lunes, 22 de junio de 2009

EN LAS FAUCES DEL LABERINTO




La indefinición en todo sentido es la característica intrínseca de estos comicios. Es hora de tomar conciencia de que el Gobierno llegará con sus manejos hasta los extremos que nosotros le permitamos llegar.

Por Gabriela Pousa (*)

“Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos
porque uno termina pareciéndose a ellos.”
Jorge Luis Borges

A esta altura de las circunstancias, y a menos de una semana de los comicios, todo análisis político se torna indefectiblemente una suerte de acertijo. Sucede casi como con los gurúes de las encuestas, que intentan dar en la tecla con algunos balbuceos indefinidos de los votantes cuyas certezas, en general, brillan por su ausencia. No hay datos concretos que puedan definir un escenario en el cual establecer victorias y derrotas que sean –lisa y llanamente– eso y no otra cosa. Triunfos y fracasos son las dos caras de una elección en cualquier país medianamente civilizado.

Pues bien, aquí no lo son. La moneda está en blanco, del lado que caiga presagia inconvenientes y obstáculos de compleja finitud. Los Kirchner no saben de pérdidas ni tampoco de ganancias a ciencia cierta. Ganar no es mendigar un par de votos más en apenas una franja del conurbano. Sin duda, “no hay mal que dure cien años”, y a este juego perverso se le antepondrá en algún momento el hartazgo. El gran interrogante es: ¿Cuándo? ¿Alcanza solamente con un acto eleccionario? ¿Y que hay del “después”?

Muchos dirán que el pueblo está cansando de tanta mentira y la falta de solución a los problemas básicos. Sin embargo, la duda emerge al pretender dilucidar qué ha de pasar una vez finalizado el escrutinio que, aunque no se lo vislumbre a simple vista, hace tiempo ha comenzado.

Los argentinos vienen votando desde el vamos, al menos aquellos que, en algún instante de su día se enfrentan al televisor y no logran hallar una imagen capaz de trasmitirle remanso. La mediocridad y esa rutinaria cotidianeidad a la que ya estamos acostumbrados no cesa, y es lo único que han dejado en claro los candidatos: individualidades cuyo futuro es tan incierto como lo es el devenir de los partidos, pactos o alianzas que encabezan.

No ha habido siquiera una tregua para que ese espacio lo ocupara una verdadera campaña proselitista donde el debate de ideas y las propuestas fuesen las protagonistas. Todo se confundió en un gran circo donde, por momentos, león y domador eran los mismos.

Nadie o muy pocos ciudadanos irán a las urnas a ensobrar candidatos a conciencia, por convicción, por aquello que alguna vez se llamó “corazón”. La mayoría lo hará porque llega el día, porque hay que frenar esta hegemonía atroz que viene cercenando las raíces mismas de la Argentina desde hace más de cinco años. Porque el progreso de un país no lo da un índice económico positivo ni la posibilidad de comprar un auto mejor, hacer un viaje o cambiar, por un LCD o un plasma, el televisor. Esas son apenas anécdotas. Si acaso creemos que esas menudencias son sinónimo de desarrollo o crecimiento, el problema no es entonces la dirigencia, sino que somos nosotros.

Hay un sinfín de variables que no se miden en el INDEC, ni pueden ser intervenidas por un Secretario de Comercio. Tampoco suben o descienden por la paranoia o el afán de poder de un político que, es innegable, tuvo dos ventajas inexpugnables: un tiempo de gloria brindado por el mentado “viento de cola”, y esa suerte azarosa que es gobernar un país donde la sociedad es en extremo perezosa.

Mientras la inflación no atacó las tarifas de los “servicios” públicos, y estuvo limitada a unos pocos productos, surgiendo la panacea de las segundas marcas por no decir “lo más berreta”, y el bolsillo todavía permitía un veraneo en la costa atlántica, la gente se “bancaba” las iras de un Gobierno al que nunca le importaron en demasía las necesidades del pueblo.

El ombligo fue el eje de la administración kirchnerista. Desde el primer día contemplaron sus afanes, y en ese aspecto hay que admitir que lo han hecho con éxito. Si éste es efímero o les seguirá dando provecho en lo sucesivo es un misterio. Fuera del poder, la impunidad es apenas un castillo de naipes. ¿Quién pondrá freno a los vientos? ¿Los peronistas? ¿Los radicales? ¿Cómo reconocerlos?

En la Argentina, y más aún dentro del laberíntico justicialismo o las veleidades de alianzas poco claras, es muy difícil poner las manos en el fuego por una figura capaz de “ordenar la casa”. Todo puede ser y no ser. Sí, al mismo tiempo. Los Kirchner pueden dejar el país vacío, hirviendo, sin que haya certeza de que aparezca alguien que les haga pagar el precio.

Toda conjetura no es más que eso. Hablar del 2011 porque se ha sacado un porcentaje de votos capaz de desplazar al matrimonio no otorga seguridad de nada en un país donde todo debe ser rehecho, y donde los imponderables están a la orden del día. Basta con observar que si estos comicios hubieran tenido lugar un año atrás, sin duda Julio Cleto Cobos o Alfredo De Angeli hubieran sido los personajes triunfantes por el protagonismo obtenido durante las circunstancias que rodeaban a las mentada “125”. Hoy por hoy, ambos están tratando de acomodarse en espacios que no terminan de encontrar para sí mismos.

Si la taba no se da vuelta porque se imponen aquellos sectores, que encontraron en la dádiva y en el Estado benefactor (sinónimo falso del kirchnerismo) un modo de desdeñar responsabilidades y vivir sin más ambición, creyendo que el paquete navideño es un obsequio cuando, en rigor, pagan altísimo costo por ello; lo que sigue es predecible: seguir varados o retrocediendo en medio del océano.

Cuál de estas situaciones hemos de experimentar una vez terminado el sufragio es difícil de predecir aunque las encuestas golpeen a Olivos como si fueran un golpe bajo de Mike Tyson.

Quevedo solía decir que puede medirse el cielo y la tierra pero jamás la mente humana. De allí que toda predicción, hoy por hoy, sea apenas eso: una conjetura fruto del deseo traspolado a la realidad, del miedo o de la vergüenza a revelarse adictos a un Estado que, en apariencia, todo lo da. Hay en cada argentino un “adentro” que ningún otro sabe hacia adónde va.

Es válida la esperanza y es correcto también apostar a esa suerte de ciencia que determina si la muestra de uno u otro sector social es mayor o menor al resto. Pero fiarse de antemano nos ha hecho quedar -a lo largo de la historia- como personajes inocentes e ingenuos… La indefinición en todo sentido es la característica intrínseca de estos comicios. Por momentos, cada uno de nosotros se asemeja a Vladimir y a Estragón, esas dos criaturas de Samuel Beckett que, sentados en un escalón, esperaban a un Godot que nunca llegó.

Faltan pocos días, aún así no es descartable otro cambio caprichoso en los almanaques. No porque se suspendan los comicios, sino porque algún artilugio emanado desde Olivos aflore como “mano invisible” trastocándolo todo. Nada diferente a lo que ha pasado hasta ahora sin que haya oportuna reacción. Por eso el saqueo a las AFJP, y los planes que no canjearon más que la fe.

La oposición no sacó rédito de los errores del oficialismo, y el pueblo prefirió callarse y disfrutar las bonanzas de una economía equilibrada quizás por el recuerdo, casi aterrador, de lo que pasó.

De todos modos, algo es inevitable. Nos guste o no, el Gobierno llegará con sus manejos hasta los extremos que nosotros le permitamos llegar. Hacerse cargo, desde luego, es otro precio. ¿Estaremos dispuestos a pagarlo o volveremos a ceder nuestros derechos?

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