lunes, 29 de septiembre de 2008

REALIDADES....

REALIDADES INEXPUGNABLES

Por Gabriela Pousa (*)

A horas del regreso de la Presidente a su “país-modelo”, tras dictar cátedra sobre economía, enfatizando la bolilla dedicada a las oscilaciones en el precio del tomate, entre otras, aquella crónica sobre la gira presidencial que hizo Alejandro Borensztein una semana atrás se convierte en un relato moderado más que en una sátira plagada de ironía y creatividad. Ni el ingenio del hijo de Tato podía imaginar a Cristina Kirchner dando lecciones sobre el rol del Estado para triunfar, exponiendo las bondades de la economía nacional y mofándose del anfitrión en un gesto más de soberbia y desconocimiento extremo de la realidad.

Desde luego, la gira ya es materia de olvido y constituye una mera anécdota en el compendio de exabruptos e inconsistencias del oficialismo. Al final y al cabo, la gravedad de los hechos se aplaca si admitimos que los dichos y la conducta presidencial sólo alcanzaron repercusión de este lado del continente, donde no hay burbujas que se derrumban sino un derrumbe que se disimula sólo con el poder espumante de alguna burbuja de champagne. Únicamente los argentinos pueden sospechar que lo actuado por Cristina Kirchner y su comitiva es tema de debate en Estados Unidos o en algún epicentro donde se toman medidas para decidir inversiones relevantes.

Toda intención de mostrar algún sesgo de credibilidad, cae en saco roto si se tiene en cuenta que, en más de cinco años, nunca se han podido aplacar las ínfulas del llamado “estilo K”. Todo lo que se ha denominado ‘puntos de inflexión’, donde el cambio parecía una posibilidad, no ha sido sino efecto de la estrategia comunicacional, o vano deseo de una sociedad harta pero apática: una síntesis complicada. Lo cierto es que, ante ninguna circunstancia se produjo una transformación real.

Ni el caso Greco, ni Skanska, ni la bolsa de dinero en el baño de Felisa Micelli, ni las retenciones móviles que resucitaran al Congreso, ni el reclamo del sector agropecuario capaz de hacer sonar cacerolas y movilizar, han podido erigirse como puntos de inflexión o bisagras marcando un antes y un después en el actuar oficial. Inmune a todo ello ha sido, desde el primer día, el “estilo K”. La duda es si éste es resistente en demasía, o si acaso no hay alternativa apta para desentrañar las argucias de quienes han hecho del gobierno un comercio particular. Inútil detenerse en situaciones, que si bien mostraron la debilidad del kirchnerismo, no pudieron avanzar más allá de un par de portadas o debates simplistas sin conclusiones concretas en el plano de la realidad.

La afrenta a las Fuerzas Armadas, el retiro de Roberto Bendini que salpica de corrupción no al Ejército sino a la cúpula y al Ministerio, conjuntamente con quién lo instauró no como Jefe sino como capataz; o mismo el fracaso al pretender imponer al Vaticano un embajador no apto para ese cargo, así como el traspié sufrido con los anuncios frustrados y tanto más, sólo lograron minar el poder hegemónico del matrimonio presidencial. Disminuidos en ese aspecto, el reinado de los Kirchner, sin embargo, no parece amenazado sino por la inoperancia de sus propios actos. La caída se produce por implosión, no por conspiraciones o complots que sólo caben en la mente maniquea del ex jefe de Estado. Nótese que el personaje que, actualmente, los desestabiliza se halla en la vicepresidencia misma. Es lícito considerar a Julio César Cobos, como una suerte de Frankestein: Kirchner lo hizo. Nadie más.

Tras la gira presidencial, quedó definitivamente descubierto el verdadero interés del oficialismo: sobrevivir a los escollos que ellos mismos se han puesto para atravesar un 2009, pese a que aún no hay certeza acerca de cómo transitar los meses que faltan para que caiga, de los almanaques, el número par. Si el 2009 es una intriga para la sociedad, más lo es para el gobierno que, si acaso tienen alguna dosis de seguridad, ésta la obtienen de una oposición que no termina de dilucidar cuál es su tiempo y su lugar. Ante esa realidad, todo vale: un canje de deuda, un silencio elocuente frente a la evidencia de culpabilidad, o un envalentonarse frente al imperio cuya economía puede tambalear, sin que ello modifique un ápice el régimen institucional y democrático con prácticas que sería bueno imitar.

El 2009 marca la agenda oficial. Si la ciudadanía no tiene en cuenta esta prioridad, el tiempo se le puede esfumar en nimiedades y placebos de la realidad. No parece ser un síntoma de madurez la poca atención brindada a la trama macabra de las valijas y las andanzas de Antonini. Dicho en criollo, si el desdén persiste, algún “gil” ha de pagar pero de ahí a que el gobierno asuma el costo de los negocios turbios con el líder venezolano, hay un trecho largo.

Por su parte, el campo debe reclamar atendiendo, en primera instancia, el mensaje que le dará a la sociedad. La creencia de solución que se erigió detrás del “voto no positivo” fue sagazmente fogoneada por el oficialismo. El sector agropecuario debe, ahora, dejar en claro cómo han sido y son las cosas para evitar otra manipulación.

A esta altura, para la sociedad, los K no son inocentes, están embarrados y el lodo los tapa cada día más. Sin embargo, se ha caído en un amesetamiento de la queja. ¿En qué momento se facturará? Nadie da respuesta. No cabe duda de que Carlos Menem fue un personaje más pintoresco puesto que se le facturaron errores menos garrafales que los actuales. La pista de Anillaco, sin ir más lejos, fue una tortura para el ex presidente, aun cuando el costo de la misma fue infinitamente menor a los costos de obras públicas inexistentes. Asimismo, la presencia de Zulemita en giras presidenciales despertó más indignación que el hecho de transportar todos los fines de semana al matrimonio presidencial a su residencia de El Calafate como si la misma quedara a unos pocos Km. de la Capital Federal; o haber abonado la estadía de Néstor Kirchner, esta última semana, en la Gran Manzana.

Ahora bien, antes o después, Menem tuvo que hacerse cargo. Es más, hasta a Fernando De La Rúa se le sigue cuestionando el sueldo del jardinero que, en rigor, debe representar apenas un 0,01 del porcentaje que se paga hoy a un sinfín de asesores al servicio del maquillaje familiar. ¿Por qué, entonces, esta demora en hacerle pagar las costas de tanta defraudación a la actual administración? El 2009 parece erigirse como el primer esbozo de la respuesta. ¿Hay posibilidad de ocultar tanto dislate? ¿Quedan ciudadanos engañados o por engañarse? El silencio puede no manifestar conformidad sino espera de oportunidad… A su vez, los jeques sindicales presionarán con aumentos que los Kirchner no saben siquiera cómo sortear. Desaparecen las lealtades, paradójicamente, cuando se acerca el día de la lealtad.

Posiblemente, no es todavía la economía la que se derrumba como burbuja en esta geografía, pero hay evidencias de movimientos que están abriendo grietas en la estructura general. Tambalea el escenario y no hay siquiera plan de salvataje para darse el lujo de rechazar. Quizás sea esa la gran diferencia entre el primer mundo y este otro lado, donde la caída no tiene nunca previsión ni mucho menos un jefe de Estado dando la cara, y reuniendo oficialismo y oposición para negociar cómo salvarnos. En la Argentina, en lugar de negociar la salida, sólo se negocia la impunidad para que los responsables huyan, más allá de las fechas y las culpas

(*) Lic. GABRIELA R. POUSA - Licenciada en Comunicación Social (Universidad del Salvador), Master en Economía y Ciencia Política (Eseade) y con postgrado en Sociología del Poder en Oxford University, es autora del libro “La Opinión Pública: un Nuevo factor de Poder”. Se desempeña como analista de coyuntura independiente, no pertenece a ningún partido ni milita en movimiento político alguno. Crónica y Análisis publica esta nota por gentileza de "Economía para Todos", Queda prohibida su reproducción sin mención de la fuente.

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