damashii", o espíritu japonés, le permitirá superar el desafío planteado por el envejecimiento que, año tras año, está haciendo disminuir la población "activa" y aumentar la "pasiva".

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