miércoles, 23 de noviembre de 2011

FALACIAS


Que nuestra sociedad está enferma y agonizante de populismo izquierdista, forma parte de una angustiosa realidad manifiesta en diversos síntomas que se reproducen en nuestro inconsciente colectivo a nivel regional. Uno de ellos, es la creencia de que nosotros, los ciudadanos, tenemos derecho a todo y sobre todos.

Tener derecho a algo, en resumidas cuentas, refiere a la libertad que goza un individuo de realizar una determinada acción. Supone y requiere, por tanto, ausencia de coerción tanto de otros individuos como del Estado frente a ese curso de acción emprendido.

Los derechos del individuo intentan asegurar una coexistencia pacífica en un contexto social específico, teniendo como único límite los derechos de los demás. En efecto, el derecho a transgredir derechos es una contradicción en sí misma.

El gran engaño del izquierdismo en esta materia ha sido el de aseverar que la necesidad es fuente de derecho. Pero dado que todos poseemos distintas necesidades y distintos grados de ellas, si efectivamente la fuente del derecho fuese la necesidad, entonces la igualdad ante la ley devendría en un imposible. Y donde los derechos no son los mismos para todos, lo que hay no son derechos sino privilegios.

En lo único que todos los seres humanos somos iguales es en nuestra naturaleza. En ella reside, pues, la fuente capaz de establecer los mismos derechos para todos los hombres sin distinciones.

Ahora bien, habiendo impuesto la falacia de que la necesidad crea derechos por un lado, y habiendo omitido que nadie tiene el derecho de violar los derechos de los demás por el otro, la hegemonía izquierdista manipuló la misma idea de derecho conquistando a las masas con embustes dialécticos.

En consecuencia, se les aseguró a los hombres que tenían el derecho a poseer una vivienda, cuando en verdad su derecho era el de construir una casa con el fruto de su labor. Pero los demagogos no lo proveyeron del material necesario ni del trabajo precisado para levantar la casa, sino que expropiaron lo producido por otros para tal fin.

Se les aseguró a los hombres que tenían derecho a un trabajo, cuando en verdad su derecho era a que alguien lo contratara si así lo consideraba oportuno. Pero los demagogos no les proporcionaron tal trabajo, sino que impusieron al resto que se lo brindara.

Se les aseguró a los hombres que tenían derecho a alimentarse, cuando en verdad su derecho era el de conseguir su alimento a través del propio empeño. Pero los demagogos no compartieron de su comida al hambriento, sino que obligaron a los demás que lo hicieran con la suya.

Se les aseguró a los hombres que tenían derecho a ser felices, cuando en verdad su derecho era el de buscar la felicidad. Pero los demagogos no le brindaron tal felicidad, sino que utilizaron como medio a los demás para hacerlo.

Las casas, la vestimenta, el alimento, el trabajo y la felicidad, para continuar con la lista de ejemplos ofrecidos, no caen del cielo ni se generan espontáneamente en cantidades ilimitadas. Son, por el contrario, el fruto del esfuerzo de los hombres, un auténtico derecho que termina siendo pisoteado por los falsos derechos populistas en virtud de esta engañosa lógica.

Va de suyo que el sufrimiento del prójimo causa malestar a toda persona de buen espíritu. Frente a ello se nos abre la hermosa alternativa de aquello que llamamos “solidaridad”, vale decir, caridad voluntaria. Esto último es ineludible: no hay solidaridad compulsiva. La solidaridad a punta de revólver no es sino aquello que llamamos servidumbre.

Donde los ciudadanos creen tener derecho a todo, incluso a la vida de los demás, se abren las puertas a cualquier demagogo ávido de poder que sea capaz de endulzar oídos y prometer imposibles. Para los hombres que así creen, será siempre más simpático escuchar a quien −eufemismos de por medio− les asegure que sus semejantes son bienes de uso cuyo objetivo existencial es saciar sus necesidades, y no personas con idénticos derechos que deben ser respetados.

Tal es la naturaleza del engaño del populismo izquierdista que genera y regenera el caldo de cultivo de su propia permanencia en el poder en nuestra región.

(*) Agustín Laje tiene 22 años, es autor del libro “Los mitos setentistas” y miembro de la Red de Escritores Latinoamericanos “Plumas Democráticas”. Su email es agustin_laje@hotmail.com y su twitter @agustinlaje .

La Prensa Popular | Edición 62 | Miércoles 23 de Noviembre de 2011

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