martes, 1 de junio de 2010

AÑO UNO



Año 1 del tercer siglo
Por Ricardo Lafferriere

Ya está. Pasaron las fiestas, sin dudas las más concurridas de nuestra historia. Los argentinos demostramos en plazas y calles que todavía tenemos un país, hecho que muchos habían puesto en duda luego de la gran fragmentación que comenzó en la última década del siglo XX y eclosionó a fines del 2001.

“Sólo los une la Selección”, llegó a decirse. Por lo demás, a nadie le importa nada...

La manía de mirar solamente el escenario público lleva a quienes participan de ese escenario –gobierno, oposición, periodismo, opinadores, farándula, empresarios, gremialistas- a creer que no había ya un conjunto nacional que mereciera tenerse en cuenta por encima del interés de cada sector. La novedad es que sí lo hay.

Millones de argentinos mostraron en la semana de Mayo que poco les interesa el mensaje que sale de ese escenario, que está enfermo de importancia. Desde una presidenta que cree que su función no la obliga a responsabilidades procolares, hasta a dirigentes de otros niveles calculando a escala micromética en qué actos participar y de cuáles borrarse, para favorecer un presunto cuidado de su imagen... que a pocos importa. Ni la de la presidenta, ni la de de los otros.

Los argentinos se deleitaron con el desfile militar, con los actores populares, con los stands de las provincias, con la marcha de las colectividades, con la espectacular reapertura del Teatro Colón, con el desfile de cierre...

Todas estas demostraciones ayudaron a una fiesta en la que no hubo lugar para que se filtrara ninguna acción tendenciosa. Hasta disimularon la chabacana tergiversación de la historia proyectada en el Cabildo, en la que no hubo espacio para Urquiza ni Alberdi, para la Constitución de 1853, para Sarmiento y la gesta educativa, ni para los próceres de la Generación del 80 que desataron la mayor gesta histórica de crecimiento e inmigración, ni para el mejor gobierno del siglo XX presidido por Alvear entre 1922 y 1928. Para la gente, que poco miró la proyección, solo se trató de una politiqueada más. Tan tonta como el gorro de “Kirchner 2011” que se calzó el ex presidente en el medio de la fiesta.

Los argentinos no aplaudieron al gobierno, ni tampoco lo condenaron. Simplemente, lo ignoraron, así como ignoraron a la oposición. Festejaron, cada uno consigo mismo y su compañía de momento, con su artista predilecto y la emoción de su identidad local, un acto colectivo caracterizado por una tregua general. Ni siquiera delitos aguaron las fiestas.

En todo caso, si algo hubieran esperado de sus representantes era una mirada al futuro. En vano. Desde el escenario, todo era espejo retrovisor. Castelli, Rosas o 1910. Estamos hoy mejor que hace cien años (bueno sería que así no lo fuera) o estábamos hace cien años mejor que ahora. Del tercer siglo, silencio. Justamente lo que debieran haber aportado en estas fiestas los que conducen. O los que aspiran a conducir.

Y hemos vuelto a la rutina. Compatriotas durmiendo en las calles, con el cielo como techo. El gobierno desatando una inflación que destroza presupuestos y reiterando su obsesión contra la prensa libre. La presidenta haciendo papelones, como la reunión urgente con Lula para pedirle disculpas por los desaguisados de su Secretario de Comercio. Los delincuentes volviendo a las calles, para seguir sembrando muerte, robos y agresiones.

Los fondos de Santa Cruz, obtenidos como fruto de un cohecho, volviendo a escena por su ausencia transformada, ya, en inexistencia. Nuevos negociados reclamando su espacio, esta vez de la mano de los 1600 millones de pesos gastados en comprar trenes usados que no funcionan ni sirven, y el soterramiento del Sarmiento convertida en una nueva canilla para apropiarse de fondos públicos.

La oposición, continuando su minué vacío de contenidos para prepararse para el 2011. Y los argentinos, que a diferencia de 1810 saben “de qué se trata” mejor que sus dirigentes, volviendo a pelear la vida con el espíritu renovado, como lo hacían todos los días, resignados por ahora a no esperar del escenario otra cosa que malas noticias.

Así estamos comenzando a vivir los primeros días de nuestro tercer siglo. Claro que esta vez, con la tranquila satisfacción de seguir perteneciendo a un pueblo que a pesar de todo, sigue trabajando por su futuro.

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