sábado, 5 de junio de 2010
LUCES APAGADAS
Río Negro
Desde hace años, los críticos de la insólita estrategia energética de los gobiernos kirchneristas, que consiste en mantener bajas las tarifas a los usuarios residenciales sin preocuparse por las consecuencias a mediano plazo, están advirtiendo que tarde o temprano el país tendrá que acostumbrarse a apagones prolongados y a la escasez de gas. El que hasta ahora no se hayan concretado los pronósticos más lúgubres de los agoreros puede atribuirse a la recesión que experimentó la economía el año pasado, dándole un colchón energético imprevisto, pero el crecimiento vigoroso se ha reanudado y, con él, los problemas. Aunque es posible que el largo apagón que afectó a seis barrios de la capital federal, dejando a casi 80.000 usuarios en la oscuridad, se haya debido sólo a causas puntuales -incluso se habla de "sabotaje"-, no extrañaría en absoluto que en los meses próximos hubiera otros, puesto que es notorio que las empresas sucesoras de Segba han escatimado las inversiones porque, dicen, el esquema tarifario existente no les ha permitido cubrir los costos. Asimismo, se han hecho rutinarios los cortes de gas a los usuarios industriales, lo que, como no pudo ser de otra manera, ha incidido de forma muy negativa en la producción. Huelga decir que el hecho de que, según el ministro de Planificación Julio De Vido, todos los cortes hayan sido "programados", y por lo tanto previsibles, no ha servido de consuelo. Tampoco ha motivado mucho optimismo el acuerdo alcanzado por la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y su homólogo uruguayo, José "Pepe" Mujica, de construir en Montevideo una planta de regasificación de gas licuado para ayudarnos, ya que confirma que en adelante dependeremos cada vez más de la importación.
De haber sido una exportadora de gas y autosuficiente en petróleo, la Argentina se ha convertido últimamente en un país importador debido a la caída estrepitosa de la producción local y a la falta de exploración. Es probable que haya reservas cuantiosas que aún no han sido detectadas, pero averiguarlo para después explotar lo encontrado requeriría inversiones importantes que el Estado no está en condiciones de emprender y que las empresas prefieren postergar porque, a su juicio, no les resultaría provechoso a menos que pudieran asegurarse ingresos suficientes. Si bien las tarifas de electricidad y gas aumentaron luego de verse congeladas durante muchos años, siguen siendo muy bajas en comparación con las vigentes en otros países latinoamericanos, de suerte que es lógico que las empresas hayan optado por limitarse a operar las instalaciones ya existentes.
Es de suponer que a esta altura los Kirchner y los funcionarios de su gobierno entienden que las deficiencias patentes del sector energético constituyen un obstáculo acaso insuperable en el camino del crecimiento económico, pero parecería que están tan comprometidos con el esquema que, por motivos políticos, eligieron al iniciar su gestión, que no saben cómo cambiarlo por otro más racional sin correr el riesgo de provocar protestas airadas por parte de la clase media urbana, en especial la porteña, que se ha visto beneficiada por su voluntad de proveerla de energía relativamente barata. Puede temerse, pues, que toda vez que baje la temperatura, como sucedió últimamente por algunos días en diversas zonas del país, o que haya un período de calor, como a menudo sucede, propendan a multiplicarse los apagones y se agraven los problemas de mantenimiento al envejecerse cada vez más un sistema ya anticuado que el gobierno no está dispuesto a ampliar construyendo nuevas plantas. De haber decidido los Kirchner hace siete años tomar en serio el desafío planteado por la energía, el gobierno podía haberse ahorrado los problemas actuales, y los que con toda seguridad pronto tendrá que enfrentar, a un costo político aceptable. Puesto que no lo hizo sino que, por el contrario, optó por subordinar todo a su relación con los residentes de las zonas urbanas más importantes subsidiando el consumo de energía, al parecer con la esperanza de que las empresas se conformarían con trabajar a pérdida hasta nuevo aviso, ya no tiene más alternativa que la de resignarse a que la falta de energía sea un problema "estructural" y rezar para que de un modo u otro el sistema siga funcionando hasta los meses finales del 2011.
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