jueves, 10 de junio de 2010
LA CARTA PERDEDORA
Por Carlos Berro Madero
“Una reacción corriente al shock del futuro es la obsesiva insistencia en volver a rutinas de adaptación anteriormente eficaces, pero que ahora son insuficientes e inadecuadas. El revisionista se aferra, con dogmática desesperación, a sus hábitos y decisiones previamente programadas.
Cuanto más amenaza el cambio desde fuera, tanto más repite, minuciosamente, antiguos modos de acción. Su visión social es regresiva. Trastornado por la llegada del futuro, apoya histéricamente las posiciones conservadoras, o predica, de forma más o menos velada, LA VUELTA A LAS GLORIAS DEL PASADO” (Alvin Toffler)
Para entender por qué los Kirchner fracasarán finalmente en sus planes políticos personales, basta leer con detenimiento los conceptos con que hemos iniciado estas reflexiones.
Solo a través de su significado comprenderemos mejor sus atavismos y su obsesión por marchar hacia delante con los ojos puestos en la nuca.
El revisionista en vez de adaptarse a lo nuevo, sigue aplicando automáticamente las viejas soluciones, divorciándose más y más de la realidad.
Mediante un romanticismo bucólico, impregna sus acciones con los postulados de las subculturas, diviniza héroes como el Che Guevara y se aleja paulatinamente de los medios tecnológicos que tienden a jugarle “una mala pasada”, poniendo en evidencia su atraso mental y su exagerada veneración por las costumbres de los pequeños mundos rurales. Esos en los que los K comenzaron su carrera política.
El revisionismo de Néstor y Cristina se ha disfrazado de revolución como una forma simplificadora que les explique todas las complejas novedades que amenazan con ahogarlos.
Para ellos la violencia actúa como una manera sencilla y “simple” de evadirse de la complejidad de tener que optar por algo que no entienden. Buscando a tientas, inflaman sus discursos para conferirle importancia universal a sus ideas, las que tratan de imponer con un aire arrogante, y a la vez condescendiente y majestuoso.
Irritados por un mundo y una realidad que se les vuelve en contra, apuestan constantemente a las cartas perdedoras: aquellas que los hacen transitar, indefectiblemente, por el camino que sólo consolida su miseria y un estilo de vida que, finalmente, los aleja de sus verdaderos objetivos: mantenerse en el poder.
El terrorismo cultural elimina para ellos todas las dudas, SIN QUE ALCANCEN A COMPRENDER SUS CAUSAS.
Lo más grave es que cuanto más confían en sus erradas estrategias, más errático e inestable es su comportamiento.
Quizá en lo que hemos dicho precedentemente puedan encontrarse las verdaderas razones de la existencia de una sobrecarga emocional que los desborda, y los conduce finalmente a un camino sin salida: su apuesta consiste, como ya hemos anticipado, en avanzar con los ojos vueltos hacia el pasado.
Como víctimas de un shock cultural que no han podido controlar ni distinguir, carecen de un programa político inteligente y comprensivo. Se cansan fácilmente, no tienen “tiempo” para atender razones de quienes les rodean y la tensión los lleva a ver enemigos en todas partes, provocándoles esto una irritación y una ira que no pueden disimular.
Su lucha es resistir día a día en una anticuada trinchera, por lo cual sus reacciones frente a los acontecimientos importantes de un mundo que evoluciona a una velocidad nunca imaginada, son de sorpresa, fastidio y negación absoluta.
Quien trata de señalarles sus errores, “no entiende ni entendió nunca nada”” (Cristina dixit).
Deberíamos recordarles a esta altura de sus extravagancias, que el arte de la vida equivale en nuestro mundo moderno líquido a permanecer en un estado de transformación permanente, a redefinirse perpetuamente transformándose en alguien “distinto” del que se ha sido hasta ahora.
Esta exigencia cultural implica una “destrucción creativa” que promete a quien cree en ella, un futuro de renovación promisoria.
No es desafortunadamente lo que ocurre con dos personas que, como Néstor y Cristina, revelan una constante actitud de mal humor que refleja su perplejidad ante un mundo al que quieren “domar”, creyendo que su proyecto de país es la esencia de la verdad.
Sus apuestas a prohibir importaciones, ahogar a la prensa, deformar las estadísticas convirtiéndolas en una caricatura, el abroquelarse cada vez más junto a corporaciones anticuadas y desprestigiadas como la CGT y las organizaciones de derechos humanos convertidas en nuevas “empresas” privadas, mientras juegan diariamente al “gran bonete” ante las requisitorias que reciben de analistas, opositores y periodistas independientes, revelan las escasas luces con que tratan de afrontar una realidad que va siéndoles cada vez más adversa.
No hay duda alguna: sin comprenderlo, han apostado a una carta perdedora.
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