jueves, 30 de diciembre de 2010

CONDENA A MUERTE


ESE CONDENADO A MUERTE QUE NOS CONDENA A MUERTE.



Obviamente, estoy aludiendo a aquél que consume alguna de las denominadas “drogas pesadas”, tales como la cocaína, el paco, la heroína, el éxtasis. En particular las dos primeras.

Ese drogadicto que a diario vemos deambular por las calles, el drogadicto compulsivo o quien hace “del veneno”, sus cuatro comidas principales, invariablemente tendrá una muerte prematura, esa que de alguna manera le librará de la pérdida total de la condición humana. El hecho en sí, es de una gravedad mayor y devastadora, dentro de los países subdesarrollados o en vías de desarrollo. Ocurre que el que consume, por lo general llega a la droga acuciado por la orfandad total, ya de parte de su familia, el Estado, o ambos. Una orfandad que invariablemente tiene que ver con la educación, la indigencia o el medio en el que le ha tocado desarrollarse o para mejor decir, involucionar.

Y se lo puede agrupar en dos grandes comunidades. El drogadicto incipiente, aquel que comienza a incursionar en el letal terreno de la droga, ya sea por una predisposición natural o adquirida, y encuentra en ella, el estímulo necesario para llevar a cabo hechos criminales sin cuya asistencia difícilmente podría llegar a perpetrar. Es el que llega a través del “convite” que luego de ser “captado”, le convertirá en víctima y victimario del más luctuoso flagelo que reconozca la humanidad toda. Ya necesita imperiosamente de esa droga, para robar y matar si fuera necesario. Se ha convertido en un dependiente “Atrapado y sin salida”, como el título de la recordada película. Todavía puede dirigir sus acciones, lo que ya no puede hacer es medir sus consecuencias. No roba y mata para procurarse una vida lujosa; roba y mata para poder comprar la ración de la que ya no puede prescindir.

Una segunda etapa, le convierte en el drogadicto, con actitudes de “tarambana”, al que le cuesta hilvanar una frase, ese incoordinado con escasa o muy escasa posibilidad de dirigir sus acciones; el más peligroso delincuente al que podemos enfrentarnos. El que “mata porque sí” como bien dijera la ex esposa del músico recientemente asesinado frente a sus hijos, y ante quien el procurar defenderse o entregarse mansamente, no obrará como garantía de vida. Ocurre que no razona, porque su sistema neuronal se encuentra desquiciado…tanto o más desquiciado de lo que se le presume. No mide consecuencias, y por lo general el matar le provoca placer, un placer que excede esa necesidad de matar que suponíamos de exclusivo patrimonio del animal salvaje, por una sencilla cuestión de sobrevivencia.

Es el condenado a muerte que nos condena a muerte, en el juego de la ruleta rusa que no reconoce a hijos y entenados. Es el condenado a muerte, cuyo único sentimiento se compadece con el desprecio por la vida misma.

Y Ud. me podrá preguntar…¿es recuperable?. Y la respuesta se la doy sin pensarlo un segundo; es IRRECUPERABLE; tan irrecuperable como esa vida que se encargó de segar, condenando además y de por vida, a ese núcleo familiar al que han asesinado a cualquiera de sus miembros…PORQUE SÍ.

Ricardo Jorge Pareja

parejaricardo@hotmail.com

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