sábado, 15 de diciembre de 2007

LA SEGURIDAD, UN JUEGO DE NIÑOS

Los argentinos estamos complicados con el problema de la seguridad. Sin embargo, nada más sencillo de solucionar porque es una cuestión de educación.

Por Juan Carlos Sánchez


¿Qué es la violencia social? Aquella fuerza que ejercen miembros de una comunidad contra otros, su vida y o sus bienes privados o los que son comunes -aquellos que son de todos- como ser los árboles de una plaza o el frente de un edificio público.

Este fenómeno, recurrente en nuestra sociedad derrotada -como decíamos en una nota anterior a esta-, que combate todos contra todos sin distinguir clases ni conveniencias y sin motivo suficiente, nace de una concepción errónea o pequeña de lo que es el bienestar común y de la forma de obtenerlo. Bienestar que no es el bien común, diferenciémoslo convenientemente pues este último comprende y supera el estado de bienestar que es estar bien como principio de autosatisfacción independientemente de obtener el grado de dignidad merecida por la persona.

Ese estar bien puede consistir, por ejemplo, en la gratificación íntima de protestar rompiendo algo ajeno o público o causando un daño personal o quitando la vida de otro al que odio o no reconozco como miembro de mi comunidad y considero enemigo. En este estar bien el bien común está ausente.
Convengamos en que no existe motivación moral suficiente que pueda esgrimirse para matar o destruir lo que es patrimonio de otro, de la ciudad o del estado o sea de todos incluido quien rompe; pero admitamos también que cuando se quiebra el espíritu del corpus civica, cuando la democracia es una parábola y la república un bien mostrenco, es casi lógico y natural que el ciudadano se desentienda de todo aquello que no sea su propia supervivencia o la satisfacción hedónica. El contrato social se ha visto alterado en todas o algunas de sus partes y la cohesión comunitaria se ha roto.
Se ha perdido el valor solidaridad, el primero de entre los cívicos sumergido en la virtud de la caridad, entendida esta como donación de sí mismo.

¿Cómo se llega a este desapego por lo común que es exacerbación del individualismo? Por el simple y trágico camino de la ignorancia institución. Esta acaece cuando el Estado y los institutos de la República se despreocupan de la cultura y de la educación para atender cuestiones de la coyuntura que parecen, equívocamente, más importantes.
Para decirlo de otra forma, la ignorancia como institución acontece cuando por necedad, incapacidad o conveniencia política, desde motores sociales -sean el gobierno, los medios de prensa, los pensadores o ideólogos- se pervierten u olvidan las raíces comunes (tradición e historia) y se vulgarizan las instituciones y los sacramentos de la Patria. Es este el epitafio de la República y el momento en el cual su recuperación o formular un nuevo contrato social queda en manos del pueblo que para ordenarse deberá esperar un líder que lo contenga.

Hasta que eso ocurra por las calles se verán niños, pre adolescentes y jóvenes pisoteando impunemente el sendero de la indiferencia por la vida y derechos del vecino, por los bienes y por su propia vida. Van sin andar, que es lo mismo que decir que caminan sin saber hacia dónde van y sin deseos ni esperanzas de llegar a algún lado. Ellos, nuestros hijos y nietos, serán las víctimas y los victimarios de su generación.

Y como este estado de cosas parece que no será cambiado en el inmediato plazo tal como habría de ser para bien de todos, tendremos que resignarnos a vivir en un medio social violento e inseguro hasta que alguien, con poder suficiente y ganas de hacerlo, promueva el cambio estructural y de fondo por el que clama a gritos nuestra sociedad.

O sea y a modo de síntesis, viviremos en peligro constante y creciente, en desamparo institucional y sin luces en el horizonte todos los que ya maduramos en esta generación. La que nos sigue, la de nuestros niños, serán, como se dijo, víctimas o victimarios. Es apocalíptico.

Y pensar que esto se soluciona con la facilidad de un juego de niños... Jugando con los niños, mostrándoles amor, enseñándoles la disciplina básica de la convivencia. Educándolos.

Habrá de empezar por los más pequeños, por los no nacidos, que vivan su vida intrauterina sin alteraciones, sin nerviosismos, en una familia con posibilidades de desarrollarse. Seguir del mismo modo con los niños de cortísima edad, que vivan en la armonía de un hogar con trabajo digno y espiritualidad creciente; con los de edad escolar, para que aprendan a convivir respetando y de ser posible, amando.

Pero nos encaminamos en dirección inversa. Nos despreocupa el aborto con lo que negamos condición humana al no nacido y derecho a vivir y entonces, ¿para qué cuidar de lo que escucha y siente en la panza de mamá un bebé? Total, es un pedazo de carne impersonal y desechable. Eso piensa Carmen Argibay según sus dichos y ella es miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. ¿Justicia también para el fetito o corte nomás? Pregunto.

Y aquí va una nota marginal: Si legalizas el aborto, lo que haces en definitiva es actuar sobre las consecuencias y no sobre las causas. Como regalo adicional, que no es pequeño, estarás también propiciando una sociedad violenta y criminal, que resuelve el problema por el simple expediente de la eliminación del otro.

También nos desentendemos de los otros pequeños, de esos que corren y alborotan, de los que piden en los semáforos de las ciudades, de los que van a las escuelas de barrios marginales, de los que son hijos de trabajadores desocupados. (Cuando digo nos desentendemos, nos despreocupamos, lo digo a sabiendas de que, aunque no tengo las fuerzas necesarias para cambiar todo, tengo la responsabilidad de cambiar algo, a mí mismo al menos. Sabedor de mi responsabilidad como miembro de la especie y de la sociedad).

La solución a la inseguridad está a la vuelta de la esquina, es un juego de niños. Hay que empezar de nuevo con y por ellos, que se sientan los únicos privilegiados y que no sea una frase de ocasión sino una política activa. ¡Mi viejo general...! ¿Por qué olvidaron tantas ideas tuyas tus seguidores...?

Solamente a partir del momento en el cual sea una política de estado la educación en la solidaridad y la cultura del esfuerzo común y compartido, habremos roto el nudo que nos ata a una vida indeseable e insegura, egoísta y desinteresada, devaluada (sin valores y sin valor) y perversa. Mientras quienes gobiernan a los argentinos se sigan ocupando de cosas más importantes que sus gobernados, nada cambiará.

¿Cuál es el grado de culpabilidad de la dirigencia ante la inseguridad y la violencia? Total. Son cómplices por adhesión o por omisión y esa complicidad los hace tan responsables como al ejecutor de cualquier hecho delictivo. Esta complicidad puede manifestarse de distintas maneras; la más corriente es la corrupción existente en el poder político, que debería ser por su naturaleza, el más firme custodio de la honestidad y de la vocación de servicio.

También se expresa por la indiferencia ante el reclamo silencioso o piquetero del corpus civica por un modelo creíble y que proyectado hacia el futuro cercano, sea satisfactorio; que lo comprometa a la recreación de una nueva sociedad porque de esta está insatisfecho y harto.

La seguridad es un juego de niños. Comienza por la educación en los valores, desde el hogar y la escuela; por enseñarle al pibe que para un buen juego, se necesitan al menos dos y que el solitario es un juego de aburridos.


zschez@gmail.com

(Publicada en PyD Archivo 2005, actualizada el 14 Dic 07)


www.politicaydesarrollo.com.ar

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