lunes, 15 de junio de 2009

EL PLANETA K



El planeta K y la vida módica
En el territorio donde me muevo, un lugar donde la política y el debate de ideas son ingredientes insustituibles, las aguas se han agitado demasiado. J. Sigal.
Por Jorge Sigal
En el territorio donde me muevo, un lugar donde la política y el debate de ideas son ingredientes insustituibles, las aguas se han agitado demasiado. Y hoy, como si se jugara el destino de una revolución inconclusa, mucha gente se ha declarado la guerra. Hace unos días, un colega que supo militar en la llamada izquierda peronista me contaba, acongojado, cómo tuvo que intervenir en una cena familiar para que su yerno y su mejor amigo no terminaran a las trompadas. ¿Qué los separaba? ¿La patria socialista? ¿La liberación nacional? ¿La guerra o la paz? No, nada de eso. Uno criticaba y el otro defendía, con igual fiereza, el discurso aquel de Kirchner contra Clarín, el famoso “¡Qué te pasa, Clarín!”. Hoy, una pieza destinada a engrosar la historia del humor nacional, a tal punto que, luego de Sergio Massa y de Daniel Scioli, probablemente, el propio ex presidente terminará festejando, junto a su genial imitador, en la casa de “Gran Cuñado”. Por Canal 13, claro. ¿Entonces?

No tengo nada particular contra el planeta K, lo considero una variable más del peronismo. Y punto. Hay cosas del Gobierno que me parecen bien y otras que detesto. Pero no es mi planeta.

Abelardo Ramos, uno de los intelectuales más lúcidos de la izquierda nacional, solía desalentar a quienes trataban de descubrir en el movimiento fundado por Perón otra cosa más allá de lo que estaba a la vista de todos. Para analizar el peronismo, recomendaba, hay que aplicar “trazos gruesos”, nada de sutilezas. “Lo que se ve es”, remataba con fina ironía el fundador del FIP. Es un consejo que hoy deberían atender aquellos que, en nombre de vaya saber qué categorías filosóficas, están poniendo en riesgo amistades, noviazgos o la armonía familiar. Si la expectativa es módica, no hay riesgos. En cambio, un exceso de pasión mal orientada puede desembocar en confusión y la confusión en tragedia. Conviene mirar un poco para atrás, al menos para no comprar siempre la misma ilusión.

Ya durante la década del 70, las formaciones juveniles del peronismo –algunas de ellas provenientes del marxismo– se entusiasmaron con la posibilidad de que el viejo líder las condujera hacia la meca del socialismo. Era frecuente en esos tiempos encontrar iconografía que reuniera retratos de Perón y Evita con el Che, o con Fidel Castro o Mao Tse Tung. También el PC, que había combatido al peronismo en sus primeras presidencias, intentó una táctica de confluencia. En la interna bolchevique se llegó a hablar de “perocomunismo”. De mi incursión juvenil por aquellas utopías recuerdo la paliza que recibimos durante un acto en la peatonal Lavalle cuando, aprovechando la primavera política de 1973, un puñado de estudiantes comunistas intentamos atraer la atención de una compacta columna de la Unión Obrera Metalúrgica que casualmente circulaba por la zona. “Obrero, obrero peronista, acá está el saludo del Partido Comunista”, cantábamos para seducir a nuestros hermanos de clase. La respuesta no se hizo esperar: “¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!”, bramó la multitud mientras un grupo de carnosos matones disfrutaba haciendo crujir nuestros huesos.

El peronismo de izquierda tuvo su Waterloo el 1 de mayo de 1974 cuando el propio caudillo se encargó de poner las cosas en su lugar. Al echar a la JP de la plaza, disparando el categórico “estúpidos imberbes”, Perón le puso límite ideológico a su tolerancia, estimulando a los cazadores de brujas para que completaran las tareas de limpieza. Todo el mundo sabe cómo terminó esa historia.

En los 90, Carlos Menem llevó el crucero justicialista –el mismo crucero, con la mayoría de sus actuales tripulantes– hacia aguas neoliberales. Ese giro copernicano pareció indicar que, esa vez sí, la ilusión de convertir al peronismo tradicional en un partido de izquierdas había llegado a su fin. Fue Carlos Álvarez el encargado de interpretar la nueva etapa, lanzándose a construir el “posperonismo”. Chacho, abjurando de su antigua pertenencia, intentó armar una fuerza distinta, a mitad de camino entre el PT de Lula y el laborismo de Tony Blair. Pero el estrepitoso fracaso de la Alianza dejó a las huestes progresistas más a la intemperie que nunca. Nada hacía suponer, sin embargo, que en su desolación volverían a probar con el aparato peronista. Pero sucedió. Tanto en sus versiones cool como en las rústicas, varios sectores de la izquierda intentan suerte, desde 2003, otra vez con el PJ. Y en eso andan.

Uno puede aceptar una vida módica, incluso transitarla con resignada amabilidad. Lo que resulta extraño es que se la confunda con la Revolución, malgastando energías en una causa probablemente ajena. Sobre todo, habiendo recorrido tantas veces el mismo camino.
CRITICA DE LA ARGENTINA

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