miércoles, 24 de septiembre de 2008

CONSTRUIR LA DIGNIDAD

CONSTRUIR LA DIGNIDAD
Por Grupo Capital
Editorial
24 de septiembre
Ya en la recta final hacia las legislativas 2005, los candidatos ajustan sus discursos a sus circunstancias, sea como opositores u oficialistas. Los electores, en tanto, mantienen un nivel de indiferencia que no deja de ser preocupante si se tiene en cuenta que votar es un deber, pero, sobre todo, es un derecho a través del cual se expresa el interés en el modelo de sociedad en el que se quiere vivir.
Aunque pasaron 22 años desde que la Argentina recuperó la democracia, el electorado, lejos de tomar conciencia de la incidencia directa que tiene la política sobre su vida, tanto individual como colectiva, ha encontrado en la indiferencia la forma de contarles a los dirigentes lo insatisfecho que está con sus acciones. Y los dirigentes, todavía lejos de interpretar el mensaje –aunque en los discursos lo mencionen- aprovechan la actitud de los ciudadanos para mantener esa cuota de poder de la que se valen para no perder privilegios que, precisamente, no hacen más que aumentar la cuota de descrédito en la comunidad. Es, en definitiva, un ida y vuelta de irresponsabilidades compartidas. Y ya se sabe que de la irresponsabilidad muchas veces se cae en la irracionalidad.
Sin embargo, y no para que oficie de consuelo, algunas cosas pasaron en la Argentina como para que del aplauso frívolo a la pizza y el champán se pase al grito enfervorizado del “que se vayan todos”. Pasaron la desocupación, el hambre, las muertes por desnutrición, la corrupción y la venta indiscriminada de las joyas de la abuela al mejor postor en el rubro “peaje” para ganar una licitación. Casi nada... casi todo...
Debe ser por esas mismas cosas que pasaron que la pregunta obligada es hasta cuándo la queja quedará en la mera retórica y cuándo se traducirá en el compromiso concreto con la construcción de esa sociedad que se quiere mejor para todos.
Constitucionalmente la democracia argentina es por representación de partidos políticos. Los partidos políticos, o los frentes que entre ellos construyan, son un engranaje más del sistema hacia representaciones genuinas. Pero las representaciones son genuinas en tanto y en cuanto sean resultado del debate acerca del contenido del que se nutre al continente: los partidos. Para que los partidos puedan seguir siendo continente y recuperen el contenido, es imprescindible la participación de los ciudadanos. En este partido o en aquél, pero participando. Hasta ahí, parte de la responsabilidad de los ciudadanos: involucrarse, comprometerse.
¿Qué de los dirigentes? Pues, que si son efectivamente honestos con el discurso que proclaman, quizás deban comenzar a cuestionarse actitudes que los desvinculan de sus propios dichos. Por ejemplo, deberían cuestionarse el clientelismo político, que tanto mal les ha hecho a los partidos y tanto más daño le hace a la sociedad. ¿Qué pasaría si los principales partidos coincidieran en la premisa de no pagar más a quienes pegan afiches? ¿Qué ocurriría si coincidieran en debatir sus diferencias frente a frente, con la sociedad de espectadora? ¿Qué resultaría si coincidieran en convocar a los ciudadanos fuera de los tiempos electorales, a través de asambleas populares, para que todos aporten a la elaboración de proyectos que definan modelos de ciudad, de provincia y de país? ¿Qué sucedería si esos proyectos se ponen en valor en tiempos pre-electorales?
Claro que el planteo es ambicioso, y su puesta en práctica pondría en riesgo la permanencia de muchos en los sillones del poder, sea este ejecutivo, legislativo y hasta judicial, donde se atrincheran plagados de mezquindades en defensa de sus intereses individuales o de sector.
Pero, como en todo grupo, partido o frente político, organización social o religiosa, están los que pujan por sus mezquindades, pero también los hay de buenas y altruistas intenciones. Quizás sólo sea cuestión de que los segundos se atrevan a hacer el intento, por sus convicciones y, con ellas, por su dignidad y la dignidad de todos. Entre todos.

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