Por Hugo Sirio - ESCOBAR - BUENOS AIRES - ARGENTINA 30/10/2007
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EL DINERO Y LA UTOPÍA DEMOCRÁTICA
El hombre puede aplicar una ejercitación metódica a sus disposiciones naturales y obtener así, por entrenamiento, resultados muy superiores a los que obtendría con la aplicación espontánea de sus facultades. Todo el problema de la educación y la cultura radica en esta capacidad de su naturaleza. Sucede también que un método, aplicado con la misma perseverancia a tergiversar el orden natural de las disposiciones, puede obtener también efectos extraordinarios en la promoción de una conducta perversa. Hoy es un tópico hablar del proceso de desinformación a que están sometidos todos los pueblos bajo control periodístico. La mentira está tan organizada y se difunde según tácticas tan científicamente elaboradas, que resulta una faena realmente heroica eludir su engaño.
Se debe también reconocer que no hay un gran interés en eludirlo, y concurren tantos intereses a la gestación del engaño que un análisis ligeramente prolijo nos conduciría a detalles de investigación que sería imposible en un sucinto esquema explicativo como éste. Todo el mundo está más o menos interesado en mantener a su favor los beneficios de las mentiras colectivas, y hasta los partidos llamados de oposición a nivel nacional ingresan en la pugna democrática sin creer en sus consignas, pero convencidos de que, a lo mejor, ciertas verdades les permitirán obtener los votos que los coloque a la cabeza del gobierno.
Perfectamente condicionadas las respuestas masivas frente a las consignas, tratan de hacer ver que los hombres elegidos por el pueblo para presidir los gobiernos han sido previamente escogidos entre los ciudadanos más adictos al bienestar común . Los que realmente tienen alguna significación social por la potencia de su fortuna, conocen la insignificancia de sus hombres de papel y cuentan ampliamente con ella para evitar una aventura revolucionaria pacífica que desubicaría sus apuestas. En los países democráticos hay cierta habilidad en el juego que permite la descalificación de los opositores, ya por razones de índole privada o pública, pero sin delatar nunca la mecánica intrínseca del proceso. Puede hablarse mal de Fulano o Mengano, pero no de la situación que respalda el acceso de tales sujetos al poder. Nadie puede decir que el pueblo es gobernado por la peor parte de sus habitantes para favorecer el efectivo anonimato de la corporación dirigencial.
Hay que ser muy torpe para creer que el pueblo es realmente soberano y que de su voluntad, expresada en un día de sufragio, surgen por arte de magia las minorías que deben conducir sus destinos. Un hecho de tal naturaleza sólo es aceptable mediante una serie de engaños que ocultan su realidad y dan viso de cosa normal a lo que efectivamente es una anomalía. Las funciones naturales de la vida social crean su dirigencia en el trato histórico con las realidades de la existencia. Los individuos que sobresalen en sus relaciones con el gobierno, la economía, el arte, las ciencias y la corrupción, son los que deben gobernar por la necesaria gravitación de la autoridad desarrollada en un determinado ámbito de las actividades espirituales. No obstante, esto que se presenta como el resultado de un crecimiento orgánico de las responsabilidades comunitarias, es presentado como una pretensión inaudita y sustituido por el artificio de la demagogia electoral, que quita al orden político sus expresiones más sanas y las reemplaza por las que surgen del mecanismo de la propaganda.
Cuando se escribe que es un hecho innegable que se han alcanzado resultados positivos en la promoción de la igualdad y libertad humanas, sin decir absolutamente nada sobre la realidad, no menos innegable, de las consecuencias negativas, masificadoras y enajenantes de la publicidad ideológica en las democracias totalitarias, se tiene todo el derecho a poner en duda la información, la inteligencia o la decencia del autor de tales páginas.
Se ha dicho, no sin poner en la frase una intención irónica, que la democracia es la inmaculada concepción del hombre porque en ella se considera al ser humano como si poseyera una naturaleza sin desfallecimientos a la que hay que abandonar a su espontaneidad creadora para que dé buenos frutos. Se sueña así con un orden de convivencia sin jerarquías naturales, en donde la bondad intrínseca de cada uno se expande en una fraternidad igualitaria sin fisuras.
Junto a las esperanzas en los «mañanas que cantan» están los que negocian y especulan con el asunto, los que reparten dinero, alcohol y drogas entre los delincuentes y esperan tener buenos intereses de sus grandes o módicas inversiones.
Conviene recordar, cuando hablamos de democracia, que este término no tiene nada que ver con el régimen que se llamó así en la Antigua Grecia. Su significado oculta hoy una realidad mucho más falsa y sórdida de aquella que preparó para Atenas la reforma de Clístenes, y que supo mantener en cierto equilibrio la inteligente cautela de Pericles. En nuestro lenguaje político el término se impone como una consigna inevitable para poder hacer pasar cualquier contrabando político, y el que no lo usa con algún adjetivo que limite, extienda o purifique su sentido está absolutamente muerto en la contienda electoral.
Es la mentira necesaria para abrir el curso de los honores y satisfacer la voluntad de los usureros que quieren en el gobierno hombres aplaudidos por las masas.
Nunca el hombre medio ha participado menos en el efectivo ejercicio del poder, y jamás la cúpula del mando verdadero ha sido tan pequeña y ha estado tan alejada como hoy de sus bases populares. Al monarca absoluto lo podía ver cualquiera en cualquier momento de su existencia.
Nuestros verdaderos monarcas están bien ocultos a las miradas del pueblo, y si es muy cierto que se puede atentar contra la vida de alguno de sus más importantes testaferros, es sumamente difícil conocer el nombre de quienes lo manejan desde las sombras.
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