lunes, 2 de marzo de 2009

LA GAMBETA POLÍTICA



Autor: Gretel Ledo
Cuando el pueblo judío emprendió el Éxodo de la opresión que significó Egipto, dio nacimiento a una nueva Nación. La liberación implicaba dejar atrás un mundo de sometimiento donde la imposición conjugada con la ausencia de libertad se constituyó en un yugo que cercenaba el libre pensamiento tanto individual como colectivo. El pasaje de una tierra a la otra enarboló una nueva etapa que permitió forjar una Nación libre.

Con un escenario electoral bastante dinámico, el oficialismo ha experimentado un éxodo considerable tanto de senadores como de diputados. La pérdida del quórum propio, las reuniones mantenidas con el campo que aún no alcanzan a dar todas las respuestas en torno a las expectativas depositadas en el Gobierno, el intento por modificar el funcionamiento de la AGN –Auditoría General de la Nación- son todos resultados de una pendiente negativa en la medición de imagen que da la opinión pública sobre la institución Ejecutivo.

A río revuelto ganancia de pescadores. La oposición lo ha querido aprovechar. La posible conformación de un interbloque entre el bloque de Macri, PRO; el de Solá, Unión Peronista y el de De Narváez, Unión Celeste y Blanco sumado al nuevo bloque Santa Fe Federal que conformó Reutemann en el Senado, sin duda apresuran el trazado del mapa político. Los nuevos frentes electorales -que aprovechan el declinar de un estilo de hacer política- saben jugar a la pelota.

La pelota tiene que llegar al arco pero antes se gambetea en el campo de juego. Distintos pases y jueguitos reinan en la cancha pero sólo uno mete el gol. Hoy la oposición especula con los pases del oficialismo y gambetea cargos en vistas a llegar al arco: Octubre. La pérdida de tiempo que imprime la gambeta al partido, distrae el objetivo genuino cual es hacer un gol. Para el electorado el gol es encontrar outputs (respuestas) a los inputs (demandas que ingresan al sistema político) dejando para un segundo plano quién gambetea más limpio probando al candidato que mejor mide.

Lo cierto es lo que se espera de este éxodo en el Parlamento: el nacimiento de un nuevo país. La liberación de Egipto implicó ponderar la ética de las convicciones por encima de la ética de los intereses; mirar al pueblo del Interior de nuestro país cara a cara dejando de lado la disciplina partidaria.

Aquí está justamente el desafío mayor: trazar un horizonte de modelo de país desarrollando políticas de Estado que trasciendan al dirigente de turno. Soñar con un nuevo país implica sacrificar conversaciones vanas sobre quién será tal o cual candidato.

¿Será capaz la oposición de inaugurar una etapa productiva post kirchnerista? ¿O se especializará en el gambeteo permanente bajo una dilación temporal que frena el gol?

El Gobierno también gambetea a través de un discurso falaz alejado de las prácticas cotidianas. El discurso de la Presidenta de la Nación en la inauguración del período ordinario de sesiones legislativas se ha caracterizado por la retórica permanente que pondera en un plano hipotético ideal cómo deberían funcionar las instituciones cuando en los hechos la multiplicidad de palabras no logra ocultar la real mecánica que opera en los tejidos del poder. Abre el juego haciendo hincapié en la aceptación de resultados que emanen del Parlamento en tanto achaca la actual situación por la que está atravesando el campo a la no aprobación de la Resolución 125. Sin tener en cuenta que Proverbios 24:6 dice: “… en la multitud de consejeros está la victoria”. Los consejeros son el pueblo representado por el Congreso.

Una vez más deja entrever que las iniciativas del Ejecutivo enviadas al Legislativo deben recibir el visto bueno; de lo contrario las consecuencias serían nefastas y el Gobierno se encontraría al margen de las mismas.

Un discurso que se gloría de respetar la división de poderes e ignora la presencia del Vicepresidente de la Nación, Julio Cobos sin siquiera dirigirle una palabra ofreciéndole tan sólo un estrechamiento de manos protocolar. Un discurso que reconoce la existencia de errores en su gestión sin especificarlos. En fin, un discurso atravesado por un aparato ideológico de Estado que pulveriza todo posicionamiento al margen del mismo.

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