Por Nicolás Fiorentino
Al igual que lo ocurría con Mauricio Macri antes de vencer en las elecciones porteñas, la candidata presidencial del kirchnerismo, Cristina Kirchner, cuenta con una gran falencia a la hora de ser analizada como candidata: la absoluta inexperiencia ejecutiva. En eso trabajan por estos días en el gobierno de su esposo, el presidente Néstor Kirchner.
No es casual que en las últimas semanas hallan empezado a salir en los medios "trascendidos" que ubican a la primera dama interviniendo en temas clave de Estado, bien cercana a su marido. El gobierno sabe que en su postulación existe un vacío preocupante para una candidata a la Presidencia: sus nulos antecedentes ejecutivos.
Por ello, el equipo de campaña de Cristina que comandan Alberto Fernández y Vilma Ibarra instruyó a sus voceros que empiecen a filtran a la prensa supuestas intervenciones de Cristina en decisiones del Ejecutivo, tratando de abonar la teoría oficial que explica que la primera dama en rigor "cogoberno" los cuatro años de Kirchner y por ello tiene una gran experiencia de gobierno.
Por supuesto que a estos voceros y operadores no reparan en nimiedades como la Constitución Nacional que prohíbe que gobiernen el país otras personas que el Presidente y sus secretarios.
Puesta en escena
Esta estrategia rozó la torpeza –como suele suceder con el kirchnerismo de brocha gorda- en la reciente gira por México. Los medios del país azteca remarcaron extrañados la participación de Cristina en todos los actos y reuniones oficiales a los que asistió su marido, incluso como única acompañante de Kirchner, sin la presencia de los funcionarios de la comitiva.
"Tiene una agenda cultural que cumplir, pero que no hace menos a los actos oficiales de su marido con políticos mexicanos" señalaba el diario local El Universal, en una nota risueñamente titulada "Cristina roba cámara", en la que apuntaban las continuas apariciones de la senadora en cada evento que integraba el raid de la gira oficial.
Este suceso no aparece como sólo un interés de quien apunta a ocupar el sillón que Kirchner abandone tras las elecciones de octubre, sino que formaría parte de una estrategia definida para remarcar sobre su ya reconocido glamour un perfil ejecutivo del que hoy carece por completo.
A tal punto está presente esta clara predisposición, que no dudó en integrar la mesa de debate en la que se selló el acuerdo con la CGT para elevar el mínimo del impuesto a las ganancias, pese a que uno de los interlocutores era Hugo Moyano, sindicalista que Cristina quiere bien lejos de la Casa Rosada.
En esa reunión, sólo participaron como es lógico el propio Kirchner, Moyano el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, el ministro de Trabajo Carlos Tomada y el titular de la Afip, Alberto Abad. Nadie puede justificar con certeza la participación allí de una senadora nacional, pero sin embargo estuvo.
Tras esto, apareció la movida mediática para instalar el tema como un nuevo logro del gobierno por los trabajadores y de paso pegar sin demasiado esfuerzo a Cristina con un anuncio positivo. Después de todo, no dejan de ser políticos en campaña.
Con los corruptos no
Como es obvio, esta estrategia de "involucramiento" de Cristina en los asuntos de la Casa Rosada, tiene un límite: evitar que aparezca salpicada por los frecuentes y crecientes casos de corrupción que golpean al gobierno. Es más, la idea es deslizar en la prensa sus "enojos" ante los distintos episodios y su intervención decisiva en despidos como el de Felisa Miceli.
También se buscará alejarla de otros asuntos menos "simpáticos" para la opinión pública de aquí a octubre, como podría ser la renegociación con las empresas privatizadas y el blanqueo de la suba de tarifas de servicios públicos que en algunas provincias denuncian ya se están dando.
Así las cosas, la instalación de la primera dama como candidata empieza de a poco a definir su ruta estratégica. La Política Online ya había advertido de otras características de la campaña que está manejando Alberto Fernández como jefe y su equipo de fieles albertistas, como la táctica de "no opacamiento" entre ambos y la profundización de un perfil que los diferencie como la "la buena" y "el malo".
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