Al inicio de la semana / Roberto Cachanosky
¿Pacto social o acuerdo fascista?
A pesar de que el Gobierno pretenda equipararlo con los Pactos de la Moncloa, el publicitado pacto social que impulsa la presidenta electa se asemeja más a algunos episodios de nuestro pasado que preferiríamos olvidar.
Mucho se viene hablando de un pacto social para cuando Cristina Fernández se hago cargo de la presidencia. Como en el recuerdo de muchos argentinos está fresco el pacto social que impulso José Ber Gelbard en 1973 con la famosa “inflación cero”, que terminó en el Rodrigazo de 1975, pareciera ser que el Gobierno quiere darle un aspecto diferente a la actual iniciativa. Para eso, incluso, hasta llega a mencionarse algo similar a los Pactos de la Moncloa de España.
Desde mi punto de vista, luce un poco exagerado asimilar el proyectado pacto social a lo hecho en España. En primer lugar, porque Adolfo Suárez convocó al Palacio de la Moncloa a todos los partidos con representación parlamentaria. Tal fue la voluntad de Suárez de reunir a todos, que tenía que encontrarse a escondidas con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, para no generar conflictos con las fuerzas armadas franquistas. Es decir, había una verdadera vocación de diálogo.
¿Tiene actualmente esa vocación de diálogo el gobierno argentino? Para tener una idea de la de Suárez, hay que tener en cuenta que España venía de una guerra civil y había que sentar a los enemigos en una misma mesa a dialogar para pensar en el futuro. En la Argentina no se percibe esa misma voluntad de mirar hacia delante. Por el contrario, las órdenes de arresto para militares y policías se asemejan a un tsunami de odio y venganza, mientras, con nuestro dinero, el Gobierno sigue dándole subsidios a Hebe de Bonafini, que festejó el asesinato de miles de inocentes en las Torres Gemelas, se manifestó a favor del terrorismo de la ETA y dijo que el Museo de la Memoria no servía para nada si no se exponían las armas de los terroristas de los 70. Es decir, hay tal desbalance en la visión del pasado argentino, tal grado de resentimiento y venganza, tan escaso espíritu de reconciliación que difícilmente pueda hablarse de algo similar a los Pactos de la Moncloa. La comparación hasta luce como un chiste de mal gusto.
En segundo lugar, también es exagerado equiparar el proyectado pacto social con los de la Moncloa porque ya existía en España una vocación por incorporarse al mundo desde hacía rato. Y, tercero, porque se definieron políticas públicas de largo plazo que suscribieron los partidos mencionados, cosa que, por ahora, no se observa en nuestro caso.
No es un dato menor el tema de la incorporación a la economía mundial cuando se habla de un pacto social similar al español. Todos los países que en los últimos años han logrado superar la pobreza e iniciar un largo proceso de crecimiento y mejora en las condiciones de vida de su población lo hicieron a partir de ver al mundo como una oportunidad para crecer. En el caso argentino, no se observa esa intención.
Si bien hoy se intenta mostrar a una Cristina Fernández de Kirchner con una política exterior menos “chapista”, lo cierto es que desde el punto de vista económico no sólo nos cerramos por el lado de las importaciones sino que, además, se castiga en forma creciente a las exportaciones. El incremento de impuestos para las exportaciones de soja, girasol, trigo, maíz y combustibles, la posibilidad de ampliar ese impuesto a los minerales y las prohibiciones de exportación de carne, entre otros, muestran un camino inverso al seguido tanto por España como por Irlanda, el sudeste asiático, Europa Central o Chile. Más que pensar en un país a lo grande, todo parece indicar que las aspiraciones reinantes son las de un país chico, con buenos negocios para los amigos de turno y un aislamiento del mundo que evite adoptar instituciones serias y previsibles.
Uno de los ingredientes que, aparentemente, pretendería incluirse en el futuro pacto para diferenciarlo de la “inflación cero” de Gelbard serían las inversiones. Si efectivamente esto es así, el futuro gobierno estaría mostrando una gran falta de realismo, dado que para que haya inversión tiene que haber ahorro que se vuelque al mercado de capitales. Sin créditos a tasas pagables es impensable tener grandes inversiones. Por otro lado, ¿para qué hacer inversiones importantes si la política económica viene mostrando en los hechos que se conforma con un mercado chico, con escaso nivel de ingreso y pésima distribución del mismo? ¿Qué inversiones tan grandes se necesitan para abastecer un mercado interno de 40 millones de personas con ingresos per cápita de 5.000 dólares anuales y en un país donde se castiga a las exportaciones?
Volviendo al tema financiamiento, el Gobierno no ha logrado, más allá de su discurso preelectoral, que las tasas de interés bajen a niveles compatibles con el sistema productivo. Ni siquiera consiguió que el mercado pueda ofrecer créditos hipotecarios a tasas bajas.
Lo que parece no entenderse es que el ahorro argentino está en el exterior buscando seguridad jurídica. Y el ahorro de los extranjeros viene en cuentagotas, como lo demuestra la inversión extranjera directa en la Argentina de los últimos cinco años. Es decir, no hay con qué impulsar las inversiones porque el ahorro interno es escaso y, además, está exiliado.
Si a esto se le agrega un sector público ávido del ahorro privado para colocar bonos con el objeto de absorber liquidez y hacer frente a los vencimientos de la deuda del año que viene, la pregunta inevitable es: ¿con qué recursos piensa el próximo gobierno financiar las inversiones? ¿Con un nuevo BANADE que ni siquiera se sabe de dónde va a sacar el dinero para constituir su capital? Por otro lado, si alguien hace una inversión, cuando enchufe las máquinas, ¿funcionarán o la crisis energética le impedirá ponerlas en funcionamiento y tendrán que vivir de parada técnica en parada técnica?
Considerando el contexto institucional en el que estamos inmersos, todo parece indicar que el tan mentado pacto social, por más maquillaje que se le ponga, tiende a parecerse al esquema fascista de sentar a la mesa a algunos dirigentes sindicales junto con algunas entidades empresarias y limitarse a formular algún tipo de acuerdo transitorio de precios y salarios para evitar, por un tiempo, una feroz lucha por la distribución del ingreso.
Lejos de acercarnos a un Pacto de la Mocloa, me parece que lo que viene tiene un fuerte olor a “inflación cero” de Gelbard, con toda la inspiración fascista que implica. © www.economiaparatodos.com.ar
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