miércoles, 2 de septiembre de 2009

SECRETOS DE LA VALIJA


Recíproca destrucción El Asís cultural
2 de Septiembre de 2009 | 3:58 pm
Antonini Wilson, otra vez
ASIS CULTURAL: Sobre “Los secretos de la valija”, de Hugo Alconada Mon. escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural, especial
para JorgeAsisDigital

“Ese, no sabe ni robar”.
La terrible descalificación, que se le atribuye al brasileño José Sarney, demolió el prestigio -incluso el delictivo- del presidente Collor de Melo.
Similar sentencia merece el berretismo delictivo de la actualidad. El descarado liderazgo que padecen, en conjunto, Venezuela, en la versión bolivariana. Y la Argentina, espiritualmente invertebrada.
La evaluación brota después de la lectura de “Los secretos de la valija”. Obra del periodista argentino Hugo Alconada Mon. Contiene un subtítulo expresivo, tal vez menos necesario: “Del caso Antonini Wilson a la Petrodiplomacia de Hugo Chávez”.

De la investigación, responsable y minuciosa, con superabundancia de personajes laterales, se desprenden algunas verdades inquietantes. Improbablemente impugnables.
Se constata, en principio, que la valija no le pertenecía al personaje de la referencia. Guido Antonini Wilson. Trátase del gordo inescrupulosamente pícaro. El empresario “busca”, que se encontraba interesado en ganarse la confianza de Claudio Uberti, ”el tercer hombre del poder en la Argentina”. Después de Kirchner, se entiende, el 1, y del superministro De Vido, el 2.
El objetivo de Antonini consistía en avanzar en “un negocio de tuberías”. Para semejante gloria se había anexado en el vuelo de la Royal Class, que completaba el periplo del regreso entre Caracas y Buenos Aires. Alquilado -el Cessna- por Enarsa. La empresa oficial que el senador Romero llama, con acierto, En Farsa.
Desfilan las versiones polifónicas que describen la cadena de malentendidos que desataron el ridículo del escándalo. La imprevisibilidad del retardo. Complementada con la carencia de espacio, en el sector militar, zona liberada del aeropuerto. Culmina con la parodia del descubrimiento. El advenimiento consagratorio de “la marroquinería política”. La gran truchada binacional. La valija colmada de dólares. Imagen que produjo el acto más ilustrativo de la devastación moral del kirchnerismo.

Segunda constatación. Marroquinería entregada por el detectado Reiter, de PDVSA, en el aeropuerto de Maiquetía. La valija capturada no era la única que venía colmada de glucolines de 50 dólares. Había otra. Contenía poco más de cuatro millones de dólares. Pudo ingresar. Con el destino incierto, pero presumible.
Para clarificar la sofisticada dimensión de la impunidad que debiera celebrarse, se puede asegurar, por último, que Antonini Wilson estuvo, para colmo, en la Casa de Gobierno. Bastante, a esta altura, atribulado. Sin siquiera ropa adecuada para la ocasión. En el acto, anunciativo y protocolar, que contó con la presencia rectora de Kirchner y Chávez. Donde Antonini Wilson saludó, con interesado respeto, a De Vido, el número 2. Con la esperanza de comer, después, con Uberti, el 3.

Guía de restaurantes
Alconada Mon indaga entre los equívocos fundamentales de la vulgaridad que ni avergüenza. Pueden dividirse en secuencias posiblemente cinematográficas. Aquí adquieren significación propia las cafeterías, pero sobre todo los restaurantes. En una peripecia que comienza en Caracas, sigue en Buenos Aires y concluye en Fort Lauderdale.

En el Urrutia, en Caracas, la enigmática secretaria de Uberti, Victoria Bereziuk, lo tienta, a Antonini, con el viaje a Buenos Aires.
Los altibajos delincuenciales del malentendido merodean también el bar y el restaurante del Hotel Sofitel, en pleno refinamiento de Arroyo. O en la Rosa Negra, en San Isidro, y hasta en El Danzón de Libertad. Dos Red Bulls, que ocurren poco antes que estallen, las esquirlas del escándalo, en la prensa. Y que Antonini Wilson, harto de la incapacidad de resolución de los argentinos, emprenda la faena inteligente de huir. Hacia Montevideo, y después hacia Miami. A los efectos de incorporar mayor complejidad al conflicto inagotable. Que continúa.

Anclado en Miami, el Antonini Wilson de Alconada Mon se sumerge en los entresijos de la boliburguesía venezolana. Surgen las desventuras de los socios Kauffman y Durán. Los intentos desprolijamente desopilantes de la inteligencia chavista, en sintonía con el culposo kirchnerismo. Operativos para conseguir que el Gordo Antonini les firme el poder. Para hacerse cargo, a cambio de dos millones de dólares, del contenido de la valija, que ya trascendió hacia el universo. Glucolines que esperan, aún, un dueño. En la bóveda del Banco Nación.
Pero era tarde para los innumerables enviados que detalla “el autor”. Porque Antonini Wilson había tomado la desesperada decisión que lo protegía, para mayor complicidad del cuadro. Entregarse a la estrategia del FBI. Envolverse entre los cables del espionaje y entregarlos. Envueltos.

Emancipaciones
Los “Secretos” se emancipan del texto de Alconada Mon.
De existir capacidad de indignación, deberían -los secretos-, deparar ruidosos estragos en Buenos Aires. Reacciones precipitadamente descalificatorias. Si no del “absuelto” Uberti, que ya dejó de ser el número 3, por lo menos de Kirchner, quien aún mantiene la titularidad real del 1.
La política sirve, aquí, de escudo lamentable. Para ocultar los enriquecimientos personales de la conjunción de bandidos sin caños.
Argüir que el dinero negro era “para la campaña” -así sea la campaña de la señora Cristina-, roza lo intelectualmente tolerable. Es, por lo menos, una falta de respeto. Porque la política también merece emanciparse como los “secretos”. La política es la víctima principal de la misma banda.
En Venezuela, en cambio, así sea la Bolivariana, los “secretos” que se desprenden del texto de Alconada Mon deberían ser letales. Para PDVSA, Petróleos de Venezuela, y para La DISIP, donde se encuentran los rufianes de la inteligencia. Sin embargo los secretos pasarán, a nuestro juicio, meritoriamente inadvertidos. Meras artimañas del maldito imperio, que huele a azufre y quiere acabar con los logros de la revolución. Editó Planeta. 310 páginas.

Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital

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