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29 Feb 08 – 15:45
La Argentina obsoleta
La obsolescencia del peronismo corporativo. Lo único que nos queda. escribe Carolina Mantegari
Semióloga y Crítica Cultural. Consultora Oximoron,
especial para JorgeAsísDigital.
Las lluvias del verano brindan, con patetismo humillante, la imagen de la Argentina irreparablemente hundida. En el desvarío de la obsolescencia nacional.
Consecuencias de la pavorosa mediocridad estratégica. La desidia existencial. La salvación individual que agudiza la carencia del menor proyecto colectivo de sociedad.
La Argentina obsoleta, al fin y al cabo, consiguió la armonía natural. Disponer del gobierno obsoleto que se merece. Con la obsolescencia, para completarla, de la oposición que le corresponde.
Casi con resignación, la sociedad -si se la puede denominar así- debe habituarse a la certeza de participar, con un desparpajo a veces saludable, a la persistencia de un país condenablemente trucho.
Lo aconsejable es adaptarse, con sensatas especulaciones, a los altibajos de la vigencia, siempre perentoria, de la impunidad. Al fin y al cabo, las iniquidades del presente pueden, culturalmente, digerirse.
Cada afortunado debe aferrarse al leño del currito que le permita sobrevivir. Ganar dinero, de ser posible, en abundancia. Olvidarse del semejante y adherir a la tesitura de la bonanza eterna. Con plata en el bolsillo, cabe la complacencia. El destino está aferrado a la suerte de la economía. Sólo una lluvia, como la de ayer, puede derivarnos a la conciencia del hundimiento, soportable si se la contempla, algo alarmados, por televisión.
Peronismo crepuscular
La Argentina obsoleta depende, en gran medida, de las erupciones del peronismo corporativo. La enfermedad inagotablemente terminal, que se apoderó del cuerpo institucional.
Como el “muy buen crepúsculo”, al que cantaba el poeta chileno Nicanor Parra, el peronismo es, en el epílogo, “el único amigo que nos queda”.
Se oscila alrededor de la temperatura del peronismo crepuscular.
Al cierre del breve ensayo, se desconoce si la titular del INADI, la hipersensualizada señora Lubertino, avanza en algún dictamen contra Kirchner. Por discriminar, descaradamente, sólo a dos antecesores de su corporación. Los que integran el doméstico Eje del Mal.
Por lo tanto Kirchner los excluye de la corporativa concepción que construye.
Como corresponde al peronismo, lo construye desde el Poder. Desde Puerto Grosso, como definió Rocamora. Para algarabía popular de los corporativos jerárquicos. Los incluidos, que se abrazan, entre ellos. Con nostálgicos deseos de entonar la marchita emotivamente purificadora.
Los excluidos, o los discriminados, son Carlos Menem, que gobernó una década. Y Adolfo Rodríguez Saa. Suficiente con una semana.
Los incluidos
Los excluidos signan la categoría moral de los incluidos.
En la obsolescencia del peronismo corporativo, en versión Kirchner, hay lugar para dos invenciones políticas del excluido principal. Son Reutemann y Scioli. Dos Frankestein que no vacilan en confirmar el liderazgo del que abiertamente les destruye al inventor. Al que deben negar. Para sobrevivir.
Hay lugar para próceres inmortales de la magnitud de Maza, Beder Herrera, Mazzón, Capitanich, Das Neves, Pichetto, Schiaretti, Busti, Díaz Bancalari, Urtubey, Balestrini, Romero, Fellner, Obeid.
Hasta para el prócer inalterable, Rubén Marín.
En la Argentina obsoleta, estructurada a través de la obsolescencia del peronismo, tampoco nadie tiene derecho a sorprenderse, con el conglomerado de intendentes que solían apretujarse en aquel menemóvil. El que describió, muy visionario, el Tata Yofre. Cuando el Menem más interesante fatigaba los padecimientos del conurbano. Junto, para colmo, al compañero de fórmula. Duhalde, el Tercer renegado que completa El Eje del Mal.
Para combatir a Menem, después, fue Duhalde quien recurrió a Kirchner. Historia pre-moderna. Muy antigua. Para olvidar con ostentaciones.
Prontuarios
Las trayectorias, en la Argentina obsoleta, derivan en prontuarios. Debe pregonarse entonces el culto sigiloso de la ocultación. Es recomendable escamotear la biografía. Los datos, al divulgarse, suelen jugar en contra. Se impone reacondicionar la biografía presentable. A los efectos de ubicarse con el objetivo de permanecer. Es necesario contar con el complemento complaciente de la prensa. Fundamental para el rediseño de las personalidades. Impostar conductas e ideologías. Y no escracharlos.
Hoy resulta, por ejemplo, que la corporación obsoleta del peronismo irrumpe con un tinte socialdemócrata. Hay que ser, para sobrevivir, en adelante, desfachatadamente progresistas.
En materia de socialismo, Binner es, pobrecito, comparativamente, una fotocopia. Debe tomar lecciones de socialismo de Curto, de Kunkel y de Pichetto.
Los corporativos deberían simular, al menos, para las cámaras. Sobreactuar algún desgarro íntimo, tomarse la cabeza. Como los delanteros, cuando se pierden un gol ante la televisión. Sin embargo, para permanecer, es preferible aceptar la devastadora discriminación hacia los líderes que siguieron.
Funcionarios de medialuna enarbolada. Gobernadores dependientes de la Caja, o dispuestos a frenar las investigaciones de la Justicia de la Victoria. Intendentes adictos a la pasión de la continuidad, que no vacilan en participar del puenteo presupuestario hacia los gobernadores. Legisladores despreocupados por la intrascendencia política del parlamento que componen. Que legitiman, sin saberlo, que cierto senador dilate la licencia para preferir, inexplicablemente, ser un vulgar subsecretario. Al menos, es algo.
Sin mayor recato, los funcionarios entusiasmados, jerárquicos o medianos, asesores o meros “buscas”, se rinden en la fila monótona para reverenciar a Kirchner.
Abundan, en la fila, los aventureros que sacaban turno para reverenciar a Menem. Cuando solían ponderarle la astucia, hasta para conducir el control remoto.
En la Argentina obsoleta sólo se modifica el formato de la comedia. Cambia la inutilidad de los textos, en los que pocos reparan. Pero se mantiene el mismo elenco.
Además abundan, hasta la negación, entre los corporativos, los que aplaudieron a Rodríguez Saa. Patrióticamente, y de pie. En los conmovedores días de la demencia colectiva.
Si se fascinaron ante el control remoto de Menem. Si aplaudieron a Rodríguez Saa. Si apoyaron abnegadamente al Piloto de Tormentas, estos peronistas, corporativos y blindados, se encuentran, en la plenitud de la obsolescencia, en insuperables condiciones de venerar a Kirchner.
El desierto
Los impugnadores, en la Argentina obsoleta, son aquellos que Kirchner deja afuera. Actúan por resentimiento, como dictaminó el teórico positivista Dante Gullo, en el templo dominical del Profesor Grondona.
Sensibles enojados. Porque Kirchner no los llama. O porque los “es-coge”, atinadamente, para marginarlos. Como al dúo, relativamente el trío Los Excluidos, que conforman el Eje del Mal.
“A quien Kirchner no convoca, en la Argentina Obsoleta, es nadie”. La simple tipología de una abstracción cívica.
Sólo lo combaten a Kirchner los desaforados. Ideales para encerrarlos en un campo de reeducación. Pero Kirchner sabe que es conveniente dejarlos sueltos, en el desierto de la calle.
A lo sumo, los van a escuchar. Con una mueca resignada de misericordiosa admiración. Como suelen escucharse los monólogos, mediáticamente seriales, de la señora Carrió.
En la soledad, a Carrió se la percibe provocativamente cómoda. A sus anchas, literalmente Carrió completa el patetismo del cuadro que aspira a combatir.
El espacio reprobable, debe reducirse a las penitencias, cívicas o militares, que aluden al pasado. Del que nos rescataron, gloriosamente, los Kirchner.
Las catástrofes de ayer pueden utilizarse para atenuar las tropelías de hoy.
Un análisis elemental, de los ciclos históricos culturalmente soportados, permite inferir, en la Argentina obsoleta, que las tropelías de hoy desfilarán, para ser precisos, mañana. Cuando los discriminados sean otros. Los Kirchner. Y los aceptados de referencia no tendrán otra alternativa que sacar número para componer otra cola similar. Y así sucesiva, eternamente. Con la mirada atenta hacia el cielo. Hasta que otra lluvia devuelva la imagen atroz de la obsolescencia. De la sistemática inutilidad que hunde generaciones.
Carolina Mantegari
Consultora Oximoron,
para JorgeAsísDigital.
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