miércoles, 2 de septiembre de 2009

INDEC ILEGAL


Río Negro - 02-Sep-09 - Opinión

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Editorial
Indec ilegal


Según el director técnico del Indec, Norberto Itzcovich, no se puede revisar hacia atrás el índice de precios al consumidor en ninguna parte del mundo porque supondría "implicancias legales". Sin embargo, mientras que en los países que el gobierno kirchnerista calificaría de "serios" pocos creen que valdría la pena hacerlo, ya que las eventuales correcciones carecerían de importancia y por lo tanto el remedio sería peor que la enfermedad, en el nuestro casi todos están convencidos de que desde enero del 2007 el Indec se ha prestado a una estafa sistemática al subestimar groseramente la tasa de inflación real. Comparten tal opinión no sólo especialistas locales y sindicalistas notorios por su presunta lealtad hacia el ex presidente Néstor Kirchner sino también bonistas extranjeros que cometieron el error de comprar papeles que se ajustan conforme a las vicisitudes del llamado Coeficiente de Estabilización de Referencia (CER), que refleja el índice cuya manipulación ha provocado tantas protestas. Aun cuando el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner siga negándose a permitir una revisión hacia atrás de las estadísticas difundidas por el Indec, la conciencia ya generalizada de que se trata de cifras "dibujadas" continuará influyendo en los fallos de los jueces extranjeros que procuran defender los intereses de quienes invirtieron en el país. Puede que entre éstos se encuentren muchos "especuladores", pero es inútil intentar distinguirlos de quienes por algún motivo querían contribuir al desarrollo de la economía nacional. Desgraciadamente para los resueltos a someter a los inversores a una especie de examen ético, no es del todo fácil separar a los buenos de los que los ideólogos oficialistas denunciarían por malos.

Como Itzcovich comprende muy bien, al optar por transformar el Indec en una fábrica de estadísticas imaginativas el gobierno se metió en un callejón sin ninguna salida legal, pero en lugar de dar marcha atrás cuando la diferencia entre la tasa auténtica de inflación y la oficial aún era manejable insistió en seguir avanzando hasta llegar a la absurda situación actual en que la economía real está tan lejos de la inventada por los Kirchner que parecería que no hay forma de acercarlas. Además del problema planteado por la brecha ya sideral -es mucho mayor que la registrada entre los países más divergentes de la zona del euro- que separa la inflación acumulada de varias jurisdicciones del interior de la atribuida a la Capital Federal y la provincia de Buenos Aires, se ha hecho imposible tomar en serio las estadísticas relacionadas con el crecimiento macroeconómico, la incidencia de la pobreza y la tasa de desocupación. En efecto, se ha creado un desaguisado tan tremendo que el gobierno no puede sino administrar la economía con torpeza fenomenal. Aunque es de suponer que el ministro formalmente responsable de la cartera, Amado Boudou, presta más atención a los números procedentes de consultoras privadas que a los confeccionados por el Indec, tiene que fingir que confía ciegamente en los últimos como si fuera sacerdote de un credo religioso dogmático.

Los gobiernos de todos los países significantes quisieran que la Argentina se reintegrara cuanto antes al sistema económico internacional, pero para hacerlo tendrían que saber en qué estado se encuentran nuestras finanzas, algo que en la ausencia de estadísticas confiables les es tan difícil como averiguar lo que está ocurriendo en países herméticos como Corea del Norte. Si bien la Argentina no es el único país cuyas estadísticas dejan mucho que desear -las de dictaduras como China y Cuba hacen más atractiva la verdad agregándole dosis de fantasía-, es el único en que la mayoría de los empresarios y sindicalistas no sólo tiene dudas en cuanto a la honestidad de quienes administran el organismo estadístico nacional sino que lo proclama a los cuatro vientos. Es tan grande el escándalo resultante que es probable que un gobierno futuro se sienta constreñido a romper con la tradición reivindicada por Itzcovich a pesar de las implicancias legales desagradables que tendría un eventual intento de reemplazar el alocado relato estadístico kirchnerista por uno que no deba nada al realismo mágico que estaba de moda en la década de los setenta del siglo pasado.

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