martes, 8 de junio de 2010
EL HAMBRE DUELE.....
Reflexiones, por María Herminia Grande
El hambre duele, la educación alivia
Si uno consulta a cualquier dirigente político sobre su mayor preocupación, la respuesta es la inseguridad. Razones no le faltan. Ante ésto el periodista debe rápidamente reformular su pregunta. Y entonces inquirir: ¿cuál es el mayor problema a resolver? Si la lectura de ambas preguntas es rápida, puede no advertirse la diferencia, pero la misma existe. Si hoy la inseguridad hace a la mayor preocupación de los ciudadanos y sus representantes políticos, es porque la política no resolvió el principal problema: la educación.Mucho se ha hablado en la década del '90 sobre las virtudes del derrame en la economía. Por aquel "entretenimiento" no se planteó –y aún sigue pendiente-las virtudes del derrame de la inteligencia. Argentina tuvo una etapa en la cual la inteligencia derramaba. La misma fue producto de una educación con provocación al desafío de pensar y preguntar, responder, dudar, volver a preguntar… elementos básicos del círculo virtuoso de la inteligencia. Cuando la inteligencia derrama en una sociedad, su pueblo se vuelve ingenioso. No es casual que en aquellos años crecieron los patentamientos de inventos. Se podrían mencionar distintos ejemplos, pero tal vez la síntesis se exprese en que las generaciones se superaban en bienestar unas a otras. Y las miradas –dicen, reflejos del alma–, denotaban destellos de futuro. Cuando la educación quebró, las familias comenzaron a desmoronarse. Los valores a trastabillar. Nuestros jóvenes perdieron la herramienta fundamental para el conocimiento que es la curiosidad y cuyo instrumento es la pregunta. Sin lugar a dudas nos empobrecimos todos. Y el pensar en construir el futuro quedó para los intelectuales –como si fuesen los únicos responsables, para bien o para mal–. Hoy la gente tiene sus miradas apagadas… Pareciera que hemos perdido la capacidad de interrogarnos. Cuando esto es así sobrevuela la ignorancia y las generaciones ya no se superan las unas a las otras, sino que se vuelven más débiles unas tras las otras. La construcción de la educación no permite como sí la construcción de un edificio: cortar la cinta cuando la obra concluye. Sucede que la obra educativa da sus frutos a muy largo plazo. Pareciese que ese es el tema por el cual los dirigentes políticos no se abocan denodadamente a esa tarea.
Ante este panorama se vuelve imperioso ir a la lamentable realidad que indican los números. En Argentina existen personas que pasan hambre. El hambre duele. Y no es literario, es real. El dolor aparece cuando el hígado queda sin el combustible que necesita. Al no ingerir bocado, los chicos tienen lo que ellos llaman "dolor de panza". Y muchos adultos también… En el 53 por ciento de los hogares donde hay chicos no se cubre la porción mínima de alimentos diarios. 9 millones de niños pasan hambre en Argentina. Mientras que nuestro país produce el 1,61 por ciento de la carne y el 1,51 por ciento de los cereales del mundo, abasteciendo al doble de su población. Mientras muchos economistas hablan del crecimiento económico que viene experimentando Argentina, la cruda realidad habla del crecimiento del hambre que se viene experimentando en nuestro país. Dado que en el año 2009 10 por ciento más de niños y adolescentes padecieron hambre.
La tarea educativa es a largo plazo porque va a acompañando el crecimiento de niños y jóvenes hasta convertirlos en adultos. Cuando falla la educación y se delega esta tarea a la calle, aumentan los problemas sociales, delictivos y de comportamiento. Si a esto le agregamos el hambre, con todo lo que ello implica, aparece con fuerza la realidad de la inseguridad y la violencia. Cuando los chicos llegan al delito la sociedad toda ha fracasado, pero lo peor es que siente que es parte de una miseria que no está dispuesta a asumir. Por lo tanto la niega, la esconde y la repudia. Sin capacidad de autocrítica, condena. Así, van a parar chicos a institutos en los cuales, como dice el padre Santidrián, salen diplomados en delincuencia. También menciona el padre luego de su larga experiencia en la rehabilitación y reeducación en valores y amor que practica en sus hogarcitos para con los chicos, que hay que mostrarles otra cosa. Algo que ellos no conocen: el amor. Y dice algo más terrible que debiera conmovernos a todos: en los institutos de menores hay un cartel no escrito: "aquí entra el delito, el niño queda afuera". Conmovedoramente con sus más de ochenta años, el padre Santidrián dice: "Yo me atrevería a dirigir un instituto de menores para reeducarlos. El gobierno solamente me debería dejar elegir los colaboradores cuyo requisito es que eduquen en el amor".
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