sábado, 26 de junio de 2010

LA TOXICIDAD TELEVISUAL




Por Jorge Omar Alonso (*)

“Pues nuestra especie está enferma, y

desde el punto de vista espiritual, enferma de muerte”

Soren Kierkegaard

Estamos en presencia de una época ordinaria, en la que falta la excelencia en el estilo de vida y en la cual el Estado no pretende la educación con una cultura auténtica. Época en la que rige la igualdad general, o sea que todo debe ser visto igual de ordinario.

En Argentina así debe ser todo. La vulgaridad en el consumo, en las diversiones, en las maneras y en el gusto, como así también en el lenguaje diario y en los gestos son moneda corriente.

Ha surgido hace mucho tiempo ese fenómeno llamado “tinellización” de la televisión, fenómeno fecal que se vuelca desde hace mucho tiempo sobre una sociedad que la consume, es la muestra más fehaciente de los meandros a los ha llegado la televisión escatológica.

Es motivo de debates académicos y discusiones la baja calidad de la educación argentina. Pero es necesario reconocer que muy poco pueden hacer los maestros ante las muestras de mediocridad, grosería y vulgaridad que vierten los Tinelli, Rial, Canosa y otros tantos “aventureros mediáticos”, que supieron hacer fortunas vertiendo productos tóxicos en cada hogar.

Cada tarde, cada noche, diariamente en muchos hogares se abre el grifo para volcar esta toxicidad televisual. Todo esto es consumido por grandes y chicos.

La educación es débil ante estas muestras excrementicias de un espectáculo “pseudo-artístico”, que por otra parte es elegido por el público. Esto es lo lamentable.

Y es entonces, que toda la educación resulta una frustración.

No se llega a reconocer que aquella es algo en lo que hay que reflexionar seriamente.

Debe ser la más importante política de estado que debe observar los procedimientos, los métodos y los recursos que se consideren apropiados, para llevar a cabo el compromiso que significa la educación del ciudadano.

Recibir educación, dice Michael Oakeshott en “La voz del aprendizaje liberal” (Katz), “no es adquirir un conjunto de ideas, imágenes, creencias y sentimientos preparados, entre otros; es aprender a observar, a escuchar, a pensar, a sentir, a imaginar, a creer, a comprender, a elegir y a desear.” Y por otra parte agrega que comprometerse a estudiar para aprender, es una tarea difícil que requiere esfuerzo. Aprender “es una tarea en la que hay que perseverar, y lo que se aprende debe comprenderse y también recordarse”

Bien sabemos a través de diferentes evaluaciones llevadas a cabo a nivel general, que el grado de aprendizaje como el de comprensión de los alumnos argentinos, en cualquier ciclo que se evalúa, es deficiente.

Pero, eso sí, vivimos el mundial de foot ball. Se interrumpen las clases porque el mundial es sagrado. Se detiene el País.

Y es entonces que los ciudadanos exitistas se embadurnan con los colores azul y blanco, se embanderan balcones y autos, todo es azul y blanco.

El País se detiene porque allende el océano, Maradona y su “troupe” representativa del “honor nacional”, se lo juegan a las patadas.

Es lo que tenemos, es lo que incorporamos, es lo que somos.

¿A qué viene esta abdicación de la excelencia?

Nuestras realidades sociales y políticas son decadentes.

Es como si viviéramos en una permanente dualidad. Presumimos de “progres”, pero corremos tras el mito del caudillismo.

Padecemos la recurrente catástrofe de nuestra decadencia como Patria, sin inteligencias mayores y convencidos de cuanta proclama nos hace creer que somos los mejores.

En el último capítulo de “La derrota del pensamiento”, Alain Finkielkraut escribió: “Así pues la barbarie ha acabado por apoderarse de la cultura. A la sombra de esa gran palabra, crece la intolerancia, al mismo tiempo que el infantilismo”; como producto de: “la industria del ocio, (el entertainment), esta creación de la era técnica que reduce a pacotilla las obras del espíritu”, pudiendo agregar nosotros: y el espíritu mismo.-

(*) Crónica y Análisis publica el presente artículo de Jorge Omar Alonso por gentileza de su autor.

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