Mucha tristeza nos ha producido la victoria de Cristina Fernández de Kirchner, un suceso que es malo no solo para el presente y futuro de Argentina, sino para el futuro de todo Latinoamérica, donde por la vía de la pseudo- democracia la izquierda está logrando lo que nunca logró por la vía terrorista. Y malo por tanto para el mundo y la civilización. Malo porque de la mano de la Kirchner, esa Zapatera argentina, el Nuevo Orden Mundial se seguirá imponiendo en Argentina y desde ella seguirá exportándose potenciada al resto del continente. Es malo es suma porque desde ayer los enemigos de la civilización cristiana, valga la redundancia, tienen un poco más de poder en el mundo.
Argentina ha votado NOM y toda la parafernalia al uso: aborto, sodomía promocionada desde el poder, experimento con embriones humanos, educación sexual en el colegio, alianza iberoamericana de la izquierda… El nuevo orden, que no es sino el viejísimo desorden que precedió al cristianismo en el mundo.
Marta Colmenares nos cuenta un poco hasta que punto hubo pucherazo. Hasta qué punto las elecciones y las urnas estuvieron manipuladas. Pero, lo cierto es que el destino estaba echado desde ante mano. Las alternativas a Cristinita en el fondo no eran sino más de la misma medicina.
Es como si la oscuridad estuviese cayendo sobre las tierras de América hispana. Hubo un tiempo de plomo, en el que el terrorismo campaba como la opción de la izquierda, pero frente al terrorismo hubo respuesta. Quizás sean peor estos tiempos en la que la izquierda ha apostado con tanto éxito por la vía de Cristina de Kirchner. Estos no son ya quizás tiempos de plomo, pero son tiempos de crepúsculo y niebla, en la que parece que al pueblo hispano ya no le quedara capacidad de respuesta, como si adormecido cayera al vacío sin oponer resistencia.
Y a la postre ni Kirchner ni Cristina son el problema. Ellos son solo el síntoma de una decadencia. Y es que al fin y al cabo cada pueblo tiene los gobernantes que merece. Y probablemente ni la Argentina de hoy, ni la España de Zapatero, ni la Venezuela de Chaves… Merecen nada mejor que lo que tienen.
Y que conste que todo esto no es una especie de capitulación o una declaración nihilista, sino solo el convencimiento de que no se trata de cambiar a los políticos, sino que se trata de cambiar a los pueblos, y que solo Jesucristo el Señor es capaz de cambiar el corazón de los hombres.
Por eso es necesario en el corazón de las tinieblas gritar más fuerte aún:
¡Viva Cristo Rey!
Ediciones Católicas
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