miércoles, 30 de noviembre de 2011

KRETINA Y TOMATODO


La presidente y el camionero

Por Vicente Massot



El episodio tuvo lugar en un estadio de River colmado por el gremio de camioneros, el 17 de octubre del año pasado. Nadie podía imaginar entonces que Néstor Kirchner se moriría diez días después.
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Tampoco que el alicaído oficialismo podría recomponerse, como lo hizo, bajo la batuta de Cristina Fernández, precisamente a partir de la desaparición del santacruceño. Y, menos aún, que las ya deterioradas relaciones de la presidente con Hugo Moyano llegarían a un punto sin retorno.

En el Monumental, el líder sindical embistió -guardando mínimamente las formas pero dejando en claro a donde apuntaba- contra la mujer de Kirchner al pedir “un trabajador en la Casa de Gobierno”. Dicen los que saben que mientras el conductor del matrimonio gobernante tomó la frase sin agraviarse, la señora nunca perdonó la osadía.

Las idas y venidas no terminarían allí. En febrero, cuando el inefable juez Norberto Oyarbide encarceló a Jerónimo Venegas, la CGT cerró filas en torno suyo y denunció la decisión del magistrado como un ataque al sindicalismo. La escalada continuó en marzo y, esta vez, el motivo fue el pedido de información sobre Moyano y familia -en una causa de lavado de dinero- enviado por la justicia suiza.

El camionero, creyendo que lo habían entregado, convocó a un paro nacional -con protesta incluida- en la Plaza de Mayo. Fue Julio De Vido quien, al cabo de horas de discusión, hizo entrar en razón al secretario general de la CGT. Finalmente Moyano desactivó la huelga y el acto pero Cristina Fernández no pasó por alto el nuevo desafío que le había sido lanzado.

Desde ese momento los cruces entre la dama y el camionero crecieron en intensidad. Por eso no resultó extraño que el discurso de la presidente haya seguido por unos carriles en nada parecidos a los del gremialista.

En tanto Moyano quebraba días atrás una lanza en favor de Ricardo Cirielli, la Casa Rosada responsabilizaba a su sindicato de los problemas a los cuales se enfrenta Aerolíneas Argentinas y amenazaba con suspender la personería del gremio. Eso sin olvidarnos del parate que Cristina Fernández acaba de darle al proyecto de reparto de las ganancias empresarias, fogoneado por Moyano y su ladero en la Cámara de Diputados, Héctor Recalde.

Moyano sabe hasta qué punto ha cambiado su situación personal y sus vínculos con el Poder Ejecutivo desde la muerte de Néstor Kirchner. Asimismo conoce, como cualquier mortal informado, que la justicia lo tiene en la mira y que -si bien hasta hoy ella no le ha dado luz verde a los dos magistrados federales que podrían meterlo preso- bastaría un guiño de Cristina Fernández para que procedieran. Algo que en vida del santacruceño hubiera sido literalmente impensable ahora sería insensato descartarlo.

Razón por la cual la estrategia de Moyano sigue siendo la misma, sólo que redoblada. Como es consciente de que su caso no tiene vuelta y que el círculo íntimo de Cristina lo detesta, ha decidido huir hacia delante. De lo contrario no se entendería que haya voceado a los cuatro vientos el reclamo de un plus de fin de año para los camioneros en el preciso instante que en la Casa Rosada piden mesura y manejan un tope de aumentos salariales para 2012 que se da de patadas con las aspiraciones de máxima de la CGT.

La disputa ventilada a vista y paciencia del país no puede cerrarse a través de una conciliación porque quien debería ceder -atendiendo a la presente relación de fuerza- es el camionero y no la presidente. Pero aquél intuye las consecuencias que tendría la única rendición que aceptaría Cristina Fernández: la renuncia al poder que todavía detenta. La señora sólo contempla la posibilidad de una rendición incondicional. En algunos casos, formalizada la misma, el vencido no es humillado ni despojado del mando a condición -claro está- de sumarse al coro oficialista. El ejemplo de lo dicho es la reciente reconciliación del kirchnerismo con Techint.

En otros casos, en cambio, no hay tregua posible y el que pierde no conserva nada. Si la embestida que se prepara contra Clarín prosperase, Héctor Magnetto difícilmente podría seguir los pasos de Paolo Rocca. En este orden Moyano se halla más cerca del mandamás del principal holding de medios de la República Argentina que del dueño de la multinacional siderúrgica antes mencionada.

Las razones son claras, sobre todo para el kirchnerismo que no tolera disidencias y sueña siempre con hegemonías. Los caños sin costura carecen de la relevancia que tienen la usina de información y el sindicato más poderoso del país. Techint -en la lógica que aplicó el santacruceño hasta su muerte y heredó sin cambiarle una coma su mujer- no tiene cuanto le sobra a Magnetto y a Moyano: la capacidad de desafiar el modelo y el relato oficialistas. En una palabra, aun disminuidos como están, representan una presencia molesta. Más vale, pues, tenerlos lejos que cerca.

El camionero baraja la idea de crear un partido o -en su defecto- de lanzar un movimiento que, eventualmente, pueda presentarse en los comicios de 2013 o inclusive en las elecciones presidenciales de 2015. Desde antiguo se halla convencido de que tendría chances de terciar con éxito en la arena política y por ello no descarta, a priori, ninguna posibilidad. Sin embargo, los conflictos sociales que cree avizorar le fijan otras prioridades.

En efecto, si de resultas del ajuste que ha comenzado a implementarse, se resquebrajase el apoyo dado al gobierno por la denominada -en la jerga peronista- clase trabajadora, Moyano tendría una oportunidad dorada de recobrar el papel de interlocutor privilegiado entre el gobierno y el sindicalismo peronista.

Lo que necesita, de momento, es resistir y prepararse para encabezar las reivindicaciones que con seguridad los sindicatos deberán hacer suyas a medida que avance el ajuste, se atempere de manera ostensible la ola consumista, haya que pagar tarifas más caras, la inflación golpee con mayor fuerza y el modelo muestre sus insuficiencias.

Cuando el secretario general de la CGT sostiene que no abandonará los legítimos reclamos de los trabajadores y que el índice del costo de vida hay que buscarlo en los supermercados y no en el INDEC, lo que trasparenta es un diagnóstico de la situación por venir, si no sombrío, sí delicado en atención a las consecuencias sociales que traerá aparejadas. No se imagina, como hasta ahora, al gobierno fijando unas pautas salariales que -tras algunos pataleos para la tribuna- terminasen siendo aceptadas por la CGT.

Él, precisamente, fue el instrumento por excelencia de esa política diseñada por Kirchner para tener contentos y domesticados a los gremios. En los años de bonanza y con la conducción del santacruceño ello era relativamente fácil, además de resultar -de manera especial para los camioneros- un excelente negocio. Hoy todo ha cambiado no solo porque el jefe ha muerto sino porque las bases del modelo no acreditan la misma solidez del pasado.

De lo expresado hasta aquí no se sigue -al menos, no necesariamente- que la sangre llegue al río y que el camionero marche preso de un día para otro. Esta es una confrontación que bien puede prolongarse más tiempo de lo que muchos imaginan. Salvo que Moyano decidiese llevar sus diferencias al límite de lo tolerable en términos de la discusión salarial y se pintase la cara para entablar una guerra abierta, Cristina Fernández evitará la resolución del conflicto por la vía drástica. Ninguno de los dos contendientes desea escalar el conflicto.

El líder sindicalista porque llevaría las de perder tanto en el terreno político como en el ámbito de la justicia -que es cuanto más le preocupa. La presidente porque si bien detenta un poder del cual Moyano carece, prefiere evitar un desenlace que sería muy costoso, aún cuando esté segura de ganarlo.

Por distintos motivos, los dos enemigos le escapan a un enfrentamiento a todo o nada, substanciado en el corto plazo. Se atacan verbalmente y -eso sí- hacen planes para el día en que no haya posibilidad de ganar la batalla sin sangre.

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