miércoles, 9 de noviembre de 2011

LIBERTAD


Argentinos: De libres a plebeyos

por Virginia Tuckey

Si la mayoría de los argentinos se dieran cuenta en lo que se ha convertido su país, no resistirían las ganas de echarse a llorar. Abrir los ojos por un minuto, ver el lugar que ocupamos en el mundo, comparar lo que fuimos con lo que somos y tomar noción de lo que podríamos ser, desvelaría a más de uno.

Esta afirmación no la hago desde un pedestal de pedantería, sino desde la simple observación y la comparación. La preocupación que muchos compatriotas tienen hoy por nuestro país no es menor, pero muchos de ellos todavía creen que en Argentina quedan aun algunos rasgos de lo que alguna vez fue un país de libres e iguales, dónde la prosperidad y la dignidad eran realidades.

La situación del país es hoy muy distinta. Los valores que forjaron una nación sobresaliente han desaparecido, y con ellos, se han desvanecido nuestras libertades, el respeto por el prójimo, los buenos modales, y el amor por la libertad.

El gran protagonista de esta decadencia ha sido, sin lugar a dudas, el Peronismo. Este movimiento canalizó resentimientos y los convirtió en un modo de vida. Descendiente del Fascismo, basó su discurso en el nacionalismo y el populismo. Hizo uso de los éxitos de la Constitución alberdiana para fomentar la idea de superioridad del ser argentino, aniquilando así la verdadera razón de los grandes logros de la joven nación, su sistema republicano liberal.

Una vez que se confundió la superioridad del sistema con la superioridad del ser humano por el solo hecho de haber nacido dentro de una frontera específica, el resto de las contradicciones vinieron por añadidura.

El foco de la educación dejó de ser la excelencia y pasó a ser la idolatría al líder peronista y su mujer, Eva Perón. Los niños de primer grado debían repetir “Evita y Perón me aman”. Como dice el dicho, “miente, miente, que algo quedará”, y fue eso lo que sucedió en Argentina. La mentira fue reemplazando a la verdad hasta instaurarse como la madre del pensamiento medio.

Los sesenta años que dividieron al primer gobierno de Perón con el Kirchnerismo, incluyeron distintas etapas en la historia del país. Gobiernos democráticos, guerrilla terrorista marxista, dictaduras militares, el advenimiento de la democracia nuevamente, pero nunca más, la prosperidad y la libertad que precedieron a Perón.

En la etapa posterior a la última dictadura militar, la mentira se termina de consumar. Los argentinos se olvidan definitivamente de Alberdi y la república, para embanderar a Raúl Alfonsín cómo prócer de la democracia, la cual muchos confunden con republicanismo. Los guerrilleros marxistas se convirtieron en adalides de los Derechos Humanos y las ideas de izquierda en el padrenuestro de la clase media.

Las consecuencias del cambio de paradigma tuvieron sus impactos más inmediatos sobre la economía, pero no logró reflejarse rápida y contundentemente sobre la sociedad y sus modos. Este fue un proceso lento.

Este nuevo rumbo ideológico que habían emprendido los argentinos, se impregnó en todos los ámbitos de la sociedad y propagó ideas falsas, que fueron tomadas como verdades absolutas. Cualquiera que se anime a contradecir dichas ideas, es condenado socialmente y calificado incluso de insano. Es muy difícil encontrar un ámbito educativo dónde se puedan refutar o debatir estos postulados; todo debe admitirse sin chistar, si no se quiere ser víctima de la burla de catedráticos y alumnos.

Estas ideas que parecieran tener un eco casi unánime en toda la sociedad, son esencialmente socialistas y responden a una contradicción constante. Nada causa más orgullo en nuestro país que saber que Ernesto Guevara fue argentino, incluso la comunidad homosexual argentina levanta la bandera de este falso héroe, negando así el odio que él les tenía. El antiamericanismo es irracional, y al mismo tiempo las ganas de sacarse una foto en el Rockefeller Center es incontenible. Consumir la tecnología, moda y medicina de los norteamericanos es prioridad para los argentinos, pero eso no quita que en el pensamiento popular se tenga la idea, y se lo diga a viva voz, que los norteamericanos son estúpidos.

Incluso los referentes de DDHH en Argentina han sido personajes con pasados y presentes oscuros, que contradicen el aprecio a la humanidad constantemente. Entre estos ejemplo, tenemos a la idolatrada Hebe de Bonafini, fundadora de ¨Madres de Plaza de Mayo¨, quién festejó los ataques terroristas contra el World Trade Center aquel 11 de septiembre negro.

Las banderas de la hoz y el martillo son moneda corriente en universidades y manifestaciones, por lo general, expuestas junto al símbolo de la paz. El dinero es visto como el mal de todos los males, pero la ostentación es un signo cultural muy de moda.

Muchos también creen que la revolución francesa fue previa a la revolución americana y que esta última tiene más que ver con los tiranos que con las libertades.

Estas confusiones, entre muchas otras, son consecuencia directa de años de adoctrinamiento que usa como fuente de alimentación el ego. Para explicar esto, la manera más práctica es observar al argentino medio actuar en un país extranjero. Todo lo atropella y habla a los gritos. Cuando dice la palabra ¨Argentina¨ espera ansioso los halagos que cree debe recibir, pero queda estupefacto cuando se da cuenta que muchas veces no se conoce, ni siquiera, la ubicación geográfica del país.

La sensación que se percibe cuando muchos argentinos exponen sus ideales, es que en los límites fronterizos se levantó una gran muralla y que nosotros creamos nuestra propia realidad imaginaria para escapar a los sentimientos encontrados que dejó el hecho de haber sido grandes y haber caído torpemente en el abismo. Esta ficción disfrazada de ideología entra constantemente en contradicción con las acciones de los individuos, pero a pesar esto, siguen sosteniendo efusivamente la mentira.

La contradicción constante obtuvo finalmente una voz que transformaría las prédicas constantes de los argentinos en realidad. Néstor Kirchner, quién comienza su presidencia con un apoyo del 22% del electorado, supo interpretar perfectamente cuál era el discurso que debía instalar. Supo también, que aunque muchos dijeran no estar de acuerdo con él, en el fondo aplaudirían sus manifestaciones.

Y así sucedió, las políticas de izquierda que caían simpáticas a la mayoría de los argentinos iban a materializarse finalmente.

La bandera del socialismo, el ataque a la prensa, confiscación de fondos jubilatorios, la estatización de Aerolíneas Argentinas, el reclamo por Malvinas, ex guerrilleros en el Congreso y en el Ministerio de Defensa, subsidios a malos actores, a científicos que nunca descubrieron nada y a intelectuales que defienden el ¨modelo¨ de gobierno oficial; planes sociales, fútbol ¨gratuito¨ que se paga con impuestos, fondos de provincias que desaparecen, presidentes que se niegan a dar conferencias de prensa, un pueblo que los justifica, sindicalistas y empresarios socios de la corrupción, estudiantes con morral, barba y tatuaje del ¨Che¨ que acuden a la agresión cuando el argumento se les termina, funcionarios que cierran las importaciones a la tecnología pero que traen de sus viajes oficiales al primer mundo toda la línea de computadoras Apple, y la repetición constante de las mentiras articuladas por agentes del gobierno. Todo esto, fue avalado por el 53.75% de los argentinos habilitados para votar.

En ese porcentaje podemos encontrar, casi sin excepción, contradicciones constantes. Ellos suponen que el dinero es el principio de todo mal y odian a los ricos, sin embargo, cuando justifican su voto, la única razón que consideran es la mejoría en su propia economía, y no les molesta en absoluto el majestuoso enriquecimiento de la familia presidencial. Odian a Estados Unidos y pregonan que la educación estatal Argentina es la mejor, pero aplauden que la hija de la Presidente acuda a estudiar a una universidad privada en New York y viva en un piso frente al Central Park. Hablan del monopolio mediático, y cuando nombran a dicho monopolio, enumeran distintas empresas de medios que responden a distintos dueños. Dicen que hay que vivir de lo ¨nuestro¨, pero son justamente ellos quienes viven de lo ajeno. Si alguien no coincide con sus ideas o modelo de país, no intentan debatir, simplemente se agrupan y a los gritos intentan refutar todo pensamiento crítico al grito de ¨fachistas¨ y ¨gorilas¨. Ellos se autodenominan seres pensantes y pacíficos, quienes no crean eso, explican, están corroídos y alienados por los medios que no son afines al gobierno. Se dicen mayoría, y creen que eso les daría derecho a manejar las vidas de las minorías, pero en realidad fueron diez millones que hoy pretenden decidir sobre la vida de los otros treinta millones.

Estas contradicciones no son casuales, son simplemente la causa del despilfarro de dinero que el Kirchnerismo vino haciendo todos estos años. En este grupo tenemos subsidiados, nuevos empleados públicos, hijos y familiares de funcionarios que conocieron la buena vida desde que parte de los impuestos pasan a sus bolsillos.

Todo esto fue posible por una única razón, el precio de las commodities, que dieron a Argentina una oportunidad histórica de desarrollarse tanto económica como socialmente. Tuvimos la oportunidad que las villas miserias desaparezcan, que la industria se desarrolle, de atraer inversión de todo tipo y alentar la competencia, de federalizar el territorio, de tener ciudadanos emprendedores y ricos, que no necesiten las migajas del estado. Pero no, mientras los productores trabajaron para aprovechar esa gran oportunidad, los Kirchner y sus secuaces se dedicaron a dilapidar en militancia y propaganda, se dedicaron a intimidar a quienes trabajan y a reducir libertades.

Hoy, Argentina es líder en inflación. Sus ciudadanos son monitoreados si intentan comprar dólares. La fuga de capitales no se detiene, y a pesar de los controles, el Banco Central debe intervenir día a día para que el precio del dólar no se dispare, sin poder siquiera así, controlarlo.

El narcotráfico ya asomó sus narices de manera contundente, y vamos rumbo a ser el próximo México. Desde el gobierno dicen que ahorrar en dólares no conviene, pero el Ministro de Economía y la Presidente tienen sus ahorros en esa moneda.

Las contradicciones y resentimientos de la mayoría de los argentinos, encontraron lugar en el Kirchnerismo. Tuvieron la fortuna de encajar en un contexto económico internacional inmejorable para nuestro país. Esta situación les dio letra y más soberbia. Vuelan sobre su ego, porque creen haber descubierto alguna fórmula que todavía no logran entender, pero que les permite vivir sin trabajar. Allá, compenetrados en su ¨yo¨ supremo, negando la inflación y la fuga de capitales, votaron eufóricos por el modelo que les dio alas. Todo tipo de improperios fueron enviados a la oposición vencida. Los festejos duraron varias horas. Cuando la fiesta terminó y la resaca de la victoria no había desaparecido aun, la poca confianza en el peso argentino llevó a la ciudadanía a una nueva contradicción, hacer colas para obtener dólares.

Aquella “mano invisible” que depositó en las urnas el aval a la intervención suprema del gobierno en la vida de las personas, queda hoy estupefacta cuando intenta comprar cien dólares y un agente impositivo, sin mucha explicación, se lo niega.

Mientras tanto, los que votaron al socialismo opositor, se quejan que no existen contrapesos que defiendan a los individuos y sus libertades, sin darse cuenta que lo que exigen es opuesto a la ideología que avalan.

Los libros, las experiencias de otros países y del nuestro, demuestran que el socialismo no es sinónimo de individualidad y que la única garantía de libertad es tener un sistema institucional republicano, dónde la separación de poderes funcione y las libertades de las minorías no puedan ser eliminadas por ningún resultado electoral contundente.

Aprender de la historia es la vía fácil, pero si esto no sucede, los pueblos que pusieron en la mesa de apuestas su propia libertad a cambio de satisfacer caprichos momentáneos, estarán condenados a vivir como plebeyos.

El futuro de Argentina y sus ciudadanos ha sido echado a suerte. Las mayorías decidieron que las minorías no importan. Tal vez, cuando sea demasiado tarde, muchos despierten del letargo, y coincidirán con San Agustín, quién sostuvo, que “nadie puede ser perfectamente libre, hasta que todos lo sean”.

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