lunes, 27 de diciembre de 2010
FINALES
FIN DE AÑO CON OTROS FINALES MÁS..
Vivir en una Argentina donde los campamentos de indigentes crecen desproporcionadamente, donde las calles han dejado de ser vías para transitar libremente y a la Policía se la bastardea abriendo paso a internas donde se negocia cómo salir airoso de un poder que ya no cuenta es una afrenta que no se tolera fácilmente.
Por Gabriela Pousa
“Y aún puede escucharse a aquel energúmeno que,
cargando un electrodoméstico sobre sus hombros,
corría por la avenida principal de la ciudad gritando a los demás:
‘El año que viene a la misma hora’, frase exacta que define una película ya vista,
cuyo final no sé si estamos dispuestos a protagonizar.”
Gabriela Pousa, diario La Nación, 27 de diciembre de 2002.
Fin de año. Suele ser época de balances, aun arbitrarios. Cada cual pone inevitablemente sobre los platillos de la balanza lo bueno y lo malo que le ha pasado. En ese sentido, la política se torna algo abstracto porque siempre tendrán más peso, por ejemplo, la llegada de un nieto o la desaparición de un ser querido que el INDEC o los presidenciables en plena crisis de ser o no ser. Episodios personales alteran la concepción del 2010, donde lo que se nos ha contado a diario ahora aflora como un embuste cualquiera.
A la mesa navideña se ha sentado la Argentina sin maquillaje, mujer golpeada por la barbarie previsible desde hace años, no por oráculos sino por lo razonable: sin autoridad y sin ley no hay Estado de derecho ni justicia, ni convivencia armónica. Apenas un rebaño que –pese a los hechos observados en los últimos días– no termina de entender quién es quién, y menos todavía el porqué…
Posiblemente aquello que debe analizarse ya no es el afuera dominante sino el interior donde la aceptación ciega del caos muestra una sociedad caminando hacia su propio cadalso.
Discutir la conducta de un gobierno que sólo denuncia como si el Ejecutivo fuera fiscal no más, no aporta un ápice de claridad. La dama no termina de arrojar sobre la mesa la carta adecuada y el juego se demora demasiado. Se acabaron los ases en la manga. Las caras se repiten como la ineficacia.
Quien convirtió a un Ministerio de Defensa en un negociado viciado de ambición, venganza y miseria no puede dirigir otra cartera: los hábitos se reiteran y las respuestas lógicamente no llegan.
Otorgarle 20 días de gracia como proponen ciertos analistas es otro dislate. Perder las oportunidades sigue siendo la característica intrínseca de una administración donde no hay noción siquiera de aquello que debe implementarse para salir de la ferocidad reinante.
La policía desarmada es una ofensa a la principal demanda ciudadana. Esta se enfrenta a hordas de vándalos decididos a matar porque la marginalidad se lleva lo esencial: los valores, los principios y la vida encabezando toda escala de prioridad.
En política, un cadáver cotiza más que un cuerpo capaz de respirar. Sin embargo, ayer, un muerto hacía la diferencia entre el final o la permanencia en el poder. Hoy se multiplican muertes sin que haya una renuncia capaz de mostrar un mínimo de decencia. La ambición y la necesidad de asegurarse impunidad –si el Gobierno decidiera por sí mismo soltarse de la cuerda– priman a la hora de optar por el rol de caradura profesional, en lugar de levantar las cachas de las posaderas inútiles en las que están.
Kosteki y Santillán son ya dos leyendas de un país donde la sangre derramada, más allá de las causas, tenía costo y obligaba a cerrar puertas. La miseria ahora se evidencia no porque el INDEC haya regresado a ser lo que alguna vez fue, sino porque se la observa en vivo y en directo no sólo por TV, y se la entierra con miserable anuencia de la presidencia.
Bajo el árbol de luces navideñas se ven la inseguridad, la inflación, la desidia. La revolución está aunque tenga matices distintos a las conocidas hasta la fecha. Es, quizás, más “moderna”, pero no necesariamente virtual. La máscara se cayó, y la oratoria no sirve más como herramienta para convencer acerca de un crecimiento que no se ve ni se hace palpable en la calidad de vida de una sociedad escindida.
La soja es una anécdota. Lo macro se torna micro en décimas de segundo cuando los ingresos no llegan al pueblo y el gasto público no se puede explicar.
La esperanza es más un clásico deseo en estas fiestas que una realidad concreta en quienes ven pero también observan. No hay voces en la dirigencia que cooperen a mantenerla.
Si bien el oficialismo es una encrucijada enredada como Ariadna en su propio laberinto, la oposición tampoco demuestra tener respuesta.
La orfandad golpea. El Estafo benefactor ya no beneficia, y la cultura del esfuerzo y del trabajo yace bajo el sino del subsidio por conveniencia.
Ahora bien, ¿quién será el encargado de la repartija para evitar la barbarie en las calles? No hay billetes pero tampoco conciencia acerca de cómo frenar la reproducción de bandas que implica una distribución de prebendas cuya eficiencia, a esta altura, resulta abyecta.
Hay escasez de cerebros capaces de desarmar lo que ellos mismos han cooperado a crear. Ni el rally Dakar, ni los brindis de año nuevo, ni la costa repleta podrán menguar –antes o después– lo inevitable. Es el final del relato oficial, es el final de fiesta. Y quizás sea hora de preguntarse si no es también el final de un Gobierno que no ha sabido más que generar lo que está a la vista: miseria, odios y decadencia.
El 2011 ya no será el año de Cristina. La pertenencia de todos modos sigue siendo el enigma que los argentinos se interrogan bajito con un dejo cada vez mayor de indiferencia. No en vano se cree más en Papá Noel, en los Reyes Magos y en el horóscopo de los diarios que en aquellos que pretenden acceder a la presidencia.
Vivir en una Argentina donde los campamentos de indigentes crecen desproporcionadamente, donde las calles han dejado de ser vías para transitar libremente y a la Policía se la bastardea abriendo paso a internas donde se negocia cómo salir airoso de un poder que ya no cuenta es una afrenta que no se tolera fácilmente.
Menos todavía si se suman otras realidades que también pretendieron ocultarse: falta de energía eléctrica, corrupción que hace mella, okupas que proliferan, jueces que lloran en lugar de dictar sentencia, y apenas una eventual tregua: la de las Fiestas. Pasajeras, efímeras…, y “vacaciones” donde aquello que es moda no pasa por la indumentaria, ni los boliches, ni los romances o desdichas de una farándula que ya no brilla, sino por la desconfianza, el temor y las vastas señales de alerta.
El año termina. “Todo pasa”, diría el dirigente deportivo que es casi vitalicio en su entidad, y con él culmina también el concepto de autoridad, de sentido común y de conocimiento de aquello que debiera hacerse cuando se llega a instancias donde la república es anatema, y la vida directamente no cotiza ni cuenta.
Si esta sumatoria de instantáneas que afloran ahora no bastasen para poner fin a la ignorancia que prima en el Ejecutivo Nacional, queda la evidencia de la película cuyo final parece emular al título del film que protagonizaran Ellen Burstyn y Alan Alda y al cual puedo aludir ahora como tristemente aludiera tiempo atrás por hallarnos en un círculo vicioso de imbecilidad.
PD: Tal vez el mejor deseo sea que el 2011 sea menos circular.
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