domingo, 6 de junio de 2010

TAPAR EL SOL CON LAS MANOS


Tras el Bicentenario, volvió la vieja
práctica de tapar el sol con las manos

por Hugo E. Grimaldi

Nada por aquí, nada por allá. La realidad cambia a cada rato, de acuerdo con el lado del que sople el viento. Ninguna cosa parece ser tal como se la presenta y en el medio de la escena siempre está la figura del Gobierno como protagonista central, con ganas de dibujar su propio mundo para convencer a los menos avispados o para darles pasto a los más críticos, acostumbrados a encontrar, porque siempre aparece, el pelo en la leche.

Lo cierto es que las noticias de todos los días destilan una dosis de incertidumbre tal que deberían obligar a todos a desconfiar, sobre todo al periodismo crítico y, para muestra, van varios botones del discurso que sale a diario como pan caliente de las usinas oficiales: nunca se han frenado las compras a Brasil, los dólares sobran, el canje de deuda es un paseo, el corte de Gualeguaychú es culpa de la Justicia, el Indec elabora índices confiables, Guillermo Moreno cumple a rajatabla las órdenes de arriba, la falta de garrafas es sólo una "sensación", los barrabravas no existen, el gas y la luz se cortan por culpa de las empresas, los espías a Macri le aparecieron por generación espontánea, el sistema de Televisión Digital estará antes del Mundial, etcétera, etcétera.

El kirchnerismo ha operado así desde su minuto uno y se sabe que no le tiembla ni el pulso ni la voz cuando tiene que rectificarse, aún retorciendo los argumentos y aunque sea echándole la culpa a los demás, pero queda claro que durante los últimos días la tendencia se ha exacerbado. En este juego, por cierto bastante esquizofrénico, aunque predecible, lo verdaderamente malo para la comunicación oficial es que cada una de las acciones de gobierno que merecerían destacarse, tienden a perder el impacto, diluidas en la falta de credibilidad.

Pero más allá de las interpretaciones que se pueden hacer desde costados ideológicos o aun partidarios, lo objetivo es que cada situación o cada bandera que enarbola el Gobierno siempre merece por detrás una segunda lectura y ésta es una constante que, por repetitiva, a muchos les suena como una tomadura de pelo. Por eso, el constante bombardeo hacia el periodismo que no se allana a chuparse el dedo, situación que, además, deja la sensación de que, en el fondo, quienes arman estos libretos alientan la secreta esperanza de que haya un día en que la prensa en su conjunto repita sus argumentos como loros.

Donde queda bien en claro el divorcio entre el discurso y la realidad es en la cuestión macroeconómica, la que viene siendo vapuleada desde diferentes costados, en tren de defender un modelo bien distinto al que ha adoptado el mundo desarrollado y hasta los países que, como Chile, Brasil o Uruguay, han seguido, aún desde ideologías cercanas al Gobierno, políticas económicas mucho más racionales. La aparición violenta de la inflación parece ser una vez más en la historia de los fracasos argentinos el emergente de los demás desaguisados, el elemento que finalmente podría impedir controlar las metástasis.

Sin embargo, los pies de barro del modelo kirchnerista están en la génesis del mismo y en la mentalidad, mucho más cercana a Hugo Chávez que a Lula, de que todo tiene que hacerlo no el Estado sino el gobierno central y que la lógica económica debe subordinarse al uso hegemónico de la Caja, ya que todo debe partir, como una dádiva, desde de la Casa Rosada.

En ese encuadre se inscribe la amplitud de los subsidios, que sirvieron para mantener aplastadas las tarifas de los servicios públicos (y para inhibir la inversión en energía) o para generar las necesarias coberturas sociales, dinero que no faltaba durante la época de las vacas gordas de los llamados superávits gemelos (fiscal y comercial). Eran tiempos de precios internacionales rebosantes, cuando el colchón cambiario de la salida de la Convertibilidad y la capacidad instalada montada en los años 90 le permitía a todos ganar un poco, al Tesoro en primer lugar, aún con altos impuestos a la exportación, en un país cuyo modelo pretendía estimularlas a partir de un "dólar competitivo".

Pero a partir del declive fiscal, y sin pensar para nada en reducir el gasto público por cuestiones inherentes al modelo, comenzaron las brazadas cada vez más desordenadas para volver a la orilla, las que, en primera instancia, incluyeron el traspaso al Estado de los ahorros personales de los futuros jubilados de las Afjp y las retenciones móviles, temas en los que el Gobierno ganó y perdió, respectivamente, en el Congreso.

Entonces, sin tanta holgura de recursos y con la necesidad de ampliar mucho más el gasto por cuestiones electorales, comenzó el deslizamiento de precios y allí se decidió darle al Indec la misión de barrer debajo de la alfombra los índices de precios, con la doble misión de achicar el pago de ajustes por CER y de no mostrar, ya que el costo de las canastas de alimentos se mantenían artificialmente deprimidas, que cada día había más pobres en la Argentina.

Pero como los acontecimientos comenzaron a caer como caen las fichas de un dominó puesto en línea, que aumentan la velocidad a cada instante, lo mejor para el Gobierno fue construir otras ficciones, como la de armar un canje de deuda poco profesional que hace más de seis meses que no puede despegar del todo, mientras buscaba más recursos que permitieran financiar la fuga hacia delante, como el uso de las reservas internacionales.

En medio de este proceso, con el mundo en crisis jugándole en contra, la Argentina sigue en el peor de los mundos, con los mercados cerrados y casi peleada con el G-20 por su decisión de no pagar los costos de pertenecer al Club, mientras el riesgo-país cuadruplica el de sus vecinos y no le permite colocar deuda a menos de 10 por ciento anual, le desconfianza impulsa la fuga de capitales y la balanza comercial ha comenzado a flaquear.

En este nuevo cuello de botella, ya se habla de restricciones a la compra de dólares de particulares, quizás no tanto porque se vaya a rebajar el monto, sino porque va a haber más controles para evitar los llamados "coleros", quienes el viernes compraban en el mercado oficial con sus propios documentos a 3,94 pesos y luego los revendían para abastecer el marginal que cotizaba a 4,02 pesos. Esta tarea la van a llevar a cabo el Banco Central, la Afip y la Unidad de Información Financiera, organismo encargado de detectar casos de lavado de dinero.

Todos estos nuevos manotones de ahogado para defender las reservas, que llevarán a la corta o a la larga hacia el control de cambios, recurso que tiene una historia que permite afirmar que será más contraproducente que la propia enfermedad, se han verificado a partir de la decisión de Moreno de no permitir importar alimentos que se producen en el país, lo que muestra cómo el Gobierno ha tomado conciencia de la necesidad de cuidar los dólares.

Las instrucciones del secretario fueron dadas verbalmente a los supermercados, lo que fue interpretado por embajadores europeos y funcionarios chinos, brasileños y uruguayos como una violación a las reglas de la Ocde, postura que defendió públicamente el ministro Amado Boudou. Pero luego, con la mejor cara de sorpresa que pudo encontrar, la propia Presidenta de la Nación dijo en Brasil que "no hubo ni habrá restricciones a las importaciones brasileñas".

Otro tanto, y en otro tema crucial, hizo esta semana Cristina Fernández frente al presidente uruguayo José Mujica, cuando primero le concedió a Uruguay todo lo que solicitaba (monitoreo del agua, dragado del Río de la Plata, reuniones periódicas, etcétera.) y luego, con firmeza y convicción, condenó el corte y expresó que ella no es jueza para tomar cartas en el asunto, al tiempo que le adjudicó la situación a "deficiencias del sistema judicial" que "no ha condenado a nadie", dijo.

Este argumento, que repitieron luego sus ministros, olvida que la postura del Gobierno argentino siempre fue contemplativa ante la situación que afecta a un puente del Mercosur por el que reclama Uruguay y mucho más desde que Néstor Kirchner le diera a la cuestión características de "causa nacional", lo que ha desembocado en una tremenda demostración que una parte de la Justicia está sujeta a las decisiones del Ejecutivo.

Pero si de instrucciones se habla, no ha sido menos denigrante la que partió de un funcionario de la secretaría de Energía, Norberto Giuliano quien desde su casilla de correo electrónico se dirigió a los operadores del mercado de gas licuado de petróleo que se vende envasado en garrafas, para ordenarles que "instalen" en los medios gráficos y radiales que se respetarán los precios del Plan Oficial Garrafas para Todos, "atento a los innumerables reclamos mediáticos y vía mail recibidos durante estos últimos días". Según Giuliano, "necesitamos" (en plural en el original) quitar del mercado "la sensación de desabastecimiento" (en mayúsculas en el original), por lo que les pidió que realicen ese "esfuerzo comunicacional de inmediato" y les sugirió que se lo informen para abrir "un expediente" al respecto.

Este simple mail del funcionario, que algunos empresarios se han animado a filtrar, es la mejor prueba del birlibirloque que acostumbra a efectuar comunicacionalmente el Gobierno para imponer su realidad y del relevante papel que le asigna a los medios en la transmisión de esa verdad. Su redacción deja en evidencia que, más allá de si hay o no garrafas a precio oficial, al funcionario le importaba, como en todos los demás temas que día a día salen a la luz, más parecer que ser. Pero lo que suena más duro es el tono de las instrucciones que se la da a las empresas privadas, casi como una orden de servicio imposible de no cumplir, que a Giuliano le ha llegado desde arriba. Desde el generalato.

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