martes, 26 de junio de 2007

KIRCHNER: PENSAMIENTO DESORDENADO

El pensamiento vinculado con la verdad, deberá estar resguardado siempre dentro de un cierto orden mental. Hay hombres que se distinguen sólo por una locuacidad sin límites que les impide juzgar nada con acierto, apartándose siempre de la realidad.

Para ellos no existe el diálogo con el orden “evidente” de la naturaleza de las cosas, sino solamente el ejercicio oral de abstracciones compulsivas que devienen en resonantes incoherencias.

Kirchner es un caso emblemático de lo señalado precedentemente. Hace varias semanas que viene intensificando la práctica de sus discursos totalmente divorciados de dicha realidad.

Ultimamente con sus “amenazas” nos dijo con aire misterioso que Mauricio era “Macri”, (como si se tratara de alguna nueva plaga desconocida) , con el objeto evidente de atemorizarnos haciendo alusiones a hechos inexistentes, pergeñados vaya a saber en qué noches de insomnio sufridas en Olivos.

Luego, a través de sus voceros, trató de convencernos de que los problemas energéticos que ya comenzamos a sufrir eran “nimios”, hasta que el frío vino a desmentirlo.

Poco a poco, vamos comprobando ahora que la situación es de extrema gravedad, que no parece haber un responsable más “irresponsable” que Néstor Kirchner y que las advertencias que le han venido formulando expertos en la materia, tenían plenos fundamentos.

Un Presidente que olvida permanentemente que el mundo exterior nos envía siempre señales claras de que existe como tal bajo el aspecto de unas ciertas formas, que están más allá de nuestras valoraciones subjetivas. Que es a través de esta comprensión, que debemos ordenar nuestra conducta y ajustar nuestro razonamiento.

Que intentar la subversión de este orden natural, es una vana pretensión que conduce inexorablemente a la extravagancia y una cierta forma de locura.

¿De qué está constituido el orden natural?

Pues de una disposición, armonía y existencia, que permiten percibir que las cosas son de una manera espontánea como son y no de otra. Que, por alguna razón ajena a nuestros deseos, dependemos de esa espontaneidad, y que el uso que hagamos de ella, significará poder aprovecharla inteligentemente para ahorrarnos muchos problemas.

Ni falta hace agregar que si la disposición y armonía de algunos hechos de naturaleza espontánea ha sido regada por olvidos y torpezas propias, deberíamos al menos tener presente que la deformación ingenua de la realidad no puede movernos a opinar sobre ellos como si fuéramos verdaderos orates.

La política de nuestro actual gobierno no debería estar ajena a estos principios, pero reniega sin embargo de ellos día a día, en forma terca y obstinada.

La naturaleza de las cosas nos indica también, que todo paso correcto para la evolución de un proceso, está generado por uno precedente, iniciado en la misma dirección. Es decir, por un orden si se quiere acumulativo, que va enhebrando sistemáticamente un todo orgánico y armonioso.

A la negación de este principio elemental, sigue contribuyendo sin ninguna duda el actual Presidente, atolondrado, irreflexivo, desordenado y desprolijo hasta en la presentación de sus ideas, que lucen como un producto de verdaderos espasmos viscerales.

Preso más que nunca de su entorno, a quien manipula y por quien es manipulado a su vez, Néstor Kirchner sigue cometiendo a diario toda suerte de torpezas, más propias de un adolescente.

Además de ello, las defiende con un ardor y un humor más propio de quien sufriera algún misterioso trastorno digestivo.

Su discurso pretende esmerilar la claridad de la existencia de las cosas tal cual son, tratando de reemplazarlas -¿deliberadamente? -, por absurdas e inútiles pretensiones ilusorias.

Esto ha convertido su mandato en un ejercicio declamatorio, donde cada idea es elevada al rango de una epopeya.

La democracia es un sistema de gobierno que implica la constitución de instituciones –o convenciones, como se prefiera-, aceptadas por todos. Esto nos da la posibilidad de mantener la libertad natural, dentro de los límites que implica el respeto por los derechos de los demás.

Pero las instituciones tienen dentro de sí mismas unas ciertas jerarquías “no democráticas”, ordenadas en forma obligatoria para poder subsistir como tales: un padre y una madre son los responsables de decidir, orientar y controlar el desarrollo de sus hijos hasta la mayoría de edad; un soldado debe aceptar las órdenes de un coronel ó un general que desempeñan el papel de conducción de la táctica y estrategia militar; un maestro debe procurar la mejor enseñanza para los alumnos que le son confiados, y, por tanto, calificarlos, exigirlos y aún reprobarlos, cuando los resultados de sus tareas no estén de acuerdo con el contenido del conocimiento impartido; un constructor de hormigón armado se prepara para resolver ciertas fórmulas de resistencia de materiales por medio de cálculos matemáticos exactos, sin dejarse llevar por meras suposiciones o “corazonadas”.

En línea con todo lo anterior, un Presidente cuando asume su mandato, no debe actuar como si fuera un líder de facción. Ni debe arengar al pueblo en pos de mezquinos intereses subjetivos. Debe contribuir a que el orden descripto anteriormente se desarrolle armónicamente.

De él se espera una cierta mesura, que permita el equilibrio entre los ciudadanos, la vigilancia del cumplimiento de la ley, y el fomento de un diálogo permanente que permita el perfeccionamiento de ésta, a través de los mecanismos dispuestos por dichas convenciones preexistentes.

Tiene que evitar además como la peste, la utilización del poder transitorio que le otorga su investidura, para condenar y castigar a mansalva a quienes no piensen como él.

De aquellos que cursan la carrera de la política, en cualquiera de sus formas, elegibles o de designación jerarquizada, debemos esperar siempre la misma actitud.

Su función consiste en pensar y resolver los temas sometidos a su arbitrio, dejando de lado fantasías demagógicas y decidiendo lo que resulte más apto para el bien común, procurando un ordenamiento que debiera tener en cuenta las “evidencias” de la realidad.

Para ello es necesario que, -igual que el padre de familia, el coronel, el maestro y el constructor de hormigón-, se manejen los datos de dichas evidencias, suprimiendo la locuacidad del discurso efervescente y encendido, que no consigue sino atontar paulatinamente la razón.

La Argentina no podrá salir del abismo en el que se ha sumergido si no nos ponemos a pensar seriamente en la imprescindible observancia del orden de las cosas, y el imperio de la ley consiga armonizar la libertad en el ámbito de la inevitable puja de intereses que es consecuencia de la naturaleza misma del ser humano.

Ese orden democrático con jerarquías interiores, descripto anteriormente, permite construir un mundo previsible, en el que cada uno sabe claramente cuál es su lugar y actúa en consecuencia.

Negarlo ideológicamente, impide constituirse en una nación verdaderamente “progresista” y no declamada como tal.

Hoy no sabemos bien si mandan los que son más, o los más fuertes, o los que gritan, o invaden un colegio, o cierran compulsivamente las puertas de un aeropuerto o un hospital.

Así es imposible convivir.

Habría que recordarle a Néstor Kirchner además, que su tiempo emerge de un orden anterior: el mandato de los ciudadanos que lo eligieron de acuerdo con ciertas convenciones previas, aceptadas por todos.

Por el momento, la ciudad de Buenos Aires y Tierra del Fuego han comenzado a darle la espalda en forma expresa y abrumadora.
Fte: C.Berro Madero

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