domingo, 13 de septiembre de 2009

TARJETA AMARILLA



Por Jorge Raventos

Si bien lo hizo con tono liviano, superficial (y en el fondo descreído), el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, disparó el viernes 11 de septiembre una gravísima denuncia que debería ser inmediatamente recogida por la Justicia. Dijo el contador Fernández que el desembarco de un regimiento integrado por dos centenares de inspectores de la AFIP en la sede central del Grupo Clarín y el de otras brigadas del mismo ejército en domicilios particulares de directivos de la empresa constituyó "una operación que alguien ha financiado (.) para perjudicar al Gobierno". Esas palabras, pronunciadas por alguien que, en los papeles, ocupa el lugar más empinado de la administración después de la Presidente, deberían ser tomadas con la seriedad que seguramente merecen por algún fiscal; una pesquisa judicial podría, quizás, esclarecer totalmente los hechos.

La conspiración de los estúpidos

Según el contador Fernández, un misterioso "alguien" que "nosotros -dijo , empleando quizás el plural majestático- nos ocuparemos de buscar la vuelta y descular quien fue", no sólo invirtió dinero y "se tomó el trabajo" de tramar y organizar la masiva (y finalmente abortada) inspección al Grupo Clarín, ¡sino que lo consiguió!. Ese "alguien" demostró tener una enorme influencia y capacidad de convicción o una extendida red de complicidades , pues pudo reclutar una numerosa y jerarquizada fuerza de la AFIP (incluyendo a altos jefes) y movilizarla en una flota de vehículos oficiales al margen de la autorización y hasta del conocimiento del número uno de la Administración. Si fuera cierta la denuncia del Jefe de Gabinete -y la Justicia debería investigar ya mismo para no dejar que el contador Fernández descule la verdad sin ayuda- nos encontraríamos ante una patética perforación de los recaudos de seguridad que debe exhibir el Estado. Si, en lugar de ocurrir en una agencia civil como la AFIP, un hecho semejante se diera en alguna instancia de orden castrense, la Ministro del ramo y la propia Presidente podrían desayunarse un día con que un batallón de uniformados argentinos invadió algún país limítrofe.

Aunque nada debería postergar una investigación judicial, puede ocurrir que la afirmación que el contador Fernández lanzó a rodar haya sido apenas una imaginativa hipótesis destinada a explicar (y explicarse) por qué él mismo -el número uno del Gabinete de ministros- ignoraba el operativo contra el grupo Clarín hasta que lo descubrió en un portal de noticias. Fernández ya sabe que hay muchas cosas en las que es bypasseado: detalles que se cocinan en otras oficinas de Balcarce 50, operaciones que ni siquiera pasan por Plaza de Mayo, pues se gatillan directamente en Olivos. Pero no lo hace feliz constatar que eso ocurre con asuntos de tanta trascendencia. Y mucho más cuando se transforman en un bumerán. Él ya debía conocer el nombre y apellido de la persona a la que aludió cuando, en relación con el ataque de AFIP a Clarín, les dijo a los periodistas que era "de estúpidos hacer una acción de estas características". Una módica vendetta verbal, ya que otra es impracticable.

Repliegue en desorden

Si se comprueba incierto el complot urdido por el contador Fernández, habrá que retornar a las interpretaciones más llanas, menos especulativas. Por ejemplo, la obvia: Echegaray fue el que ordenó el desembarco (de ahí que los jefes operativos que actuaron fueran personas de su máxima confianza, jefes ascendidos por él). En una administración hipercentralizada, es impensable que se produzca semejante despliegue sin que el Número Uno lo sepa. Con la misma lógica, es absolutamente inverosímil que, en medio de la guerra bacteriológica que Néstor Kirchner ha desatado contra Clarín, el propio Echegaray lanzara un ataque de esa envergadura sin recibir instrucciones (o, al menos, sin solicitarlas) de su comandante. El repliegue desordenado y las disculpas de Echegaray ("un blooper", resumió Felipe Solá) fueron una pequeña cuota del impuesto que la dura realidad le impuso a los maquinadores de la aventura (conspiradores o estúpidos, según las estimaciones alternativas del Jefe de Gabinete). El rechazo generalizado a la agresión fue una tarjeta amarilla.

La guerrita de la AFIP incrementó, en el país y en el exterior, el descrédito del Gobierno y ejemplificó sombríamente la desesperada, agresiva impotencia en la que parece decidido a refugiarse ante su progresivo aislamiento. Ya suficientemente enlazados por esquemas ideológicos y valijas crematísticas al jefazo venezolano, los Kirchner ratifican ante el mundo que también los une al comandante Hugo Chávez su actitud versus la prensa independiente.

Reacción opositora

Una semana atrás, en este espacio se señalaba que el mensaje del matrimonio Kirchner a la sociedad "reza más o menos así: hasta diciembre y también después, mientras podamos hacerlo, vamos a emplear y forzar todos los recursos e instrumentos disponibles -llámense vetos presidenciales, decretos de necesidad y urgencia, disposiciones administrativas, presiones de acción directa, o como sea- para profundizar nuestro modelo (.) prometen que, lo haya o no votado la mayoría, no habrá cambio de rumbo mientras ellos cuenten con el poder de impedirlo".

En el curso de la última semana el Gobierno logró el demorado prodigio de reunir a un amplio contingente de la oposición política en una actitud enérgica.

Contribuyó, en paralelo, la notable contaminación que se registra en la atmósfera social, en especial al trascender detalles sobre la llamada mafia de los medicamentos, sector en el que el oficialismo recaudó la mayor parte de los fondos declarados de la campaña electoral que llevó a la señora de Kirchner a la Presidencia. El debilitamiento del Gobierno coincide con un creciente activismo judicial. Las investigaciones del Juez federal Norberto Oyarbide avanzan "hacia arriba", según informa el magistrado. Lo que ya pudo constatar clama al cielo: la colocación de medicamentos adulterados en circuitos principalmente conectados con la atención social y en relación con enfermedades como el cáncer o el HIV; esto vinculado con el tráfico de efedrina. Muchos de los que debían controlar eran cómplices.

Con esos negociados como música de fondo, el Gobierno suma a la crispación general con su estilo de confrontación permanente, con la obstinada decisión de sacar de apuro la ley de control de medios de comunicación, la terca actitud de evitar un acuerdo con las entidades del campo y, finalmente, la provocativa escaramuza de la AFIP contra Clarín.

Todos los dirigentes de la oposición política que se reunieron el jueves 10 de septiembre en el despacho del Vicepresidente Julio Cobos, más varios que no estuvieron pero se hicieron oir por carta (como Carlos Reutemann y Felipe Solá) adelantaron que, una vez constituido el Congreso elegido el 28 de junio, promoverán la revisión de varias leyes apuradas por el oficialismo para aprovechar la mayoría residual de que aún goza.

Impotencia y agresividad

El pronunciamiento de esas fuerzas opositoras tiene el mérito de revisar la fantasía panglossiana con que se entretenían hasta ahora muchos de sus dirigentes, con los ojos fijos en 2011 y la esperanza de un tránsito de dos años sin demasiados sobresaltos. Los partidos de la oposición empiezan a comprender que deben hacer frente, con vigor, a un oficialismo que promete más de lo mismo que practicó durante seis años: controntación y crispación. Con el agravante de que la debilidad lo torna más agresivo.

El precipitado repliegue de la tropa de inspectores de la AFIP el jueves último no se traduce para el oficialismo como el fracaso de una estrategia de conflicto, sino apenas como un traspié táctico. La conclusión que se extrae en el vértice es: la próxima vez hay que ir mejor preparados. O: hay que atacar donde no tengan capacidad de respuesta.

Muchos hombres del oficialismo (y muchos otros que figuran en la nómina porque fueron cooptados por la presión de la necesidad de recursos o el temor a represalias) empiezan a hacer cuentas y a calcular el momento preciso para eyectarse antes de que la conducción K se estrelle contra la realidad. En rigor, ya hay muchos que iniciaron ese proceso: desde Alberto Fernández hasta el chubutense Mario Das Neves, por citar sólo dos.

Las crisis importantes se producen cuando, en un bloque de poder, se produce un quiebre y una disgregación. Eso ocurrió con la Alianza a partir de la renuncia de Carlos Alvarez, eso había ocurrido en 1890 cuando el Presidente Juárez Celman abrió un cisma en el roquismo y pretendió bloquear la candidatura y la jefatura de Roca. Eso sucedió también a fines de los 90: la Alianza no ganó el gobierno, sino que el peronismo lo perdió al no encontrar una fórmula viable de mantener la unidad y garantizar la sucesión de Carlos Menem, avanzando más allá de los logros de los años '90.

Disparen contra Cleto

Desde el centro de operaciones de Olivos se apunta ahora a forzar la renuncia del Vicepresidente Cobos. Han instruido a varios mosqueteros verbales del oficialismo para que golpeen al mendocino.

Suele decirse que Cobos es, por estos días, el político en actividad con más alta imagen positiva. Es un plus que no pueden mostrar los que le piden que se vaya. Pero el respaldo de la opinión pública suplementa el hecho de que llegó al cargo con votos recogidos en todo el país. El mandato recibido dos años atrás se complementa con la aprobación actual y le da, objetivamente, buenos argumentos para resistir el operativo que lo quiere desalojar.

A los Kirchner los preocupa que el mendocino pueda convertirse en sucesor si las circunstancias llegaran a convencerlos de abandonar el poder. A Kirchner no le molesta, en cambio, que Cobos se fortalezca como principal figura opositora. Por el contrario, prefiere que sea él -y no un peronista- quien encarne la principal alternativa electoral a su "modelo". Alimenta la ilusión (y la promueve entre sus contertulios y acólitos) de que el kirchnerismo se reponga de las caídas recientes (y hasta de las que se avecinan) y se mantenga al menos como segunda fuerza política del país, conservando una parte importante del caudal electoral justicialista. En ese sentido, para Kirchner más decisivo aún que neutralizar una unidad opositora, es impedir que el peronismo consiga unificar personería al margen de él, porque esa unidad atraería como ley de gravedad a la mayoría de las fuerzas políticas y sindicales peronistas.

La Moncloa o La Hora del Pueblo

El peronismo debe encarar, pues, una doble tarea: su propia unidad y la convergencia con el resto de la oposición para afrontar los desafíos a la gobernabilidad que se avecinan. Por estos días vuelve a hablarse en los círculos políticos de los Pactos de la Moncloa que dieron marco, en España, a la transición postfranquista. Quizás el peronismo pueda encontrar ejemplos más cercanos en su propia historia. En agosto de 2007 se señalaba en esta columna: "Es probable que las catástrofes políticas que destruyen periódicamente la continuidad institucional y la transmisión intergeneracional de las experiencias incidan en la falta de agudeza para adquirir la sensibilidad e imaginación que permite identificar las oportunidades. Por ejemplo, es posible que se haya extraviado el sentido de una experiencia que, más de tres décadas atrás, impulsaron dos grandes jefes políticos, Juan Perón y Ricardo Balbín; dos hombres que tenían muchísimos motivos para desconfiarse mutuamente pero que decidieron esas suspicacias porque eran inoportunas para lo que dictaba el momento: la enemistad absoluta con un régimen tiránico. En 1970, cuando ya el General Roberto Marcelo Levingston había sucedido al General Juan Carlos Onganía a la cabeza del gobierno militar de la época, Balbín y Perón (éste, a través de su delegado personal, Jorge Daniel Paladino) junto a líderes políticos de otras fuerzas (la Democracia Progresista, el conservadurismo, el Partido Socialista, el bloquismo sanjuanino) emitieron una declaración que fue el punto de partida de un amplio movimiento de reivindicación institucional: La Hora del Pueblo. Allí exigían el respeto de la soberanía popular y formulaban las bases de un sistema político equilibrado, respetuoso de la Constitución y del principio republicano de convivencia de mayorías y minorías. No se trataba de un frente electoral (de hecho, el peronismo se agruparía electoralmente en el Frente Justicialista de Liberación y Balbín sería candidato competidor con la boleta de la UCR). Era un acuerdo de toda la oposición contra la tiranía; un gesto levantado de todas las fuerzas que estaban dispuestas a trabajar en común para recuperar la república democrática. La Hora del Pueblo jugó un papel de enorme importancia en la búsqueda de reconciliación de los argentinos y de la canalización pacífica de los enfrentamientos entre peronismo y antiperonismo. El abrazo entre Perón y Balbín sería un símbolo de ese momento político virtuoso".

La mejor manera de enfrentar la lógica de la confrontación y la división es responder con una práctica de unidad nacional, apoyada en la organización democrática de los partidos políticos. La fuerza de esa unidad -acompañada por los vínculos estrechos con los sectores de la producción del campo y la ciudad, de la inteligencia y del trabajo- puede aislar y derrotar los proyectos que se inspiran en la agresión y el conflicto permanente y ofrecerle al país gobernabilidad en lugar de desorden creciente.

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