jueves, 24 de noviembre de 2011

ARGENTINA AZUL COMO UNA NARANJA



por Pierre De Vitton
Licenciado en Ciencias Políticas, University of Bristol, Inglaterra. Maestría en Ciencias Sociales, Política y economía comparativa en Latinoamérica, Universidad Paris III- La Sorbonne Nouvelle, Francia. Hablo 5 idiomas y tengo doble nacionalidad francesa y brasileira.



La escuela es el lugar donde una sociedad transmite sus valores, y por ende el lugar donde éstos se reflejan. El éxito o el fracaso de la escuela pública es entonces el de los valores que una generación quiere transmitirle a las siguientes.




Pero por la torpeza de algunos ministros, la demagogia de la Presidente de la Republica (alentando de manera irresponsable las tomas de escuelas por parte de los alumnos), el oportunismo de algunos gremios, el corporativismo egoísta de algunos docentes y la ingenuidad teñida de ignorancia de ciertos alumnos (algunos bien intencionados pero mal aconsejados, otros manifiestamente politizados al extremo e influenciados por políticos inescrupulosos), así es una vez más como la gran mayoría de los estudiantes tendrán un año arruinado.

Mi propósito aquí no es designar quiénes llevan la responsabilidad principal de este desperdicio, sino de entender cómo y por qué, una vez más, las víctimas son los alumnos y estudiantes de las escuelas y universidades públicas (la mayoría de los cuales abandonan la escolaridad antes de recibirse), sobre todo aquellos que financian sus estudios con su trabajo y necesitan más que los demás obtener su diploma para triunfar en la vida. Mientras tanto, los alumnos de las escuelas y universidades privadas salen indemnes, lo que acarrea un deterioro del concepto republicano de la igualdad de oportunidades, principio fundamental en la consolidación de toda democracia y sociedad justa.

Se podría imaginar que, frente a semejante desastre, el rescate de estos estudiantes sería considerado como una prioridad nacional. Pero no. Casi nadie en el ambiente político se anima a poner el tema sobre la mesa y a hablar en serio del asunto. Es como si la nación considerase normal semejante desperdicio de talentos (al menos 5 millones de estudiantes han sido afectados por las huelgas y las tomas) y de dinero (19 mil millones de pesos fueron asignados a la educación este año, el 7% de la totalidad del presupuesto nacional).

La misma indiferencia se aplica también la educación primaria y secundaria, de las cuales se sigue pretendiendo que todo anda bien mientras Argentina se hunde un poco más cada año en las profundidades de las clasificaciones internacionales (en 2010, Argentina se posiciona ultima del ranking sudamericano en materia de educación según la revista Newsweek y penúltima en el ranking latinoamericano, solo por delante de... Guatemala).



El primer país occidental en derrotar el analfabetismo es hoy en día el país occidental con mayor aumento anual de la tasa de analfabetismo.



El fracaso de la escuela pública genera un verdadero mecanismo de repetición de la pobreza a lo largo de todo el país. Cuatro millones de adultos argentinos no han terminado la primaria, 12% del cuerpo estudiantil deserta la escuela cada año y 41% de los alumnos que comienzan el secundario no llegan a completarlo y abandonan sus estudios sin obtener el bachillerato, aumentando la alta tasa de desempleo juvenil (un tercio de los menores de 25 años en Argentina están desempleados).



Cuantos talentos desperdiciados por una política tan miope y cortoplacista... Cuantas riquezas perdidas para hoy y mañana por culpa de semejante abandono.

Si persiste esta apatía colectiva, el destino del país está sellado. Los alumnos formados en las escuelas y universidades privadas reforzarán sus privilegios. La mayoría irán, como hoy, a ocuparse de psicología, de finanzas y otras distracciones. Pocos de ellos se sentirán motivados en ejercer los oficios más exigentes y de los cuales depende nuestro porvenir: ingeniero, médico, científico, emprendedor, profesor o investigador. Y muchos de los alumnos de la universidad pública formados en estas materias se verán obligados por el contexto cultural y socio-económico en tener que ejercer sus oficios en el exterior y sin devolverle a la nación lo que la generación precedente habrá pagado por ellos.

Es urgente considerar que nada resulta más valioso que asegurarle a toda la juventud la mejor formación; proclamar que ningún alumno o estudiante puede permitirse perder un año; osar decir que la huelga de clases y tomas de edificios por parte de los docentes, como de los alumnos, es una práctica escandalosa y suicida; que la reforma de la educación superior es un reto vital para la política nacional y que una reforma debe ser debatida, pensada, negociada entre todas las partes concernidas y lanzada justo después en un país que por fin empezará a entender la importancia de su juventud. De TODA su juventud.

Es imposible no escuchar la desesperación de los jóvenes en la Argentina de hoy. La escuela pública ofrece una formación deficiente, excesivamente politizada, totalmente inadaptada al mundo actual, ni que hablar al de mañana. De los que completan la educación secundaria y obtienen el bachillerato (que ya vimos son pocos), aquellos que eligen hacer estudios superiores se pierden generalmente en la complejidad de las carreras académicas, la vetustez de los locales de enseñanza y la ausencia de becas.
Pensándolo bien, no debería resultar sorprendente que la juventud argentina -así como la juventud occidental en general- mire hacia el futuro con cierta angustia.



La globalización los pone en competencia con asalariados de equivalente formación pero mucho más baratos que ellos.



La crisis financiera e inestabilidad económica internacional (sobre todo conociendo la larga experiencia argentina en este dominio) les anuncia muchos años remando como galeotes en empleos subvalorados.



La crisis demográfica les recuerda que empezarán muy tarde a financiar muy mal una jubilación muy baja (si es que algún día consiguen cobrarla, en ese aspecto también las experiencias del pasado en la Argentina empujan hacia el mayor pesimismo).



La crisis ecológica les da a entender que el planeta será cada día más agobiante.
Finalmente, la crisis geopolítica les muestra que el largo paréntesis de paz y de gobiernos democráticos en el mundo occidental podría volver a cerrarse para asemejarse más a la situación vivida hoy en día por África, con sus señores de la guerra y sus conflictos armados. Este último riesgo no puede ser descartado en América Latina, a juzgar por el preocupante y vertiginoso avance del narcotráfico, de la inseguridad y de las desigualdades sociales entre los sectores más ricos y más pobres de todos los países latinoamericanos.

Todo debe cambiar. Es clave evolucionar hacia una educación a medida, poniendo a cada uno en situación de descubrir en qué área se desempeña mejor y en hacerle ver que es de su propio interés, a fin de tener éxito, el hecho de ayudar a los demás a realizarse.



La Argentina de hoy necesita de empatía, de experiencia ajena, de apertura de espíritu, de cooperación entre las diferentes redes que componen el tejido social.



Necesita que sus futuros dirigentes y profesores conozcan los universos del movimiento, del cambio, de la intuición, de la diversidad.
De este déficit con el mundo moderno nace el fracaso de nuestro sistema escolar que, con sus métodos inadaptados, conduce 20% de los niños a salir de la secundaria sin saber leer y escribir correctamente, y 430.000 a dejar la educación obligatoria sin diploma cada año.
El país tiene sin embargo todo por ganar invirtiendo en su juventud y ayudándola por todos los medios a crear sus propias empresas, a cumplir sus sueños y, sobre todo, en asociarla dignamente a la toma de decisión en los partidos políticos, sindicatos y asociaciones.



Una sociedad que olvida que su juventud es su capital más valioso es una sociedad sin futuro y condenada a desaparecer.

Es verdad que muchos coinciden en reconocer que una reforma de la educación primaria y superior es necesaria. Que se ha vuelto imperativo reforzar la calidad de la escuela pública así como la autonomía y la unidad de gestión de las universidades, bajo la autoridad de rectores respetados por todos y de profesores e investigadores bien formados y mejor pagados. Pero para lograrlo, se deberá dejar en el vestuario los intereses políticos mezquinos y reajustarse sobre los desafíos principales del país. Será necesario que la clase política -y en primer lugar la Presidente de la Nación- muestren el ejemplo, adaptando su visión del mundo y privilegiando por la acción y por la palabra los valores de mayor interés general como el respeto a la diversidad, la intuición y la creatividad.

Y para pegar el gran salto, no solo se deberán formar docentes para un mundo nuevo sino también cambiar la mirada que tienen muchos padres sobre el presente de sus hijos. Ya no deberán soñar que sus progenituras sean los mejores en las disciplinas más cotizadas de su propia época, una era ya cumplida. Los padres tendrán que aceptar que el éxito de mañana no será calcado sobre la imagen de lo que soñaban para ellos mismos en su propia juventud. Les corresponderá entender que el éxito de mañana pasará primero por la elección libre de nuevos modelos (individual, colectivo, económico, social, político y asociativo) que aún quedan por ser imaginados en conjunto con los alumnos mismos, lo cual implica apuntarle a disciplinas en constante renovación y que fusionen múltiples conocimientos sostenibles. Ese es el salto más difícil que una generación necesita pegar si de verdad quiere serle útil a las generaciones siguientes.

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